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- 30/10/2024 00:00
- 29/10/2024 18:24
Antes de amenazar la biodiversidad, los océanos y la cadena alimentaria mundial, el plástico salvó numerosas vidas favoreciendo un desarrollo exponencial íntimamente vinculado al auge de la sociedad del consumo de masas después de la Segunda Guerra Mundial.
Resistente, ligero y económico, en la década de 1950 y las dos siguientes, el plástico contó con una imagen positiva “en todos los aspectos de la vida”, afirma el Atlas del Plástico, de la Fundación Heinroch Böll Stiftung.
En el campo sanitario, catéteres, bolsas, jeringuillas y otros dispositivos médicos de plástico de un solo uso han mejorado la higiene y la salud, y han contribuido al incremento de la esperanza de vida.
En el embalaje, los plásticos conservaron mejor los productos, redujeron el desperdicio de alimentos y, en la práctica, ayudaron a luchar contra el hambre, afirman algunos defensores de este material.
A principios de los años 1990, la epidemia de sida causaba estragos en la juventud. El grupo de rock francés Elmer Food Beat cantaba “el plástico, es fantástico” para promover el uso de preservativos frente a esta enfermedad: el látex, y por extensión el plástico, podía salvar vidas.
Pero veinte años después, los valores asociados a este material han cambiado. Esa misma banda musical modificó la letra de su canción para alertar de la contaminación: “el plástico, es dramático”, cantan ahora.
En el siglo XXI, “el plástico se vuelve inteligente, escucha a la gente”, defiende actualmente Mickaël Pruvost, ingeniero de investigación en el grupo químico Arkema.
Este fabricante de polímeros piezoeléctricos cargados de electrónicos o de sensores apuesta por plásticos que registran movimientos, vibraciones o ritmos cardíacos y, por ejemplo, envían señales en caso de caída de personas ancianas o bebés.
Hace dos siglos, los primeros plásticos se producían a partir de materias primas naturales y renovables, como el caucho de Charles Goodyear. En 1862 se creó la parkesina a través de celulosa vegetal moldeada con calor.
Eso permitió siete años después la invención del celuloide en Estados Unidos, que consiste en parkesina caliente mezclada con alcanfor y alcohol. Pronto aparecen sus primeras aplicaciones industriales: reemplaza el marfil de las bolas de billar o el carey de los peines, y se usa en las primeras películas cinematográficas.
En 1884, el químico francés Hilaire de Chardonnet patenta una fibra sintética, la primera tela artificial, con el nombre “seda Chardonnet”, que luego se convertirá en el nailon y el tergal.
El primer plástico completamente sintético, sin ninguna molécula presente en la naturaleza, lo inventa en 1907 en Estados Unidos el químico belga Léo Baekeland: la baquelita, formada por una reacción entre el fenol y el formaldehído. Sirve para fabricar carcasas de teléfonos, enchufes eléctricos o ceniceros.
En 1912, el pionero de los polímeros, el químico alemán Friz Klatte patenta el policluro de vinilo, más conocido después con las siglas PVC. En los años 1950 su uso se dispara al descubrirse que puede fabricarse a partir de un subproducto muy barato de la industria química, el cloro.
La producción industrial se desarrolla por 1950, a partir de fracciones refinadas de petróleo, alrededor de tres productos clave: la poliamida, que demostró su eficacia como tejido de los paracaídas estadounidenses durante el desembarco de Normandía en 1944; el teflón, un material de guerra usado por su resistencia que luego pasó a recubrir las sartenes del mundo entero, y la silicona.
El plástico está ahora presente en todos los rincones de la vida cotidiana. La producción mundial se multiplicó por 230 entre 1950 y la actualidad, mientras que la población mundial “solo” se triplicaba alcanzando 8.200 millones de habitantes, según la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE).
Hoy en día, el 60 % del plástico producido se destina al embalaje, la construcción y el transporte, el 10 % va al textil, 4 % a la electrónica, 10 % a productos de consumo, 2 % a neumáticos y 15 % a otros usos.
Solo 9 % se recicla y entre 19 millones y 23 millones de toneladas terminan en lagos, ríos y océanos, afirma la OCDE.
Desde 2019, la Organización Mundial de la Salud evalúa las consecuencias para la salud humana de los microplásticos que genera la degradación de los residuos plásticos en el medioambiente y que tiene consecuencias en el sistema inmunitario, respiratorio o endocrino, y reduce la fertilidad.