Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 02/11/2024 00:00
- 01/11/2024 16:52
Ha pasado el tiempo.
Ya no gasto el mío en maldecirte. Ya no espero que mueras de una manera trágica. Fueron horas interminables y perdidas, pero me he reconciliado conmigo misma: ya no me trato con palabras duras, ni camino sobre el borde del balcón. Logré perdonarnos.
A veces las cosas van más allá del hielo, y no hace falta explicar cada molécula, cada fruncimiento del ceño, la evasión de la cercanía, las cenas obligadas, los interminables viajes, la compañía sobrevalorada.
Cada vez que removía un recuerdo, aparecían esas ganas profundas de romperte en átomos, de llegar con el filo a tu mitocondria, desvanecerte y robar tu RNA para el olvido. Mutar. Sobreutilizar al corazón para que explotara: por cada pedazo, una canción de Fito.
Lo que nunca supimos es que nos tocaba silenciar al mundo y... Nunca pudimos. Ni tampoco dibujar soles. Y reviento las palabras sobre la luz neón. Me encantaba pensarte diciéndolas, mientras la luz golpeaba tu cara contra el portón de la casa, creando sombras entre las rejas y los destellos naranjas y verdes.
Recuerdo que a esas luces siempre les faltaban foquitos. La palabra no terminaba de formarse porque la U parecía una J, y la T una I. Así íbamos, construyéndonos, inventando palabras. ¿Qué podría significar P J I A S? Entonces sacudíamos la bolsita del Scrabble, y lo que salía era pijas. Cosas así de tontas. Simples.
El barrio siempre pestilente, pero aun así, ese día nos mantuvimos de pie, en una esquina del suburbio gris. La pereza nos alcanzó, ahora que teníamos dinero para la renta y un árbol de Navidad hecho con latas de cerveza, con lucecitas que se perdían entre el neón.
Lo único que sonó ese día fueron las llaves en tus manos y tres vueltas al cerrojo. Diez años, coucou. Por lo menos en la memoria una es libre de tomar venganza, y es posible convertirse en palabras, de esas que se meten en el cuerpo del otro y despegan la piel de los huesos. De esas que crean hemorragia interna, que son casa de arrieras.
Así fue. Vida con esencia de vainilla que impregnaba mis gastados jeans.