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Dedicado a la memoria de Alberto Gualde
Después de la invasión vino el caos, y después del caos, Talingo. La revista Talingo empezó a publicarse en mayo de 1993, bajo la dirección de Adrienne Samos y con la entera complicidad de Alberto Gualde (1957-2021), intelectuales tercos, como en el poema de nuestra Diana Morán. Samos, panameña y con una educación multidisciplinaria e internacional que va desde Madrid hasta Harvard; Gualde, limeño asentado de toda la vida en Panamá; actor, dramaturgo y codirector (junto a Ileana Solís) de Oveja Negra, la compañía de teatro más vanguardista que existió en el país; escritor bohemio, como en las canciones setenteras de Rubén Blades, y con un picarísimo sentido del humor que delataban su media sonrisa y su mirada penetrante e incrédula. Luego se unirían al equipo editorial, Carmen Cabello, educadora, correctora de estilo y crítica literaria, y Margot López, arquitecta y brillante crítica de la cultura y la música contemporánea. Fue, además, la encargada de la diagramación y la creadora del diseño gráfico que completó la personalidad de Talingo. El suplemento dominical de La Prensa, gracias a la iniciativa del entonces presidente del diario, Roberto “Bobby” Eisenmann, Talingo de inmediato sorprendió, sedujo e irritó por su agudeza e independencia, a la provinciana sociedad panameña de principios de la década de 1990, todavía estremecida por la violencia desatada tanto por el régimen militar como por la invasión estadounidense que acabó con él en 1989.
Al escribir las crónicas de las últimas décadas del siglo XX en Panamá es necesario recordar que fuimos educados bajo la dictadura castrense, populista y represiva que lúcidamente entendió la manipulación de la historia como uno de sus mejores aliados: sobre todo el hecho de que fuimos parte del engranaje colonizador que veía a Estados Unidos como la aspiración más alta de estilo de vida. Luego presenciamos la invasión y el sometimiento del istmo por el Ejército estadounidense. Y más tarde recibimos con los brazos abiertos a la antigua Zona del Canal el 31 de diciembre de 1999, como quien da la bienvenida a un familiar lejano y desconocido que se muda a nuestra casa. Al escribir este artículo no solo busco reflexionar sobre el fin y el cambio de siglo, sino también en lo que ha pasado desde entonces, en cómo hemos cambiado o no, y cómo Talingo formó parte de ello.
Samos y Gualde se armaron de un numeroso equipo de colaboradores célebres y desconocidos: especialistas nacionales y extranjeros que vivían en Panamá y en el exterior, y que escribían sobre arte, cine, literatura, teatro, música contemporánea y clásica, diseño, artes visuales y performáticas, arquitectura, arqueología, historia, folclor, viajes, museología, lingüística sociopolítica y cualquier otro tema que les pareciera no solo relevante sino inusual. Los corresponsales nos conversaban, como parroquianos de algún café sobre los más recientes conciertos en Europa o las ultimas exposiciones en Nueva York. En lo que a mí respecta, empecé a escribir para Talingo en 1995 a través de Pitu Jaén, que formaba parte del equipo en ese entonces. Yo vivía en Barcelona y comencé reseñando sobre arte contemporáneo y después sobre cine. Recuerdo que uno de mis primeros artículos fue sobre una gran exposición de instalaciones en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de Costa Rica. En una de mis estadías en Panamá, convencí a Samos de que esa muestra colectiva era tan relevante para el arte de Centroamérica que merecía un viaje a San José para hacer mi reseña. Allí conocí a Virginia Pérez-Ratton (1950-2010) , la directora de este nuevo museo y quien luego sería la fundadora de TEOR/éTica, una de las instituciones más influyentes en el arte de América Central.
Ese encuentro, y luego gracias a la invitación a que formara parte del jurado de la IV Bienal de Arte de Panamá en 1998, iniciaron una serie de colaboraciones entre Samos y Pérez-Ratton, que dieron como fruto la inclusión de Panamá en “Temas Centrales. I Simposio Regional sobre Prácticas Artísticas y Posibilidades Curatoriales” en 2001, en la que varios artistas y curadores participamos con ponencias y en una exposición. Talingo empezó como una publicación semanal que, a través de la palabra, la imagen y la crítica, proponía reflexiones y preguntas a la opinión pública sobre nuestra cultura y cómo podríamos responder al confuso panorama internacional de fin del milenio, pero con rapidez se transformó en un sujeto de cambio en el panorama local y regional.
En el ámbito del arte en Panamá, Talingo promovió a creadores de la talla del recordado fotógrafo Gustavo Araujo (1965-2008), ganador de la bienal panameña y de la centroamericana, reseñando su obra y encargándole imágenes para las portadas, como el estupendo retrato de nuestro gran cantante de calipso Lord Panama, al que se le dedicó un número de la revista. Otra de esas portadas la realizamos Araujo y yo en colaboración para la reseña de mi exposición individual de instalaciones (la primera de este tipo en el país) en el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá en el año 2000. En ella aparece un fragmento de Poquito a poquito nace un amor bonito, la obra emblemática de la muestra: diez mil bolsitas de aceite para cocinar de la marca Pabito, que cubrieron toda la planta superior del MAC.
Talingo hizo posible que leyésemos cada domingo, por ejemplo, textos de Eduardo Tejeira Davis (1951-2016), el mejor historiador de la arquitectura que tuvo Panamá, sobre el trazado colonial de San Felipe o el modernismo de la región y del mundo; de Margot López sobre conciertos de rock o innovadoras propuestas internacionales de diseño; de Carlos Fitzgerald sobre los recientes hallazgos en la arqueología panameña; y las esperadas críticas de arte de Adrienne Samos, que nos diseccionaba tanto exposiciones inspiradoras como aquellas que falsamente se anunciaban como triunfos solo para favorecer la agenda de artistas, curadores o galeristas inescrupulosos. Otros de los innumerables colaboradores de Talingo –los “talingos”, como se les llamaba– fueron el pintor y bibliófilo Antonio Alvarado, la fotógrafa Silvia Grünhut, el crítico de música erudita Octavio Arosemena, el crítico de arte Paco Barragán (Madrid), la historiadora del arte Mónica Kúpfer, los arquitectos Ariel Espino, Carla López y Gladys Turner, los críticos literarios Julio Ortega (Providencia, RI) y Arístides Cajar Páez, los artistas Brooke Alfaro, Julio Zachrisson (Madrid), Eric Fajardo (Arhus) y Guillermo Mezza, el músico y crítico de jazz Eduardo Irving, el arqueólogo Richard Cooke, la mecenas y coleccionista Lili Maduro, el curador Gerardo Mosquera (La Habana), el urbanista Álvaro Uribe, el crítico de teatro Andrés Muñoz Andrade, las entrevistadoras de personalidades Amalia Aguilar Nicolau y Giulia De Sanctis, los escritores Guillermo Sánchez Borbón y Edison Simons (París), la actriz Ileana Solís, los poetas Consuelo Tomás, Bertalicia Peralta y César Young Núñez y Manuel Goiás, o los grandes críticos de cine Edgar Soberón Torchia y Felix Zé, nombre falso cuya identidad nunca ha sido revelada.
En 2002 se le otorgó a Talingo el prestigioso premio holandés Príncipe Claus. El jurado recalcó́ que la publicación trataba “continuamente de establecer puentes: entre la tradición y la contemporaneidad, entre lo popular y lo culto, entre lo personal y lo colectivo, y, sobre todo, entre culturas muy distantes y distintas entre sí”.
En mayo de 2002, Adrienne Samos hizo pública esta nota:
“Leyendo La Prensa el domingo antepasado, me tope con un cintillo que decía: “Hoy se publica el último número de Talingo. Agradecemos a todos nuestros lectores su interés en este producto a través de los años”. Es así como me enteré del cierre definitivo del suplemento cultural que vengo dirigiendo durante casi una década”.
“En una sociedad mercantil como Panamá, donde el imprescindible ejercicio de la crítica es casi inexistente, Talingo, a través de un grupo de especialistas en distintas áreas de la creación, siempre busco orientar a la comunidad y acrecentar la calidad de las artes, sustentando perspectivas no complacientes y alejadas del “amiguismo” tan común en el medio”.
Esther Arjona, editora y periodista de la sección cultural de La Estrella de Panamá, y quien ha investigado la historia de las revistas culturales en nuestro país, nos explica que desde el siglo XIX este tipo de publicaciones han sido muchas en Panamá, aunque ya no se recuerden. Ello que resulta sorprendente si tomamos en cuenta el alto número de analfabetismo en el istmo hasta ya entrada la segunda década de fundada la república. Esto significa, dice Arjona, que estaban dedicadas a un grupo reducido de personas, como mecanismos para documentar e intercambiar impresiones sobre las obras de escritores, pero que no estaban dirigidas al gran público. Al igual que antes, hoy –concluye Arjona– una de las mayores dificultades que han tenido estas revistas es que no han sabido hacerlas rentables, entre otras cosas, a través de un lenguaje más accesible.
Este no fue el caso de Talingo, que, a través de una diversidad de lenguajes dirigidos a distintos públicos, durante una década supo captar la ávida atención de casi noventa mil lectores, como lo demostraba encuesta tras encuesta. Después de que Talingo dejó de publicarse, los editores y colaboradores, huérfanos, participamos en 2003, con más de 60 voluntarios, de la creación de ciudadMULTIPLEcity, un proyecto inédito en el arte mundial (de acuerdo a posteriores estudios internacionales), que en aquel momento celebró el centenario de nuestra república y tuvo como escenario la ciudad de Panamá. Fue el antecedente, de alguna manera, de eventos como la reciente inauguración de las Olimpiadas en París. Los curadores de ciudadMULTIPLEcity, Gerardo Mosquera y Adrienne Samos, invitaron a artistas nacionales e internacionales de gran reputación a que interviniesen grupos, comunidades y espacios de la urbe capitalina. Más sobre este extraordinario proyecto en un artículo futuro.
¿Quedó Talingo en la memoria de los panameños? Hace poco le pregunté a un artista treintañero si recordaba la publicación. Respondió que su padre compraba La Prensa los domingos por el suplemento y que durante el desayuno las hojas de la revista desaparecían de la mesa y de los sillones para ser leídas sigilosamente en turnos por la familia, hasta que un domingo su padre, ansioso, preguntaba en voz alta: ¿Dónde está Talingo?