El visitante

La serpiente y las banderas

Actualizado
  • 02/02/2025 00:00
Creado
  • 01/02/2025 17:00
Espero que la sabiduría sea una de las cualidades que guíe las conversaciones del Gobierno con el nuevo secretario de Estado de EE.UU

La otra noche me despertaron unos ruidos de petardos y fuegos artificiales, que por alguna razón me recordaron aquella oprobiosa noche de diciembre de 1989. Resulta que estaban anunciando a tambor batiente el nuevo Año Chino de la Serpiente, animal que representa el ingenio estratégico, la capacidad de transformación y la sabiduría. Espero que estas cualidades sean las que guíen las conversaciones del Gobierno con el nuevo secretario de Estado de EE.UU., el emisario de amenazas a nuestra soberanía y de visita justo ahora en Panamá. Datos curiosos: 1977, cuando en que se firmaron los tratados Torrijos-Carter, también era un Año de la Serpiente, como también lo fue 1989.

Por cierto, quiero darles la bienvenida a “El visitante”, la nueva página de opinión que aparecerá cada 15 días en La Estrella de Panamá, y donde compartiré con ustedes mis impresiones sobre acontecimientos artísticos y culturales dentro y fuera de nuestras fronteras. El título está inspirado en una película francesa de 1942, que vi en el Cine Universitario cuando era estudiante. Los visitantes de la noche es una fábula misteriosa y seductora en la el Diablo envía a la tierra a dos emisarios para causar desasosiego, hasta que uno de ellos lo traiciona por amor.

Versos y banderas en el Museo del Canal

El Museo del Canal Interoceánico es una de las instituciones que más aprecio. De hecho, Orlando Acosta, Carlos Fitzgerald y yo concebimos la propuesta curatorial de fondo para su primera exposición cuando inauguró en 1997, y que se mantuvo en pie durante más de una década.

El pasado 9 de enero, el Museo del Canal abrió sus puertas de manera gratuita para conmemorar la gesta estudiantil, y aproveché para visitarlo. Un guía me contó que, apenas empezó la jornada, las salas del museo estuvieron abarrotadas de personas que querían pasar un día en familia trazando su sentido de pertenencia en la historia patria.

Una nueva sala permanente del museo se inauguraba ese día, la “Galería de Banderas”, idea que aplaudí el año pasado cuando fue anunciada. En palabras de la directora y curadora en jefe Ana Elizabeth González, esta sala “alberga una impresionante colección de banderas históricas que han jugado un papel fundamental en la construcción de nuestra nación (...) un homenaje a este símbolo que (...) nos convoca, nos inspira, nos recuerda la fuerza de nuestra unidad”.

Siendo esta la primera sala a la que se accede en el recorrido por el museo, desorienta, en especial al extranjero, si tomamos en cuenta que la segunda sala es la titulada “Panamá antes del Canal”, que “explora la historia del istmo desde las sociedades prehispánicas hasta la construcción del primer ferrocarril transístmico.” En otras palabras, sería como empezar a leer una novela en el penúltimo capitulo.

La Galería de las Banderas es un espacio pequeño y acogedor que, por sus dimensiones, guarda el desafío de presentar una precisa selección de piezas con coherencia e impacto visual y emotivo. Sin embargo, el montaje –la forma como se presentan las piezas y los textos informativos– no es fluido, sino fragmentado, saltando de un tema o momento de la historia a otro, sin transiciones, con la falsa premisa de que todo pega solo por tratarse del símbolo patrio. Por ejemplo, en una misma sección se presentan, todo junto, la bandera autografiada por los negociadores panameños y estadounidenses durante la firma de los tratados Torrijos-Carter en 1977, una serie de tarjetas postales del siglo XX con el pabellón ondeando en monumentos públicos y la imagen de una dama envuelta en el tricolor personificando a la República, suvenires y objetos promocionales, y monedas conmemorativas de los Tratados Torrijos-Carter, entre otros.

Otro ejemplo: al colocarlas una al lado de la otra, se perdió el impacto visual que pudo haber conseguido exponer separadamente dos estupendas banderas abiertas, una del movimiento Acción Comunal, que en 1931 dio el primer golpe de Estado en la República, y la otra, en la que el embajador Miguel A. Moreno se envolvió en un gesto patriótico antes de partir a Estados Unidos para tratar de resolver la crisis de enero de 1964. La primera hubiese dado pistas sobre los orígenes ideológicos supranacionalistas (y luego xenofóbicos y racistas) en nuestro país y en el mundo. La segunda habría podido funcionar como un espejo de momentos de enorme peso histórico, como el actual, en que nuestro Gobierno intenta responder a la actitud intervencionista de Estados Unidos. Pero nunca es tarde para reformular este importantísimo espacio.

A propósito del 9 de enero, este mismo museo encargó una performance al panameño Jhafis Quintero, uno de nuestros artistas más reconocidos en el ámbito internacional. Del 8 al 21 de enero, Quintero llevó a cabo una serie de acciones públicas bajo el título de Vox populi. Sentado en una camioneta abierta, con paraguas y megáfono en mano, recitó, con la cadencia de los compradores de metal y chatarra, versos y poemas patrióticos de autores de la talla de Diana Morán, Moravia Ochoa, José Franco, Graciela Diez de Marichal, Elsie Alvarado de Ricord, Giovanna Benedetti, Eduardo Ritter, Demetrio Herrera Sevillano, Carlos Francisco Changmarin, y Ricardo Miró. Estos versos patrióticos de nuestros más queridos poetas se confundieron maravillosamente con las voces de vendedores ambulantes en Santa Ana, El Chorrillo, Ancón, El Cangrejo, Clayton y Albrook, entre otros barrios y sectores de la capital. Vox populi y muchas otras obras de calidad y rigor, confirman al Museo del Canal Interoceánico como la institución cultural con uno de los mejores programas de arte público en todo el país.

Cerámicas y santuarios

En mi recorrido ese día entré a la segunda sala, que, como comenté hace un mes en otro artículo, comienza con una selección de extraordinarias piezas precolombinas ligadas a diferentes partes del occidente y centro del país. Sin embargo, allí volví a encontrarme con la extraña y singular pieza que denuncié en este periódico por ser falsa, según los testimonios de dos peritos arqueólogos. La cerámica representa a un hombre con pintura corporal, desnudo y acostado boca arriba mostrando sus genitales y un agujero en el ano. La pieza también aparece de manera prominente en uno de los videos de la sala. Solicito ahora a la Dirección Nacional de Patrimonio Histórico del Ministerio de Cultura que tome cartas en el asunto y aclare la situación.

Terminé mi visita en el lugar obligatorio para conmemorar cada 9 de enero: el pequeño recinto donde reposa la bandera de la gesta del 1964. A media luz, el estandarte (lamentablemente restaurado por un Gobierno pasado, borrando así la historia de su ultraje) es un humilde monumento que resume lo mejor de nosotros; una brújula en momentos de confusión y peligro, como lo es este primer domingo de febrero del Año de la Serpiente.

Gracias a Marcela Ciacci, Silvia Micó y a Diego Alejandro Cedeño por su apoyo en la redacción de este artículo.

El autor es artista, profesor y director del Festival de Performance de Panamá.

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