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- 13/10/2024 00:00
- 12/10/2024 16:49
He sentido la necesidad de volver sobre un libro, El liberalismo del miedo, porque aunque el artículo que contiene fue escrito hace décadas por Judith Shklar (1928-1992), y en un contexto claramente distinto, las ideas que allí plantea “una de las figuras clave del pensamiento político estadounidense” están más vigentes que nunca.
Shklar parte de una idea fundamental: que el papel del Estado liberal no es proporcionar a la población el mejor bien, sino el menor mal. Y lo afirma porque está pensando en aquellos sectores de la población más vulnerables, víctimas históricas de la crueldad, entendiendo por crueldad “la deliberada imposición de daños físicos —y en consecuencia emocionales— sobre una persona o grupo más débil, por parte de personas o grupos más fuertes que buscan algún objetivo tangible o intangible”.
Para Shklar, más que apostar por la esperanza, hay que hacerlo por la memoria. En este sentido, califica su liberalismo del miedo como uno de “contenido absolutamente no utópico”, frente a otras dos corrientes de esta doctrina política que entienden que su objetivo es buscar “la satisfacción constante de un orden normativo preestablecido ideal, ya sea de la naturaleza o de Dios”, y que se consigue mediante las adecuadas garantías públicas —liberalismo de los derechos—; o aquel que se sostiene sobre la idea de que solo con libertad es posible el progreso personal y social —el liberalismo del desarrollo personal—, que además entiende como progreso la vida moral y el desarrollo del conocimiento.
Digamos que todo esto es cierto, en efecto: que las instituciones fuertes de un Estado liberal constituyen garantía pública del respeto de derechos, y que la libertad individual permite el desarrollo personal y social. Para Shklar, sin embargo, ambas visiones son ideales porque no contemplan la historia y la realidad: “Decimos nunca más, pero en algún lugar alguien está siendo torturado (...) y el miedo desatado ha vuelto a convertirse en la forma más común de control social”.
Responder a realidades innegables demostradas por la historia política y concentrarse en el control de daños.
Garantizar la libertad frente al abuso de poder y la intimidación de los indefensos.
Entender que los abusos de poder o los excesos de los organismos oficiales y grupos particulares pueden darse en todo tipo de regímenes.
Entender que los más débiles y vulnerables no tienen ni las fuerzas ni las posibilidades de defenderse de los abusos, tal como teorizan los liberalismos de los derechos y del progreso personal.
Comprender que las cargas más pesadas o los mayores abusos o excesos siempre los sufren los más pobres y débiles; “la historia de los pobres, comparada con la de las diferentes élites, lo deja de sobra patente”.
Hay otro elemento que hace atractivo el pensamiento de esta autora, y es el hecho de que entiende que la razón no basta: “Produciríamos mucho menos daño si aprendiéramos a aceptarnos mutuamente como seres sintientes”.
¿Por qué volver sobre Shklar? Porque a nuestro alrededor vemos crueldad por todas partes: ¿acaso no es inhumano que un cotizante del Seguro Social tenga que esperar meses por una operación? ¿Que los niños de la comarca Ngäbe-Buglé se ahoguen tratando de llegar a su escuela? ¿Que los salarios que pagan las empresas apenas alcanzan para lo que Hannah Arendt llamó “la labor” (las necesidades vitales), y a veces ni para eso? ¿Que se intente establecer un sistema de pensiones que desfavorece a los que menos ganan? ¿Que se esté asesinando a miles de civiles en la franja de Gaza? ¿Que desde el Estado se insista en la militarización de la ciudad como medida de seguridad? ¿Se trata esto último de una política de seguridad o de una política de intimidación?
Frente a estas y otras posibles formas de barbarie institucionalizada: ¿Cómo esperar actitudes ciudadanas de defensa de los derechos, si la mayoría vive con terror y miedo al desamparo? ¿Sería demasiado paranoico afirmar que tal estado de cosas son intencionales?
Para el filósofo y sociólogo alemán Axel Honneth (1949), la mirada de Shklar sobre el liberalismo nació de la conciencia de que “una comunidad liberal está expuesta a una amenaza interna por el hecho de que pueden prosperar en ella vicios totalmente habituales como el clasismo y el esnobismo”. Esta idea, explica Honneth en el prólogo, la dejó Shklar plasmada en su libro Vicios ordinarios, y me parece bastante certera: un liberalismo que concibe el funcionamiento de la sociedad desde un topos urano, desde un mundo de las ideas que no se condice con la historia y la realidad, termina convirtiéndose en una versión clasista y rapaz del liberalismo, capaz de imponer el terror a través de la fuerza o la omisión.