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- 17/06/2018 02:00
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El lenguaje inclusivo, al igual que otros temas relativos al feminismo, ha cobrado fuerza desde los espacios virtuales en los últimos años. Sin embargo, aún es poco entendido, y mientras algunos sacan a pasear a Cervantes ante algo que nada tiene que ver con la corrección idiomática, otros esgrimen la falacia de la neutralidad.
En español existen al menos dos aproximaciones al lenguaje inclusivo, derivadas de los dos abordajes existentes (completamente opuestos) sobre las categorías ‘sexo' y ‘género' en las distintas corrientes del movimiento feminista. La definición de estas categorías es relevante porque en términos ideológicos y estratégicos, determina el accionar político de una corriente u otra.
Mucha gente utiliza la x y la e (‘nosotrxs', ‘personxs', ‘elles' o ‘niñes') sin saber que esta práctica radica en la teoría queer , un cuerpo de ideas surgido en Estados Unidos a mediados de los ochenta, que plantea que el sexo y el género son construcciones sociales; identidades que pueden ser elegidas o ‘sentidas' interiormente, sin importar el cuerpo con que se nazca. Sostiene que el binarismo sexual hombre/mujer es biologicista y opresivo, pues la experiencia humana es mucho más diversa y compleja, y que existen múltiples géneros —o ‘identidades de género'— que deben ser visibilizados y socialmente reconocidos. Con la popularización de estas ideas y su acogida en las corrientes feministas más recientes, el uso de la ‘x' y la ‘e' busca visibilizar a quienes rechazan las categorías tradicionales como hombre, mujer, heterosexual, bisexual u homosexual. Este enfoque, hoy predominante, es adoptado inclusive por quienes no se reconocen bajo ninguna corriente, pero creen en una sociedad igualitaria.
Para las corrientes clásicas y críticas, el sexo (macho/hembra, hombre/mujer) es una realidad biológica e inmutable, pues más allá de los órganos genitales o de la apariencia física, éste determina múltiples otros aspectos de nuestros cuerpos y de su funcionamiento (un hecho que nadie hubiese imaginado tener que defender en pleno siglo XXI). Por el contrario, el género es un conjunto de roles y estereotipos culturalmente construidos en torno a cada sexo, según las expectativas sociales de cómo debe comportarse un hombre o una mujer. Como consta en la Historia, estos roles pueden variar según la cultura y la época, pero en general dictan que el hombre es dominante y la mujer es pasiva, lo que produce una asimetría de poder y desigualdades sociales entre los sexos. Entonces el género, entendido como un conjunto de imposiciones que encasillan a los seres humanos en categorías de comportamiento según sus órganos sexuales, y que por ende limitan su desarrollo psicosocial integral, debe ser abolido, no reforzado, celebrado, ni imaginariamente multiplicado.
Al reconocer que sólo existen dos sexos, y que uno de ellos ha sido históricamente oprimido e invisibilizado, el lenguaje inclusivo de los feminismos críticos consiste en mencionar el femenino, como en ‘todos y todas' o ‘nosotros y nosotras', aunque la RAE argumente que el masculino genérico basta. Después de todo, lo político es tan dinámico como la lengua, pero no se rige por diccionarios.
En términos ontológicos, la perspectiva queer es idealista, pues plantea que la realidad está determinada por las ideas y la subjetividad de los individuos. Por el contrario, la perspectiva feminista crítica es materialista, pues reconoce que la realidad está determinada por el mundo material y las relaciones sociohistóricas que se construyen en torno a él, no por las ideas y los sentimientos de los individuos. Así, la realidad sólo puede ser aprehendida por medio de categorías concretas que nos permitan comprenderla para entonces poder transformarla.
En este sentido, la teoría queer promueve la confusión entre sexo y género, categorías cuya diferenciación clara es importante para la lucha contra la inequidad entre hombres y mujeres. El lenguaje ‘neutro' dice incluir a las personas ‘de todos los géneros', pero hombre y mujer no son géneros, sino sexos. No son estereotipos ni identidades construidas, sino realidades biológicas con consecuencias concretas en lo social, en lo cultural, en lo legal y en lo político.
El discurso queer o de género no es neutral: refuerza estereotipos cuando se supone que buscamos erradicarlos, a la vez que invisibiliza nuevamente a las mujeres, reemplazándonos como sujeto político del movimiento por un sujeto difuso e inidentificable. Inclusive las instituciones y organismos internacionales hablan de ‘estudios de género', igualdad ‘de género', políticas ‘de género' o perspectiva ‘de género', un obstáculo epistemológico en la construcción de conocimiento sobre la realidad de las mujeres y su transformación.
Indistintamente de las identidades y subjetividades, todos los seres humanos nacemos con un sexo sobre el cual existen expectativas socialmente construidas. Lograr la equidad entre hombres y mujeres, y poder expresar nuestra individualidad y personalidad libremente sin importar nuestro sexo, no depende de crear más etiquetas y categorías, sino de reconocer la realidad material sobre la que cultural y socialmente se construyen las desigualdades.
COLUMNISTA