“No dejo de oír a la gente pidiendo auxilio, su hilo de voz perdiéndose en la oscuridad y la silueta de un hombre en el techo de su coche alumbrada por...
- 02/07/2024 00:00
- 01/07/2024 19:52
Javier Morales es colombiano. Su familia debió desplazarse del campo hacia la ciudad debido a la violencia. Esa realidad y esa herencia -la vivida como la no vivida- da forma a su estilo artístico.
“Soy primitivista. Los primitivos son pintores que aparecen esporádicamente en el campo colombiano sin la necesidad de estar vinculados con la academia. Y yo aparecí así, empecé a pintar a los 11 años”, dice frente a la obra que está terminando en el Apartamento de Casa Santa Ana, lugar en el que la fundación ofrece residencias artísticas.
La escena que observamos tiene colores muy vivos y un dragón en primer plano. Bosquejado, está un san Jorge, montado a caballo y dispuesto a enfrentar al dragón. A sus alrededores, un paisaje que evoca las pinturas japonesas, orientales. Más adelante, cuenta, incluirá algunos patos inspirados en algunos mosaicos antiguos de oriente medio.
“Esto es primitivismo, pero es primitivismo mágico. Mi familia ha estado marcada por la violencia en Colombia, yo nunca viví en el campo. Y proviniendo del campo y siendo artista contemporáneo o te vas por la violencia o te vas por la superstición y yo me fui por la superstición. Me interesa mucho una forma de relatar el campo y alternar el relato violento, entonces aparecen estos relatos de encuentros con brujas y con el diablo y con la madre monte y la madre de agua de mi abuela, de mi mamá, de mis tías. Si la guerra es un acto masculino de destrucción, estos cuentos de las mujeres de mi familia son otra cara de ese campo que pues nunca pude vivir”, comenta.
Así, unas figuras míticas aparecen en sus obras. “Esta es mi abuela y este es mi abuelo. Mmi abuela es una víbora y mi abuelo es un gorrión”, dice señalando otra obra. Morales se propuso desarrollar una serie con dragones, pero estos dragones han devenido en otros personajes: mujeres que cuidan dragones o mujeres dragones; mujeres lagarto, cuidadoras de dragones, entre muchas otras variaciones.
“El formato de la residencia es que llegas al lugar o al espacio, al contexto y te dejas impregnar de lo que va sucediendo y pues vas siguiendo tus intuiciones, pero me gustó mucho el ejercicio de decir, bueno, voy a pintar dragones, vamos a ver qué pasa con esa idea, y fue muy refrescante no pedirle tanto al contexto un punto de partida, sino que ya tenía ese punto”, asegura.
La entrada del artista en el taller de Guillermo Vega en Getsemaní, Cartagena supuso un punto de partida a su transformación como primitivista. Su estilo es una mezcla de arte primitivo, arte naif y pintura vudú haitiana. Una mezcla que Morales llama primitivismo mágico. Observamos en una de las obras una similitud a las del arte Congo local. Todos tienen la misma raíz, los pueblos de la diáspora africana, cargados en mística y magia, esa magia que llega hasta de los relatos de su familia, con su propia magia incluida, así como influencias de una diversidad de lugares y tiempos.
Algunas de sus obras presentan elementos que nos retrotraen a la pintura flamenca, a la mitología oriental. Otros están influidos por un personaje como Sylvia Plath, o el dios Pan. Su obra es plena en elementos de otras épocas además de sueños, recuerdos, algunos gratos, otros tortuosos y también deseos.
El artista se maravilla del privilegio que tienen los artistas contemporáneos de saltar de una época a otra o de un lugar a otro, gracias a Google. Y esto el ha permitido revisar similitudes o diferencias en las cuales ha ideado cada una de sus obras.
“Esa boa soy yo. Suelo representarme mucho como autorretratos siendo entre bestia y humano. Me interesa dudar de la excepcionalidad de los humanos sobre las otras formas de vida, entonces eso está muy presente en mis pinturas”, dice.
“Esta es ‘Entrenadora certificada de salamandras gigantes”, señala otra de sus obras mientras explica: “Hay tres tipos de salamandras gigantes, está la China está la japonesa y está la norteamericana. Esta es la China, la más grande, y esa es la norteamericana. La paleta de colores fue una serie de intuiciones, de aciertos y desaciertos. Prueba y error. Mi proceso creativo es de probar muchos colores y taparlos. Avanzo 10 pasos y retrocedo siete y lo que quedan son tres pasos después de creación y destrucción”.
Morales considera que “uno dispone de 3 segundos para saber si a uno le gusta algo o no, si a uno le cae bien alguien o no, o si una imagen funcionó o no. “Creo que ser artista y ser pintor ahora es no casarse con una imagen por más hermosa que sea si no sientes que funciona, porque solo tienes una oportunidad para lograr ese efecto sensorial en el otro”, afirma. Y tiene muy claro lo que en un momento le dijo su asesor de tesis. “Las cosas a veces no funcionan como funcionan en la mente, entonces uno tiene que hacer pruebas y estar dispuesto a renunciar siempre que sea necesario”.
Para Javier, sus pinturas con como hijos, pero a diferencia de los humanos, a las pinturas uno las puede “destruir o matar y volver a hacer. Sí, tú le dedicas tiempo, le dedicas energía, le dedicas tu energía vital a una pintura, pero si no funciona tienes que destruirla y deshacerla, cambiar de imagen cambiar de rumbo”.
Y es que, como le dijera su profesor de Historia del Arte, “el acto es creativo se concreta al compartir con los otros. Antes de eso, es un acto masturbatorio, es autocomplacencia, entonces renunciando y no casándose con algo, tú trasciendes esa autocomplacencia y empiezas a entrar en el mundo de lo sensible de los otros”.
Pero más allá de complacerse a uno mismo o a una audiencia, para Morales en el arte se trata de creer. “La intuición funciona de la misma forma tanto en las artes adivinatorias, como en el arte contemporáneo. Es como el músculo de lo que aún no existe o el sentido de lo que está por existir. Pienso que la intuición funciona así tanto en la magia como en el arte contemporáneo y creo que ese es un fuerte en mi obra, la vinculación entre creer, ver al oficio como algo religioso”. El artista cree en los objetos como elementos que le hablan. “Los objetos son súper importantes en el arte contemporáneo y creo que el arte contemporáneo ahora se trata de creer. A veces a veces pienso que ni la ciencia ni las religiones, te dan pruebas o certeza de que existe el alma. Tal vez sí lo intentan, pero el arte lo hace de una forma muy efectiva muy práctica muy inmediata”.
Desde el primer artesano, desde antes de que el arte se considerara como tal, hasta el día de hoy, el arte no son más que “constataciones de que tenemos una vida hacia adentro, de que tenemos un alma, de que pensamos y soñamos y deseamos. De alguna manera todo eso queda materializado. Al final, lo que queda de todas las civilizaciones son objetos y los objetos habitan con nosotros el tiempo, habitan nuestras necesidades, nuestros espacios, son nuestros compañeros de vida y eventualmente nos suplantan”.
Morales juega con esa memoria y nuevas vidas que pueden tener los objetos. Por ello solicitó que le facilitaran materiales y soportes reutilizados. Así, algunos de sus bastidores habían contenido antes otros lienzos. Una tabla de picar se convierte en un soporte para una pintura. Trozos de cartón se convierten en máscaras para niños. Y es que el arte tiene magia, es un truco de ficción.
“Fingir, sin quererlo, fue mi primer acercamiento al arte contemporáneo. Hacer arte es siempre hacer una ficción, una mentira, una farsa; es un poco eso, generar trucos para que algo parezca algo que no es. El arte siempre es algo que no es, es lo que no está, es como un fantasma de lo que no está. y eso me hace volver un poco a lo que te conté del campo, de mi relación con el campo. Hay una constante en el arte contemporáneo latinoamericano en muchos artistas, en colombianos también y es que el acto creativo sucede como un contrapeso de lo que se ha ido para siempre de la ausencia”.