PANAMÁ. Existe una fascinación creciente por películas que involucran a policías que violentan sus principios y viven al margen de la ley. Estos relatos suelen poner en evidencia la fragilidad de un sistema que coloca al agente de la ley como una poca eficaz herramienta para proteger y servir.
La tentación es la clave que hace migrar a los buenos policías hacia el lado contrario y en el cine estas historias van adquiriendo adeptos a través de títulos inolvidables.
En Permiso para matar, de Antoine Fuqua, por ejemplo, el director se concentra en el día a día de tres policías que no se conocen y que han seguido carreras muy diferentes. Así, el relato descubre a Eddie (Richard Gere), un agente honrado pero autodestructivo; Sal (Ethan Hawke), un policía en las garras de la corrupción que sufre por haber matado a un narcotraficante, y Tango (Don Cheadle), un infiltrado que tendrá que traicionar a su amigo, en medio de este dilema sobre hacer lo correcto.
Fuqua ha tenido buena experiencia en este tipo de historias, pues le puso la estatuilla a Denzel Washington cuando lo dirigió en Día de Entrenamiento. Lamentablemente, este drama policial dista del lenguaje incisivo que cautivó a la audiencia hace algunos años, aunque ofrece buenos diálogos entre actores muy competentes.
El cine, de hecho, ha mostrado sin tapujos a los más sórdidos personajes y entre ellos se destacan:
Sterling Hayden como el Capitán McCluskey en la primera parte de El Padrino; James Cromwell, como el villanísimo jefe de la policía en Los Ángeles al Desnudo, de Curtis Hanson; Ray Loitta como el oficial Pete Davis en Unlawful Entry, haciendo la vida añicos a Kurt Russell y Madeline Stowe; el poco ético personaje de El Príncipe de la ciudad, interpretado por Treat Williams o el ambiguo policía bonachón y justiciero de Lluvia Negra, aquella que dirigió Ridley Scott.
Pero, si hablamos de clásicos sobre corrupción en la policía, podemos mencionar sin duda al Teniente corrupto, de Abel Ferrara, con una increíble actuación de Harvey Keitel, construyendo a un personaje complejo y despreciable que ha servido de modelo incluso para que años más tarde Werner Herzog repitiera el molde con Nicolas Cage para Teniente Corrupto: el llamado de Nueva Orleans.
Asimismo, Mike Figgis exploró una veta que ni el mismo Richard Gere sabía que podría explotar cuando lo metió en el proyecto Internal Affairs, de 1990, junto a Andy García; mientras que Sidney Lumet sacó una de las mejores actuaciones de Nick Nolte cuando lo dirigió en Q & A: Preguntas y Respuestas, conociendo a un impulsivo y violento policía que intenta cubrir sus huellas tras haber matado a un ladronzuelo.
James Mangold realizó en 1997 una de las películas más interesantes sobre corrupción policial y de paso, sacó brillo al método Stallone cuando narra el trabajo de un sheriff bonachón metido en un barrio de policías que se la pasan cubriendo sus malas actuaciones.
Sin embargo, el clásico por excelencia en el tema de la corrupción policial es Serpico, de Lumet, a nuestro criterio el mejor radiógrafo de la violencia y la corrupción policial estadounidense, con una sólida actuación de Al Pacino como el honesto agente del orden público que trata de acabar con una red poderosa de malos manejos en la ley.