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- 07/07/2024 00:00
- 06/07/2024 17:35
Hace varios años, un grupo de profesores de la Universidad de Panamá preparamos un documento crítico sobre el estado de los monumentos históricos y en general sobre el patrimonio histórico.
Ruinas en ruinas, museos abandonados, cero investigaciones con recursos del estado, etc. El documento fue enviado a un periódico de la localidad, pero engavetado cuando el padre de la directora de la institución correspondiente evitó que fuera publicado.
Un ejemplo son los museos; y en ellos, el museo Antropológico Reina Torres de Araúz. Cuando la Dra. Reina Torres de Araúz iniciaba su propuesta de habilitar los espacios de la estación final del ferrocarril como museo, hubo oposición discreta entre sectores del gobierno y empresarial. Había, aparentemente, intereses en los terrenos de ese sitio, algo lógico en una sociedad regida por poderosas fuerzas de la especialidad en bienes raíces.
La Dra. Araúz logró convencer al gobierno de las ventajas de habilitar el sitio, que aún no había sido declarado monumento histórico y, en términos relativamente cortos, creó el Museo del Hombre Panameño, denominación que tenía la intención de mostrar la evolución histórica de la sociedad panameña en conjunto, desde sus inicios prehispánicos hasta el presente. Tiempo después de su fallecimiento, y frente a los reclamos de la paridad de género, se eliminó esa denominación considerada machista y se la bautizó en su nombre.
Como se sabe, la creación de Patrimonio Histórico (dentro de lo que fue originalmente el instituto de Cultura y Deportes) fue bajo los auspicios del General Omar Torrijos en un contexto de propuesta nacionalista (algunos dicen populista). Así, esa museología se alineaba con la filosofía del rescate de la identidad del panameño, proceso que fue paralelo al rescate de la soberanía del Canal de Panamá.
Desafortunadamente, después de la muerte de la Dra. Araúz y del General Torrijos, hechos ocurridos a distancia de pocos meses, las crisis políticas y económicas que sobrevinieron, los recursos menguaron y las dificultades para mantener el sistema de museos aumentaron.
Con el retorno a la institucionalidad multipartidista y el reinicio de una economía comercial, los museos quedaron deprimidos, y lo que se llama mantenimiento sufrió sus peores momentos, como también un recambio generacional poco vinculado a la filosofía que gestó la propuesta histórica de los museos.
Hasta el punto de que la biblioteca de la institución fue desmantelada como también las piezas, hoy casi irremplazables, de lo que entonces se exhibía, pues las culturas cambian y los pueblos adoptan otras técnicas y artes reemplazando las tradicionales y cotidianas.
Todavía se desconoce que ocurrió con esas piezas; si fueron a dar a la basura o quién sabe a dónde. De la misma manera que ocurrió con el robo de las piezas de orfebrería prehispánicas; o como ha ocurrido recientemente con la biblioteca Eusebio A. Morales, del Instituto Nacional.
Igual ocurre con el estado del hoy museo de ciencias, en sus inicios un museo heterogéneo de historia, ciencias y arqueología, cuyo edificio empieza a mostrar los rasgos de una estructura en ruinas.
Todo esto llama la atención en un periodo de bonanza económica que ha vivido el país desde la reversión del canal. Esa fuente de dinero no ha contribuido sino de manera marginal a poner todo el sistema de custodia patrimonial en las condiciones que proponen que el país sea del primer mundo. En general ha servido para mantener una burocracia inhabilitada por falta de recursos como de formación para garantizar instituciones de primer orden científico.
Bajo el supuesto de reiniciar el mantenimiento del edificio, afectado por problemas físicos, el museo Reina Torres fue desmantelado, sus piezas arqueológicas trasladadas al edificio de los niños y las niñas; y luego nuevamente trasladadas a otro sitio porque a la primera dama de uno de estos gobiernos se le ocurrió desmantelarlo y guardarlo en depósitos de donde no saldrían sino hasta cuando el gobierno de Juan Carlos Varela decidiera rehabilitar el edificio histórico, proyecto que empezó con aparente buenos vientos pero que luego amainaron hasta quedar sin dirección y abandonado.
De igual manera, como lo denunciara Ileana Gólcher hace algunos años, los demás museos del país sufrieron la misma suerte de abandono. Hoy el museo Antropológico Reina Torres de Araúz está en fase de renovación y se esperaba que fuese abierto antes de terminar el gobierno del presidente, Laurentino Cortizo (30 de junio de 2024).
Se pretende que este país proyecte imagen del primer mundo, pero sin crear las bases socioculturales para eso. Para muchos empresarios y algunos intelectuales lo más cercano a ese imaginario son esos altos edificios que en tiempos de cambio climático atentan contra los recursos de la sociedad, el agua, la madera y las materias primas que se usan en la construcción. Ese imaginario es el que ha contribuido al abandono de la formación del capital social necesario en el país, el verdadero.
Durante el gobierno de Guillermo Endara las instituciones patrimoniales como los ahora ministerios de Ambiente y de Cultura, fueron declarados de tercer orden porque no generaban ingresos. Así, sus recursos y poder de decisión fueron limitados desde entonces. De esta manera, la burocracia institucional ha tenido poco margen de acción, al contar con poco o casi nada de personal especializado en los campos correspondientes, antropólogos, historiadores, arqueólogos, lingüistas, restauradores, etc.
No se le puede pedir peras al olmo cuando la intención parece ser mantener estas instituciones en el nivel en que están. Lo que hace de las políticas de turismo algo paradojal, cuando uno de sus principales elementos de oferta o atracción sobre la cultura de un país son los museos que no son necesariamente entes estáticos excepto cuando carecen de los recursos para innovar.
¿Qué podemos esperar para los próximos años aun en el supuesto de reforzarse el presupuesto en todos los órdenes del patrimonio? Asumamos que sí, que fondos del turismo y del canal pasarán ser parte del presupuesto dirigido a todos los temas culturales. Pero entonces la Universidad de Panamá no se ha puesto al nivel de la demanda en este aspecto pues no tiene cursos ni carreras para preparar al personal idóneo necesario, con lo que mantiene abierta la puerta para las viejas prácticas, de destinar a servidores de tercer orden a limpiar el polvo de las exhibiciones.
En definitiva, no se trata de colocar en instituciones culturales personal políticamente idóneo sin poder político, para evitar la depredación del patrimonio del país en sus dos vertientes, el natural y el cultural, como ha ocurrido recientemente.
*El autor es historiador y antropólogo. Académico de la Universidad de Panamá