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- 14/06/2020 00:00
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¿Se ha puesto a pensar qué pasará cuando la última persona que haga sombreros pintados muera?, ¿o con el arte de la pollera calada, y lo que puede sonar banal, con la verdadera receta del tamal de olla? Los japoneses se preocuparon, reflexionaron y tienen un plan de contingencia.
A mediados del período Showa (1926-1989), poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Japón creó la ley de protección de la propiedad cultural, que cuida, entre otras cosas, al activo cultural intangible importante, y a partir de 1950 la unificación de varias leyes de protección se conocieron como Ningen Kokuho –tesoro vivo nacional–, un título honorífico que se les otorga a los japoneses que han dominado una técnica tradicional como la cerámica –tougei–, los textiles –senshoku–, la metalurgia –kinkouv, los laqueados –urushi– y la madera o bambú –kichikkou–, entre otras, y que han logrado el más alto nivel de calidad. Dicha ley busca: “preservar y utilizar las propiedades culturales, de modo que la cultura de los japoneses pueda fomentarse y contribuir a la comprensión cultural mundial”.
En 1955 se hizo el primer reconocimiento a uno de los numerosos artesanos considerados tesoros vivos nacionales. El título honra a su receptor y existen tres tipos: la certificación individual –Kakko Nintei–, la colectiva –Sogo Nintei– y la de grupo de conservación –Hoji Dantai Nintei–. La escogencia de los artesanos es un proceso arduo en el que participan expertos en arte y delegados del Ministerio de Educación, 32 personas en total cuya decisión debe ser unánime. Evidentemente existen restricciones para los concurrentes: deben ser japoneses, mayores de edad y no políticos. La ley otorga un estipendio anual de 2 millones de yenes, más de $18,000, y fondos para enseñar a sus sucesores, en una relación sempai-kohai, es decir de interdependencia alumno-tutor que incentiva el arte, técnicas y procesos de creación que serán transmitidas a nuevas generaciones, garantizando que el producto final mantenga los niveles de calidad del maestro. Con el pasar de los años se han ido agregando otras artes intangibles, como las obras de teatro Noh, Kabuki y Bunraku o el Gagaku –música y danza de las cortes imperiales del siglo VII–.
No hay duda de que el carácter de la ley es bueno, pero como en casi todo el Ningen Kokuho ha tenido sus seguidores y detractores. Fukuda Tsuneari, en la introducción que hizo para el libro Las artesanías duraderas del Japón: 33 tesoros vivos nacionales describió su proceso de creación como: [Los artesanos] “se aniquilaron en su servicio a las cosas materiales, controlando cualquier sentimiento de egoísmo que hayan tenido y dedicándose a sacar el espíritu del objeto que han creado”. Esta visión romántica de mediados del siglo pasado fue del agrado de muchos, no obstante, Bárbara Adachi, en su libro Los tesoros vivos del Japón, critica el nombre del programa: “A pesar de las protestas de parte del Ministerio de Educación y los propios galardonados, el programa está diseñado no para honrar individuos, sino para garantizar que ciertas artesanías tradicionales se transmitan a futuras generaciones” .
En la actualidad existen más de 100 artesanos que ostentan el título de tesoro vivo nacional; algunas de sus obras se exhiben en museos como el de Artesanías y Diseño o la Galería de artesanías y artes tradicionales, ambos en Kioto, mientras que otras son destinadas a la venta al público. Algunas cuestan importantes sumas de dinero, pues se valora el tiempo y dedicación en la creación y pueden ser piezas de madera, metal o cerámica, entre otros materiales. Una búsqueda rápida en internet permitirá acceder a videos documentales de algunos de los galardonados, tales como Kiyotsugu Nakagawa, quien trabaja la técnica masame-awase, bautizada así por Tatsuaki Kuroda, que consiste en trabajar con las vetas de la madera y reordenarlas para producir hermosas formas geométricas. Otro artista de la madera es Akira Murayama, su técnica conocida como kurinomo viene del kanji kuri, que significa tallar con formón, su trabajo se caracteriza por no utilizar goma ni clavos en la unión de sus piezas y por el movimiento que logra mediante sinuosas curvas. Así podremos continuar con los hermosos laqueados creados por Kazumi Murose caracterizados por sus detalles florales contra un fondo negro, que los hace exquisitos, o con la porcelana esmaltada creada por Yasokichi Tokuda III, con sus tonos que parecen llevarnos a las profundidades de los océanos; Nobuko Akiyama, con sus muñecas de tela y papel, y las tallas en metal de Mitsuo Masuda. Estos son solo unos cuantos de los más de 100 tesoros vivos en la actualidad.
En un mundo donde la inmediatez, la industrialización y los precios bajos dominan, es imprescindible y casi un deber apreciar el esfuerzo, tiempo y dedicación que estos artesanos ponen en sus creaciones. Desafortunadamente, la introducción del plástico y diversos tipos de acrílico han hecho que la demanda por los originales baje, además de que la cultura de productos baratos de usar y tirar se ha globalizado. Un mundo en el que no se aprecie la belleza de las obras artísticas es un lugar un poco triste; esa lección la han aprendido los japoneses y están realizando esfuerzos para que las futuras generaciones puedan disfrutar de estas joyas nacionales.
No debemos terminar sin agradecer a César R. Sanjur B. y a los muchachos de la Japan International Cooperation Agency por su ayuda con ciertos términos japoneses.
El autor es catedrático de la Universidad de Panamá y doctor en comunicación audiovisual y publicidad.