Soñar no cuesta nada, pero al empresario español Adolfo Olloqui Arnedo el sueño de tener un palacio en la Bahía de Panamá le ha costado mucho. No sólo ha dilapidado parte de su vida y de su tiempo, sino también unos 10 o 12 millones de dólares por gastos operativos y de gestión sin haber iniciado el proyecto. “No sé cómo he sobrevivido a esto” suele decir el presidente de la Corporación Iberoamericana de Negocios, quien sin embargo no ha desistido de este emprendimiento que aún no cuenta con el aval de Ingeniería Municipal para el inicio de obras.
Y por ver realizado ese sueño que se le escapa de las manos desde el año 2006 y que es lo único que tiene pendiente en la vida, Olloqui está dispuesto a hacer lo que tenga que hacer, como decírselo al Presidente Ricardo Martinelli – a quien recibió en Zaragoza durante un viaje privado antes de su posesión – para conseguir la renovación de la licencia de construcción y empezar las obras de una nueva versión de su Palacio de la Bahía.
A sus 74 años Adolfo Olloqui es un hombre dueño de una gran fuerza de voluntad, según su propia descripción, con mucha fe en sí mismo, que cree que en la vida no hay nada imposible y que todo se logra con tesón, inteligencia y con un equipo. Quizás por eso hace imprimir por miles para regalar, unas pequeñas estampas que extrae de su destartalada cartera, con paisajes de Zaragoza o la imagen de la Virgen del Pilar por un lado y, por el otro, un pensamiento dedicado a la constancia, virtud que “no puede ser sustituida por nada en el mundo” en su opinión.
El sueño de Adolfo Olloqui, de construir el Palacio de la Bahía en la Avenida Balboa – “un edificio multifuncional que identifique a Panamá”, dice el empresario – , empezó a malograrse cuando, según su propietario, el arquitecto seleccionado por el aspecto externo de su propuesta, “nunca entregó el proyecto, nos engañó y nos hizo ver que estaba calificado y cualificado” para el trabajo. Mientras que el aludido, el arquitecto Jesús Díaz, dijo en ese entonces a los medios que se había cambiado el diseño original sin su autorización. Lo cierto es que entre la suspensión de la obra por parte de las autoridades municipales, la crisis económica y la espera para la renovación de la licencia de construcción, el proyecto sigue siendo solo eso: un proyecto.
Y Olloqui siente esto como una afrenta inmerecida, porque junto a sus hijos, se considera el promotor del desarrollo inmobiliario de la Avenida Balboa. “Somos un grupo que ha levantado Panamá en el mundo. Era un país desconocido y nosotros lo lanzamos al mundo”, afirma enfático.
Nacido en La Rioja, España, Adolfo Olloqui se confiesa un apasionado del trópico desde que en 1967 a causa de una tormenta que canceló su vuelo hacia Bogotá, se vio obligado a permanecer 24 horas en Panamá, país del que solamente conocía, por referencias, el Canal. A partir de entonces pero con más regularidad desde 1970, empezó negocios en el istmo. Al principio solamente utilizaba la Zona Libre como una plataforma de reexportación de mercadería procedente de España y más adelante se involucró en la rama inmobiliaria al impulsar junto a Johnny Medrano, uno de sus amigos panameños, el conjunto residencial Dos Mares.
Hoy el Grupo Olloqui, está empeñado en desarrollar varios proyectos inmobiliarios en Panamá, al considerar que “no se ha hecho ningún hotel significativo en la ciudad y se necesitan varios miles de habitaciones”. El estrella es el del Palacio de la Bahía cuyo referente es el Four Seasons de Miami, con una inversión aproximada de 300 millones de dólares, 72 pisos y 270 metros de altura y ubicado en la Avenida Balboa. Calle de por medio se construirá el Gran Hotel Bahía y en la Avenida México se han proyectado otros tres hoteles de 3 y 4 estrellas. Otro de sus proyectos es un conjunto residencial para personas de la tercera edad en Clayton que constará de 300 suites con todas las facilidades y una clínica.
Todo esto sin menoscabo del millonario negocio de las comunicaciones con el cual el Grupo Olloqui factura 800 millones de dólares por año, emplea a 3,500 personas en varios países y utiliza a Panamá como sitio de tránsito, además de los proyectos de reforestación en 3,000 hectáreas de bosque húmedo en Ecuador y algo menos de 200 en Darién.
TRABAJO Y ENTRETENIMIENTO
Olloqui es un adicto al trabajo. Sólo el haber cruzado casi unas docena de veces el Atlántico por negocios en lo que va del año parece confirmarlo. Su día empieza alrededor de las 8 de la mañana y termina recién a las 2 y 30 de la madrugada. De contextura gruesa, más bien gordito, estatura baja, ceño fruncido, que distiende ocasionalmente con una carcajada – que no logra disimular su carácter enérgico y hasta intolerante – se ve siempre apurado. Su blackberry no deja de sonar al igual que su teléfono fijo y siempre hay alguien esperando para una reunión. Incluso cuando lee, algo que le gusta sobremanera, es sobre negocios. No tiene tiempo para leer novelas y tampoco para otra actividad que le atrae desde joven: jugar al fútbol. “Yo casi fui jugador profesional”, dice con una sonrisa de satisfacción.
En el poco tiempo que le queda libre procura compartir con su familia y disfrutar con los amigos de un buen habano. Su favorito es el Montecristo, que en su caso no va acompañado ni de un trago ni de un café, porque no toma ni lo uno ni lo otro. Sin embargo, se complace en producir vino en España para obsequiar a sus amigos Aunque asegura tener amigos en todo el mundo confiesa que cree tener más enemigos. Pero eso no le preocupa porque haciendo suyo un pensamiento de José Martí está convencido de que “el que enemigos no tenga, señal es que no tiene ni talento que haga sombra, ni carácter que impresione, ni valor temido, ni honra que le murmuren, ni bienes que se codicien, ni cosa buena que se envidie”.
Reconocido por unos, criticado por otros y con su sueño por cumplir, Adolfo Olloqui insiste en que su interés por desarrollar el Palacio de la Bahía no es económico. “Desde que vine acá tengo los mismos coches y las mismas casas, ya no podré comprar más de lo que tengo, lo que quiero es hacer algo importante en Panamá para el mundo”, concluye.