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Medios de comunicación, sociedad de consumo, apología del delito
- 01/12/2024 00:00
- 30/11/2024 17:42
Hace 60 años exactamente estuve de paso por Praga. Recuerdo que le solicité a la bella Maruschka, mi guía personal, que me tradujera los titulares de algunos periódicos, en particular del Berliner Zeitung.
En ninguno de esos diarios había alusiones a delitos. En ellos había, eso sí, mucha información relacionada con la vida cultural de la desaparecida Checoeslovaquia: carteleras de cine y teatro, alusiones a conciertos, ballet, opera, circo, turismo y “retretas”, exposiciones de artes visuales, es decir, un container lleno de plomo y de esa “basura” como dirían los fans panameños de la Era del “perreo”.
Desde aquel entonces una de mis obsesiones ha sido reflexionar sobre la estrecha relación que hay entre sociedad de consumo, medios de comunicación y delincuencia, independientemente de que sus propósitos estén preñados de buenas intenciones.
La comunicación social, tanto como la educación, la actividad artística cultural, el folclore, el deporte, la iglesia corporativa y demás, los veo como subsistema, tal vez el más importante del actual suprasistema ecónomo hegemónico ideológico neoliberal.
En otras palabras, percibo la relación estrecha que hay entre los medios de comunicación, los poderes constituidos y la delincuencia estructurada bajo al amparo de las leyes.
En el núcleo de estos subsistemas, todos afines, interactúan los propietarios de los medios de comunicación y la compleja fuerza de trabajo, en este caso, desde los más modestos operadores de recursos tecnológicos, así como personal de servicio y mantenimiento, a los que se suman los periodistas, procesadores de información, publicistas, informáticos, abogados, emisores de mensajes, ideólogos, politólogos, pro o contra sistémicos, o sea, los que informan con viento en popa, al servicio de las hegemonías, y los que informan contracorriente.
Una verdadera industria con propósitos definidos: informar, ganar dinero y manipular grandes conglomerados humanos, no poca cosa.
La clave de esta interacción de intereses, cimentada estructuralmente, ha sido estudiada, debatida, desmontada como una casa de ladrillos, pedazo a pedazo, pieza por pieza, en millones de libros, foros, conferencias, manifestaciones callejeras y, como ahora, en escenarios de guerra, en donde la mentira mediática tiene más credibilidad que la verdad, constituyéndose en una de las armas más letales de todas las que existen porque a veces se pupusea en la mente humana.
Lo cierto es que la información al ranquearse como mercancía en la sociedad de consumo, con valor de uso y valor de cambio, permite a los propietarios de los medios de producción [y por ende de comunicación] cultivar el pensamiento unidimensional requerido para controlar el poder político, las fuentes financieras y la actividad cognitiva de la sociedad.
Es decir, todo, o casi casi. Un proceso que reclama entre otras cosas fundamentación histórica, idiomática, simbológica, identitaria y “formas ideológicas de la nación panameña”.
De más está decir que los pueblos constituyen una clientela ávida de explicaciones, previamente condicionados y obligados a digerir conocimientos, líneas de conducta, pautas, verdades y mentiras, referentes cincelados de antemano en la corteza cerebral de los miembros de una sociedad con el fin de construir, fortalecer y adaptarlos al establishment.
Los manipuladores de opinión encuentran, pues, terreno abonado y líneas de conducta para consumo de vastos conglomerados. Eso significa que importantes sectores de la sociedad, incluyendo intelectuales de gran valía y prestigio, generalmente no duden de las enseñanzas heredadas, carezcan de espíritu crítico y pierdan la hermosa oportunidad de desaprender para aprender.
En esta industria de carácter transnacional multinacional [global] gran número de comunicadores sociales se proyectan como cantalantes de fiestas patronales, constituyen disc-jockeys de la palabra que lo mismo informa o desinforma, educa o embrutece, orientan o desorientan, manipulan instintos, emociones y raciocinios colectivos con el fin de consolidar y promocionar el statu quo.
Los medios de comunicación constituyen un poder omnímodo, mucho más poderoso que las fuerzas armadas de todos los ejércitos del planeta juntos, de todos los tiempos, porque a través de ellos el hombre, el homo sapiens-sapiens, el cromañón que somos ha llegado a ser lo que es, en todos los sentidos.
De cierto modo el cerebro más que la tabula rasa, a la que se refieren Aristóteles y John Locke, es la piedra taliónica [talionic lapis], sobre la que se cincelan todos-todos los saberes humanos, tanto los que son como los que no son. La prevalencia del “pensamiento mágico” datado aun antes de la Edad de Piedra, encriptado en mentes brillantes de la Era Antropocéntrica, lo confirma plenamente.
De manera que la manida frase de que ”la educación empieza por casa” es una de las más grandes falacias de la que se tenga memoria porque, de esa manera, los poderes hegemónicos ponciopilatistas se lavan las manos y adjudican a las familias nucleares competencias que perdieron en la medida en que la organización social se hizo más compleja y las pautas para la convivencia colectiva se institucionalizaran según el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, del surgimiento de las clases sociales, de las normas restrictivas y propositivas, de las leyes y, sobre todo, de los sistemas de enseñanza aprendizaje clásicos, de los medios de comunicación de masas y, para no dejarlas por fuera, de la diversidad masiva del entertainment colectivo, ¡joder!
Renglón aparte merece la relación medios de comunicación-delito. Para entender este proceso menester es aceptar con mente abierta que el hombre posee tres cerebros superpuestos uno sobre otro, a manera de capas geológicas [en realidad capas biológicas]. Estos cerebros se agregaron, no desaparecieron, con apego a la teoría de la evolución. Se trata de los cerebros reptiliano, mamífero y humano que —como los órganos de gobierno— trabajan en “armónica o conflictiva colaboración”.
La información, mensajes u opiniones procedentes de fuentes externas al entrar en contacto con la mente humana, a través de los órganos sensoriales [vista, oído, tacto, gusto olfato], son examinados por la zona instintiva de supervivencia [reptil] en busca de señales de peligro. Luego, el cerebro emocional [mamífero] rastrea signos de empatía en la información recibida [inclusión-me gusta] o de ecpatía [exclusión-no me gusta].
Por último, el cerebro homo sapiens-sapiens [hombre] emplea los recursos culturales, cognitivos, legales, éticos, morales, etc. que posee de antemano —acumulados en la psique-neocórtex — para la reflexionar y tomar decisiones. Este proceso metalingüístico puede durar unos pocos segundos o años. Los metalenguajes más sencillos, los sensoriales, como los gestos y tonos de voz siempre están activados en el intercambio de mensajes cotidiano, son complementarios y suelen decir más que las palabras.
Esto nos lleva a postular como hipótesis que la actividad delictiva manipulada morbosamente en los medios como mercancía de alta demanda y rentabilidad en el mercado, al someterse al escrutinio de los metalenguajes, una de cuyas características es manifestarse solapadamente, revela que, por encima de las intenciones y propósitos disuasivos, también es capaz de caer en tentaciones fraguadas por el instinto de supervivencia.
“No hacemos periodismo que haga la apología del delito”. Tal vez eso quiso decirme la bella Maruschka, en Praga, en una modesta cafetería avecinada a la estatua de San Wenceslao.
El autor es historiador. Varias veces Premio Ricardo Miró. Ensayista, poeta, cuentista y cineasta. Miembro de Número de la Academia Panameña de la Lengua