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- 13/05/2024 00:00
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Una acuarela recrea a la Monja Alférez (1585-1650) vestida con una armadura dorada y en posición de dar muerte a un originario que está a sus pies. El personaje y su nombre intrigaron a Gabriela Cabezón Cámara (Argentina, 1968), pero luego se olvidó de su existencia. De eso hace 20 años.
Su novela anterior, Las aventuras de la China Iron (2017), terminó en la selva misionera argentina. Quedó tan enamorada de la belleza de esa tierra, que quiso retomarla en Las niñas del naranjel (2023), que ocurre durante la conquista española sobre el continente americano. Fue allí cuando resurgió en su mente la Monja Alférez.
Ante las preguntas ¿hacia dónde vamos? y ¿cómo seguimos? escribió sobre el pasado, que en América Latina es otra manera de llamarle a nuestro presente: esclavitud, explotación al medio ambiente, represión social, predominio de las minorías por encima de las mayorías...
Tardó 6 años en acabar Las niñas del naranjel. Siempre invierte mucho tiempo en la escritura, pero esta es la que más horas le tomó, ya que le costó encontrar la música interna necesaria. Buscaba descubrir las diversas perspectivas, registros y voces que requería. La primera versión le salió con un tono cruel, pero después hubo espacio para algo de ternura para ella sobrevivir como narradora.
El festival literario Centroamérica Cuenta se desarrollará en Panamá del 22 al 26 de mayo. Una de sus invitadas es Gabriela Cabezón Cámara.
El 24 de mayo, a las 4:10 p.m., en el Museo del Canal, participará en la mesa redonda “Literatura y conciencia en la era de la Inteligencia Artificial”.
El 25 de mayo, a las 5:00 p.m., en el Teatro Nacional, estará en la mesa “Literatura y naturaleza”.
La acuarela fue el embudo donde podía meter todo lo que quería contar. De repente se me apareció. ¿Cómo puedo contar la historia? Con la Monja Alférez. Le inventé cosas que no pasaron y otras que se mencionan en su autobiografía. Hay algo en la memoria y en el proceso de escritura que se te aparece de forma inconsciente, como si se cristalizara.
En la escuela me contaban el genocidio provocado por los europeos durante la colonia como si fuera una película de aventuras.
En Argentina ni lo contaban. La primera intervención fuerte del Estado argentino en territorios amerindios ocurrió en la Patagonia y en la llanura pampeana. Le llamaron Campaña del desierto. ¿Para que mandaron enormes ejércitos para conquistar un desierto? Lo sucedido a los pueblos originarios apenas se menciona en el colegio. Uno de los últimos presidentes, supuestamente progresistas que tuvimos, dijo que los argentinos veníamos de los barcos. Nos han hecho creer que todos venimos del hombre blanco en un proceso de colonización mental. Quizás los argentinos seamos los más colonizados del continente.
Hay un montón. Están los mapuches, atacamas, charrúas, chulipís, guaraníes, etc. Son perseguidos y acusados de cosas ridículas. Son pueblos que se mantienen en condiciones de extrema dificultad. Tienen al Estado en su contra. Cada tanto los quieren sacar de sus territorios, vivos o muertos, no importa.
En Las niñas del naranjel la selva donde habitan los amerindios es un personaje en sí misma.
Fue un desafío hermoso, y, un intento amoroso, el de inventar a la selva y lo que representa para los pueblos originarios. Era escribir sobre cómo es y qué representa la tierra en plural. Porque la selva la hemos convertido en un concepto alienado.
Catalina de Erauso, la Monja Alférez, fue soldado, ludópata, viajera, canalla, audaz, peleona y asesina. Es un personaje fascinante del Siglo de Oro español.
Así es. Es como un personaje sacado del grotesco del horror. Todo lo que hizo quizás fue utilitario, pero tengo la impresión que le gustaba ser todas esas cosas. Las mujeres hemos tenido espacios acotados. En unos momentos históricos se acorta o se agranda más esos espacios, pero siempre nos quieren ubicar en un puesto de estar subordinadas.
Sí. Cada frontera que impide el paso de los migrantes es una hoguera. La manera de distribuir la riqueza en nuestros países. La ultra derecha en democracias que son sostenidas por imperios que prohíben leer ciertos libros y los sacan de las bibliotecas. El sistema en que estamos viviendo piensa que la mayoría de las personas son descartables dentro esta lucha de clases. ¿Cuánta gente puede ir de un país a otro? Poca y si insisten mucho sabemos lo que les pasa: los dejan ahogarse en el Mediterráneo o los cagan a tiros en el Río Bravo. Es atroz. Otros viven en territorios donde hay petróleo y los mandan al asador. Tenemos muchas peleas por delante, está difícil la cosa.
Por supuesto. Son una cosa espantosa. Dices una boludez y te saltan encima de manera condenatoria y hasta de muerte. Te linchan. A veces perdemos de vista que estas redes tienen dueños y que aplican algoritmos que destacan. El odio es promovido. Nos atacan especialmente a las mujeres. Es una cosa horrible. El problema ni siquiera son las redes o la inteligencia artificial, el problema es que estas tecnologías son usadas por sus dueños para determinados fines.
Intenté jugar con el lenguaje en todos los sentidos, y esa es una de las partes más divertidas de escribir. Un personaje masculino era una voz muy barroca, pero contemporánea, más unas palabras antiguas para crear una música. Después hay algo de guaraní en los diálogos. Otros hablan con un lenguaje más costeño. Un concierto con diversos instrumentos. Necesito una música interna dentro del texto. Poner una palabra tras otra, a veces por razones lógicas, otras por razones políticas. Así te aparecen cosas que no se te hubieran ocurrido nunca.
No sé por qué ocurre. Me resulta muy interesante. Es un fenómeno rarísimo. Son pocas palabras en guaraní, algunas repetidas muchas veces como la pregunta que se hace la niña protagonista: ¿por qué? Hay un juego que parece que funcionó. A penas hablo castellano, voy ahora a hablar guaraní (ríe).
El de carta me salió solo. Lo primero que escribí es lo que lees en la primera página del libro. La tercera persona es una especie de comodín que te permite todo, por ejemplo, modificar los puntos de vista de los personajes sin tener que modificar la personalidad de los personajes. Los diálogos me permitieron crear los encuentros y los desencuentros de los personajes.
Porque desde que sé leer y escribir no se me ocurre hacer otra cosa. Porque es como irte a otro mundo más interesante, divertido y aventurero.
¿Tú qué crees? (carcajadas). Preferiría ni escribir, ni leer (vuelven las risas). Puedo pasar mucho más tiempo sin escribir que sin leer.
Es un ejercicio de constancia sobre el presente. Es un deseo que me acontece de una manera bastante desorganizada. A veces soy feliz y en otras sufro como una perra (ríe) porque no queda el texto como quería o no logré lo que quería hacer. Esa sensación de vitalidad cuando fluye la escritura casi no me lo brinda otra cosa. Cuando escribo me siento viva.
Las ganas de seguir escribiendo sobre eso. A veces pienso que no fluye, que más nunca volveré a escribir y que lo que hago es una mierda (ríe). Como sigo teniendo ganas, insisto porque es un constante acto de fe.