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- 22/06/2022 13:08
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Cuanto la Luftwaffe (fuerza aérea alemana) comenzó a bombardear la ciudad de Sedán, Francia, en medio de las balas, la familia Poznanski huyó y las imágenes de terror empezaron a formarse en la memoria de Félix, quien estaba próximo a cumplir siete años. “Podía ver por la ventana del auto cuerpos mutilados a lo largo del camino”, relata Félix Poznanski.
Sobreviviente del Holocausto, Poznanski, narra a La Estrella de Panamá su historia marcada, pero no definida, por su vivencia en el campo de concentración y exterminio de la Alemania nazi, Auschwitz.
Tras imponerse, junto a su padre, un silencio de décadas, para tratar de sobrevivir a ese capítulo que le tocó vivir en su infancia, Poznanski recopila e imprime sus memorias en Mi vida más allá de Auschwitz en 2020.
Hoy, a sus 87 años, repasa hechos de la segunda guerra mundial y habla de temas de actualidad.
“Muertos, huérfanos, enfermos, pérdida de alimento, destrucción, tristeza, esto es lo que hay detrás de toda guerra”, sostiene Poznanski.
“Estoy en contra de todo lo que es violencia, escucho en la televisión lo de Ucrania y me duele el corazón de ver cómo los rusos tiran -disparan - a la gente, no les importa nada. Es un criminal de guerra Putin”, dice Poznanski.
El autor del libro Mi vida más allá de Auschwitz tuvo su primera cercanía con una guerra en 1940, cuando tenía seis años de edad. En ese momento, el ejército alemán llegó a Sedán, lugar donde él y sus padres vivían, iniciando con ello la ocupación de Francia. En aquellos días su padre formaba parte del ejército. Poznanski y su madre, al igual que decenas de familia en Sedán, salieron en busca de refugio.
Tras “largas horas de viajes” se refugiaron en una ciudad, con la esperanza de que los alemanes y el enfrentamiento no llegaran allí. Pero la realidad fue otra.
Poznanski, quien vivió desde su infancia los horrores de la guerra y conoce por dentro el conflicto armado pues fue soldado y prestó servicio en la guerra de Francia e Indochina, conocida como la Guerra de Indochina, Primera Guerra de Indochina o Guerra de Resistencia contra Francia (1946-1954), hoy reflexiona y asegura, con voz pausa, entrecortada, pero firme, que no hay causas justificadas para que dos naciones entren en conflicto bélico.
“Al subir a un avión”, dice el autor de Mi vida más allá de Auschwitz, “sabía a lo que iba”. “No pensaba en lo que estaba haciendo; recibía la orden e iba directo a matar. En lo único que pensaba era en tirar las bombas, ametrallar y regresar”, anota Poznanski, quien enfatiza que “solo hay dolor y muerte en las guerras”.
“No se puede entrar a un país vecino con tanques y matar gente, no. -La guerra entre Rusia y Ucrania- no da para pensar mucho. Son asesinos y punto. No importa lo que quieras, no debes matar gente. Vladímir Putin se esconde en los soldados, no da la cara. Es un asesino terrible. Mucha gente ha muerto por él en poco tiempo”, dice.
“¿La guerra en Ucrania, para qué?”, cuestiona. “Hay sufrimiento. Quienes participan no pueden pensar si están en el bando bueno o malo. Si estás bajo las órdenes de más arriba, tienes que cumplir sí o sí. Los soldados no piensan '¿estaré haciendo lo correcto?'.
Para explicar cómo se siente un soldado recibiendo órdenes durante una guerra, Poznanski utiliza la imagen de un caballo con anteojeras, aquella pieza que se usa para tapar la visibilidad lateral del animal, de manera que solo pueda ver hacia el frente. Poznanski coloca sus manos en los lados de su rostro y detalla: “usted está como los caballos contra el ejército, tiene que seguir las órdenes y no mirar para un lado ni el otro, no hay opción de cambiar de idea, salvo si eres desertor”. “Me pasó algo así”, dice.
Su participación como soldado en la guerra inició cuando debía realizar el servicio militar obligatorio, que era de tres años.
“Me alisté en 1953 y me fui a Charleville-Mézières en las Ardenas. Ingresé a la fuerza aérea y comencé mi preparación como piloto. Fueron seis meses de un fuerte entrenamiento diario que comenzaba a las seis de la mañana con una rutina de ejercicio físico. Recibíamos, entre otras cosas, clases de tiro y paracaidismo”, reseña Poznanski en el texto.
Para la fecha, Francia estaba en guerra con Indochina, constituida por los territorios de Vietnam, Laos y Camboya. Era una colonia francesa que se había revelado y luchaba desde 1946 por alcanzar su independencia.
Al finalizar el entrenamiento, lo enviaron a Indochina, al norte de Vietnam.
“A los pocos días de mis primeras misiones me pusieron al frente de un escuadrón de cinco aviones y me ascendieron al rango de capitán por mi capacidad para comandar. Yo iba al frente del escuadrón marcando las posiciones. Pilotaba un cazabombardero, era un avión Cobra muy ligero, diseñado por los norteamericanos. Nuestra misión consistía en ametrallar los puntos estratégicos para apoyar a la infantería” escribe Poznanski.
En 1954, mientras el joven Poznanski estaba en una asignación, le informaron que debía abandonar la misión para retornar a Francia. “En aquel momento se desarrollaba la batalla de Dien Bien Phu, en la cual murieron gran cantidad de combatientes de ambos bandos. La victoria de los vietnamitas selló el fin del enfrentamiento y el general Charles de Gaulle retiró a todo su ejército después de ocho años de conflicto”, indica.
Cuando culminó la Primera Guerra de Indochina inmediatamente el joven soldado fue enviado a Argelia.
En 1954 se inició en Argelia un movimiento independentista contra el dominio colonial francés. Francia poseía en Argelia grandes extensiones de viñedos.
“El general De Gaulle ordenó la intervención marítima y aérea para suprimir la rebelión, por lo que Argelia se convirtió en mi siguiente destino. Teníamos un cuartel en el que estábamos los graduados que poseíamos un alto rango, aunque todos éramos muy jóvenes; el de mayor edad no pasaba de veinticinco o treinta años”, reseña el escritor.
Relata a La Estrella de Panamá que pilotaba el primer avión a propulsión, llamado Mystère, un cazabombardero. “Fue diseñado por un sobreviviente del campo de concentración de Buchenwald, quien más tarde construiría el Mirage”, afirma.
Detalla que “este avión rompía la barrera del sonido; viajaba a propulsión. Cuando despegaba llegaba a alcanzar los 2700 metros por minuto, se requería de una fuerza tremenda. No había seguridad como ahora, así que teníamos que resistirlo. Yo despegaba primero y de inmediato mi escuadrón. La orden era no atacar a civiles, pero a veces el enemigo se escondía en poblados, utilizando a los habitantes como escudo. Era muy difícil atacar esos objetivos”.
Entre recuerdos, unos más claros que otros, Poznanski reitera “matar gente es terrible”. Asegura que tras la guerra, algunos de sus compañeros de batalla terminaron en hospitales psiquiátricos.
Al año y medio de estar sirviendo al ejército, en una de sus licencias de 10 días, regresó a su casa, a Sedán. “Cuando voy a mi casa vi todos los paquetes listos para irnos. Pelee con mi padre porque no podía ser desertor. Mi padre me dijo: Nos vamos a Uruguay. Y nos fuimos en barco”.
Al llegar a Uruguay se presenta en la embajada de Francia, donde se le dijo que debía regresar a cumplir con el ejército. “Pero tuve la suerte de que fui tomado como insubordinado y no desertor, que era la verdad. Por ello no me dieron la pena de muerte, que era la que correspondía, solo me dijeron a través de una nota que se me confiscaban todos mis bienes en Francia y que tenía un año de cárcel”.
“Después de la guerra he vivido gobiernos democráticos en Francia, Uruguay y en Panamá. También he vivido momentos muy lindos”, dice Poznanski.
Considera que “en el tema de los derechos humanos se habla mucho y no se hace nada. Los pueblos están sumisos bajo el gobierno de turno. Se violan en sudamericana. Bolivia, Perú, Venezuela, Ecuador, Cuba, todos están tirando para la izquierda y en la izquierda no vas a encontrar nada bueno”, afirma.
Agrega: “Maduro, otro criminal, horrible, la gente se escapa -de Venezuela- al igual que de Ucrania. Yo simpatizaba con Fidel Castro. Sale Batista que es un delincuente y al final él -Fidel Castro- fue peor que Batista”.
“Yo perdí todos mis derechos cuando estuve en el campo de Auschwitz”, recuerda.
Poznanski nació en París. Recuerda claramente que su padre le contó que fue inscrito en el Registro Civil al año siguiente, por lo que en sus documentos tiene un año menos.
A los cuatro años de edad, junto a su familia se establecen en Sedán, Francia.
Narra que su vida transcurría de manera regular con juguetes, escuela, padre trabajando fuera de casa y su madre en el hogar.
El 10 de mayo de 1940 marcó un antes y después en la familia. El ejército alemán inició la ocupación de Francia. Junto a su madre y otros residentes de Sedán huyen a la región de Niort.
Mamá salió a comprar alimentos. Poznanski se quedó en el apartamento donde vivía junto a otros familiares. De repente escucharon golpes. La Gestapo, Policía secreta oficial de la Alemania nazi, entró con fusiles y látigo en mano. Les solicitaron la documentación, así que, por sus apellidos, no pudieron negar que eran judíos.
“Fue el momento en que más he sentido miedo”, reconoce.“Se me congeló la sangre, me dio un miedo tremendo de ver esos tipos con fusiles, me cargaron a un camión”, dice.
Junto a otras personas lo trasladaron a un centro de reclutamiento de judíos en Poitiers. “Vivimos momentos muy difíciles: los alemanes nos lanzaban a sus perros y estos nos mordían las piernas; nos obligaban a lustrarles los zapatos con la lengua. Las condiciones eran extremas. Yo era un niño y estaba solo”.
Ceca de 60 días después lo subieron a un vagón de tren con cientos de personas. “Había mucha gente llorando, no nos podíamos mover por la cantidad de persona, teníamos sed y hambre a tal grado que algunos llegaron a masticar suela de zapatos para engañar el estómago”.
El recorrido duró más de una semana hasta llegar a Auschwitz.
Tras su llegada el grupo fue dividido. Unos tenían que ir a trabajar y a los otros los mandaban a las duchas de “desinfección”, que eran en realidad cámaras de gas.
A Poznanski le asignaron a un grupo de trabajo llamado Sonderkommando. Tenía ocho años. Vio cómo le era quitada la vida a cientos de judíos y cómo “un montón de cuerpos eran introducidos al crematorio”.
A precio de sangre, literal, de imágenes de terror, que compartió con quien fue su “gran amigo”, Poznanski, salió de Auschwitz.
“Yo estaba en los crematorios, metía... cargaba los muertos. Dijimos, con el otro chico, esto es el límite, antes que nos maten nos vamos a escapar, sabíamos perfectamente que para no dejar memoria mataban, para que no pudieran contar”, afirma el autor de Mi vida más allá de Auschwitz, donde da detalles de todo lo que vivió en Auschwitz y qué hizo para hoy poder contar la historia.
“Por todo lo que vivimos mi padre y yo decidimos hacer voto de silencio. Habíamos sufrido tanto, fueron tantos los problemas donde vivimos en Francia, la gente te acosaba con preguntas. Cuando liberaron a Francia mi papá y yo, porque mi hermana nació después de la guerra, dijimos, no se habla más de lo que pasó, vamos a Uruguay, nadie nos conoce, nadie va a preguntar. Nos liberamos de contar”, asegura.“Pero el peso del silencio”, continúa, “fue más terrible. Para mí fue terrible guardar todo eso sin poder divulgarlo. Al expresarlo uno se libera, pero yo quería respetar el silencio de mi padre. Cuando él muere ya no tenía quien me rezongara por publicar lo que había pasado”, manifiesta.
Tras vivir cinco décadas en Uruguay, impactado emocionalmente por una tragedia familiar, Poznanski, motivado por su hija, quien vivía en Panamá, viaja al istmo.
“Llegamos a Panamá en el año 2007, después de vivir 50 años en Uruguay y con la vida destrozada”. Un accidente en la oficina, le costó la vida a su hijo.
“Con la muerte de mi hijo, se me vino el mundo encima. No podía explicarme por qué la vida me hacía pasar por esta desgracia después de haber sobrellevado tantas dificultades. Estaba desolado”, reseña.
Agrega que el día que lo enterró, “tomé la kipá y la tiré en la tumba. '¡Ahí va mi judaísmo!', me dije. No quiero saber más nada de judaísmo. Hasta hoy en día no creo en nada, Dios no existe, no existe nada”
“La muerte de mi hijo lo cambió todo. Nunca pienso en todo lo que me sucedió durante mi infancia y juventud, pero sí pienso cada día de mi vida en mi hijo”, afirma.
Pese a las infinitas imágenes de terror que lleva en su memoria y a todo el dolor vivido, “soy susceptible, no soy un robot, soy de carne y hueso”, afirma con nostalgia.
Considera que una fuerza interior lo ayuda a seguir adelante.