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- 03/11/2024 00:00
- 02/11/2024 15:13
Pocos saben que los samuráis existieron desde antes del Período Kamakura (1185-1333) hasta mediados del Periodo Meiji (1868-1912) incluidos doscientos cincuenta años de paz durante el Período Edo (1603-1868). Pertenecían a la casta bushi formada por “guerreros aristocráticos”, aunque luego el título de samurai se utilizó para denominar a todos los guerreros. En 1871 la casta fue abolida, pero los samuráis cuentan con más de setecientos años de historia.
Una fuente poco confiable indica que el primer seppuku —ritual de suicidio— pudo ocurrir a finales del Período Heian (794-1185), lo cierto es que era un acto común para evitar ser capturado por el enemigo en una guerra, para no terminar en el bando perdedor, o escapar de la tortura y de la humillación de haber perdido.
Según Ivan Morris, el abdomen se consideraba “el lugar donde se concentran la voluntad, espíritu, generosidad, valor y otras cualidades específicas” del guerrero, por lo que dicho acto demostraba el valor y espíritu del guerrero ante el enemigo.
Antes de adentrarnos en el ritual, debemos comprender su escritura, los kanji —ideogramas— son los mismos con que se escribe harakiri —cortarse el vientre— pero en el orden inverso, la pronunciación kun'yomi lee cada kanji por separado, hara estómago y kiri cortar, ergo “cortarse el estómago”. Sin embargo, al invertir el orden de los kanji se leen con la pronunciación on'yomi y como explicó el doctor Jonathan López-Vera: “Aunque significa lo mismo, no es gráfico porque ni Sep ni puku significan nada por separado... la palabra hara-kiri es mucho más gráfica para un japonés, “rajarse el estómago” pero resulta demasiado rudo y vulgar”.
El final es el mismo, pero los actos tienen connotaciones diferentes; el seppuku es “honorable”, el harakiri no. Esta visión mitificada y en alguna medida glorificada se debe —desde nuestro punto de vista— a dos autores, Inoue Tetsujiro (1855–1944) e Inazo Nitobe (1862–1933) quienes de una u otra forma ensalzaron muchos aspectos militares del Japón feudal en los albores del siglo XX.
A diferencia de lo que vemos en películas, el ritual solo pueden hacerlo los guerreros. El samurai viste de blanco, a su lado izquierdo los testigos, frente a él una pequeña mesa de madera con una copa de sake, un papel e implementos de escritura para su jisei —poema de muerte— y un wakizashi —espada corta— con la que inmolarse.
El suicida penetraba con el wakizashi el lado izquierdo del estómago, movía la hoja hacia la derecha y termina subiéndola, dibujando una “L” acostada. Existían otros cortes horizontales, verticales, en forma de “T” o “X”, la intención no era causar la muerte sino infligir una herida dolorosamente mortal de la cual fuese imposible recuperarse. Cuando su martirio era insoportable, alertaba al kaishakunin —asistente— quien a su derecha y katana en mano, debía cortar de una estocada precisa las cervicales sin cercenar la cabeza.
Martini Fisher explica: “El kaishakunin debía golpear con suficiente fuerza y delicadeza para cortar las cervicales, pero dejar la cabeza unida al cuello, ya que separarla por completo deshonraría a ambos”. El seppuku se impuso como pena capital a partir del Periodo Azuchi-Momoyama (1568-1603).
Algunos regentes lo usaron para librarse de sus enemigos, quienes los obligaban a escoger entre la vida de su familia y la propia. Si accedía al ritual, sus parientes probablemente fuesen despojados de sus tierras y títulos, pero vivirían. Ya en los albores del siglo XX, el libro de Nitobe Bushido: The Soul of Japan (“Bushido: el alma de Japón”, 1900) fue una mala influencia en militares que lo adoptaron como un manual de uso durante la Segunda Guerra Mundial.
El almirante de la Marina Imperial Japonesa Onishi Takijiro, conocido como el padre de los kamikaze, después de la rendición incondicional de Japón en 1945, se desventró. Según Morris, la espada utilizada —perteneciente a su amigo, Kodama Yoshio— estaba poco afilada, la falta de un kaishakunin para librarlo del dolor y su propia negativa a ser atendido por un doctor de la base militar en que se encontraba extendió su agonía por aproximadamente quince horas.
El último gran acto de seppuku se conoce como “El incidente Mishima” protagonizado por el famoso escritor y actor Mishima Yukio (Kimitake Hiraoka, 1925-1970). Nacionalista de derecha, organizó la tatenokai —Sociedad del escudo— un grupo que consideraba que Japón debía regresar a sus glorias pasadas. A los cuarenta y cinco años, con cuatro miembros de la tatenokai, Mishima secuestró al comandante Kanetoshi Mashita en un intento por sublevar a las tropas para desechar la constitución impuesta por los norteamericanos y volver a considerar al emperador como lo había sido: el descendiente divino. Las tropas hicieron caso omiso de su arenga e incluso se burlaron de él. Mishima regresó al despacho, liberó a Katenoshi y procedió con el seppuku, tristemente su kaishakunin no era diestro, asestó tres golpes a la espalda que exacerbaron el sufrimiento de Mishima, por lo que otro compañero tuvo que intervenir y dar la estocada final, cortando en su totalidad la cabeza del actor.
La casta samurai desapareció hace más de ciento cincuenta años, pero este sanguinario ritual se ha mantenido en el imaginario público como un acto noble, aunque ahora sabemos que no siempre lo fue. Sugerimos a nuestros lectores ver la película Harakiri (“Seppuku”, 1962) del maestro Kobayashi Masaki como ejemplo.
El autor es doctor en Comunicación Audiovisual y vicedecano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Panamá.