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- 07/12/2024 00:00
- 06/12/2024 19:22
El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó con férreas sanciones arancelarias si abandonan el dólar como moneda de transacción, a los países del grupo Brics, el cual crearon en 2006 Brasil, Rusia, India y China, cuatro de los territorios más extensos del mundo; luego, se sumó otro grande, Sudáfrica, en 2010, y ya hoy son 23 y seguirá creciendo.
Esta acelerada expansión se debe a varios factores, entre ellos, la no existencia de lideratos, el concepto de multilateralismo que le sirve de base, el tipo de colaboración y coordinación mediante acuerdos y consensos, y muy en particular, las enormes potencialidades del bloque aun cuando su composición y membresía es asimétrica con grandes, medianas y pequeñas economías, que es la característica de los nuevos bloques comerciales, en contraste con los actuales como el G-7 o el T-MEC.
La inaudita advertencia de Trump consiste en aplicar un arancel especial del
100 % a los productos que importa de esas naciones si el grupo decide crear una divisa alternativa al dólar, como es lo más lógico y de lo cual se viene hablando muchísimos años antes del surgimiento del Brics y de que Trump pensara en canjear su histrionismo como conductor de programas de TV y empresario, por la política.
Él escribió de forma prepotente y equivocada en su cuenta de Truth Social: “La idea de que los países Brics están tratando de alejarse del dólar mientras nosotros nos quedamos mirando, se acabó”.
Evidentemente, tiene un gran miedo a la desdolarización, lo cual es inevitable, aunque demorará tiempo para que eso suceda, pero no hay retroceso en el encogimiento territorial de esa divisa, lo cual será el inicio del nuevo mundo que se pergeña en el cual regresaremos a la era primitiva de inexistencia del dinero físico, y el valor comercial tendrá nuevas expresiones no monetarias, al menos en la forma actual.
Pero, es imposible pensar y atormentarse desde ahora en un hecho que pertenece al futuro lejano, y es mejor pensar en lo que tenemos actualmente. Los aranceles de Trump, un imposible financiero y comercial, afectarían de tal manera a la economía mundial que sus aliados, y el propio EE.UU. no soportaría los estragos de una guerra comercial ante tanta concentración de las riquezas en un pequeño grupo de países y descomunal pobreza en la mayoría de las naciones. El comercio y los mercados de valores se derrumbarían estrepitosamente.
El miedo de Trump lo llevó a pedir lo siguiente: “Requerimos el compromiso de estos países de que no crearán una nueva moneda Brics ni respaldarán ninguna otra moneda para reemplazar al poderoso dólar estadounidense”... “de lo contrario, los miembros del Brics enfrentarán aranceles del 100 % y deberán decir adiós a las ventas en la maravillosa economía estadounidense”. Pero, aunque así se vea, EE.UU. no es el nom plus ultra del dinero.
La gran mentira, y a la vez admisión de sus temores, está en estas palabras suyas: “no hay posibilidad de que los Brics reemplacen al dólar estadounidense en el comercio internacional, y cualquier país que lo intente debería despedirse de Estados Unidos”.
No es cierto, por supuesto, y él y sus asesores lo saben. Intentarlo es jugar con fuego y se van a quemar las manos. No es posible frenar la oportunidad del nuevo orden internacional que se está creando en esta época preliminar de cambios para avanzar hacia el cambio de época, que no es lo mismo ni se escribe igual. La época de bloques debe ser el eje sobre el que gire una nueva distribución territorial del mundo si no queremos que el hongo nuclear elimine a la especie humana, y ya comenzó con el indetenible Brics, la Franja y la Ruta, y el T-MEC. Lo demás, incluido el G-7, son factores en extinción, como ya lo es el dólar en su proyección universal.
El más grave error de Joe Biden fue no escuchar la propuesta del expresidente Andrés Manuel López Obrador de preparar ya al continente americano como el gran bloque para equilibrar el mundo que viene, y dejar de aplicar criterios obsoletos, absurdos y retardatarios de la época de las cañoneras como la Doctrina Monroe y la “fruta madura” con sus golpes de Estado manu militari –ahora judiciales o electorales-, bloqueos e invasiones, que abonan el criterio imperialista del sur americano como el patio trasero del norte al cual deja fuera del alcance de un desarrollo socioeconómico colectivo y lo saquea hasta el tuétano.
Trump hunde más aún a ese país con su leit motiv de “primero Estados Unidos”, lo cual ha puesto a temblar hasta a sus propios aliados del continente y de Europa. En el fondo, Trump sigue sosteniendo los criterios antihistóricos del unipolarismo que se fue junto con el neoliberalismo globalizado para no regresar jamás.
La lógica indica que el billete verde no puede seguir siendo una moneda universal impuesta después de los acuerdos de Bretton Woods que dieron vida a un sistema monetario internacional nefasto en provecho casi exclusivo de Estados Unidos al sentirse ganador, sin serlo, de la Segunda Guerra Mundial.
El dólar, que se aprovechó de la quiebra de Europa con la destrucción de su industria y sus cientos de millones de muertos a manos de Hitler, encontró en ese momento el camino para su reinado mediante el oportunista Plan Marshall, pero el avance tecnológico, los nuevos paradigmas sociales y el carácter más colectivo de las relaciones internacionales, son su final, y ni las guerras podrán devolverle vitalidad a esa moneda, a pesar de su omnipresencia mundial.
Ni Trump, ni el sursuncorda del dinero, podrán detener el desarrollo y consolidación de los bloques comerciales, de la sustitución del obsoleto sistema monetario internacional, de la evolución virtual de los mecanismos y operaciones bancarias, ni las referencias de valor e intercambio mercantil no remitidas al dólar. No habrá una nueva repartición territorial con olor a pólvora y el mundo se definirá por cantidades de fábricas no contaminantes y de servicios para altos estados de bienestar del ser humano y máximos niveles de seguridad climatológica.
Los billetes que Estados Unidos imprime hoy de forma enloquecida como cheques sin fondo, y su respaldo –que fue firme solamente hasta 1973 cuando Richard Nixon lo separó del oro durante la crisis energética y surgió el petrodólar y con ello la crisis de la deuda externa que sigue igual o peor que antes, pero a la calladita- no está ni siquiera en el cuerpo productivo y científico de Estados Unidos, sino en los países con mucha tenencia del billete, son cada vez menos sostenibles, y la Casa Blanca lo sabe, por eso la reacción tan negativa de Trump.
Deshacerse del dólar en buena parte del mundo es una verdadera catástrofe para gente que piensa como Trump, quien en su último año del primer mandato imprimió en 2020, en plena pandemia de la Covid, 3,3 billones, un récord. No creo que en su segundo mandato haga esa barbaridad.
Su temor, como hemos dicho, proviene en buena medida de una visión egoísta de los grandes jerarcas de Estados Unidos que ven al Brics y a la Franja y la Ruta como una oportunidad para el surgimiento de un nuevo orden internacional más justo y democrático, aun cuando se trata de procesos en ciernes y les falta mucho por andar.
Lo más importante: El Banco Mundial reconoce que la economía basada en el dólar estadounidense ha fracasado, al punto de caer en un período en el que se disparó la pobreza y disminuyeron los recursos para enfrentar desafíos futuros. Su conclusión es lacónica: “Se podría estar gestando una década perdida para la economía global”.
La idea de introducir una moneda conjunta es muy debatida por los países miembros de los Brics, los cuales, ya en agosto del año pasado, durante la cumbre de la organización en Johannesburgo, Sudáfrica, plantearon el asunto, se repitió en la que acaba de concluir en Rusia, y como parte del proceso, ya los 23 países actuales intercambian puntualmente productos sin mediación de la divisa estadounidense ni el euro, sino que lo hacen en sus monedas respectivas.
El intento de una moneda común o conjunta –probablemente virtual- tiene la finalidad de facilitar el comercio entre los miembros y el financiamiento de proyectos específicos de infraestructuras, industriales y de otro tipo, y a eso no se pueden oponer Jesucristo, Alá y ni el médico chino, y mucho menos un Trump rabioso y obsesivo con un retorno a las viejas aguas imperialistas que ya no circularán de nuevo por el río de la omnipresencia.
Que se sepa, la idea de una moneda de poder universal diferente a la de EE.UU. no es nueva. Ya a principios de este siglo, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, divulgó su intención de promover con otros países petroleros la creación de una “petromoneda”. En la actualidad no existe ese signo monetario, pero sí la variante de que se negocia en monedas nacionales y muchos han abandonado el dólar en sus transacciones.
Otro intento de crear una nueva moneda universal la hizo el Banco del Exterior (Banco de Comercio del Exterior) del Sistema Económico Latinoamericano (SELA) con el Sistema Único de Compensación Regional (Sucre), con el fin de corregir las asimetrías, desdolarizar el mercado y promover el intercambio justo entre los países de la región, pero Estados Unidos lo boicoteó.
Ya esa política de chantaje no podrá caminar en estos tiempos. Trump está desfasado. Estamos en otro momento económico, comercial y financiero, aunque todavía no político, al menos en los términos que le convendría a la humanidad como es la libre determinación.
Países como Panamá y Ecuador, cuyas monedas de circulación nacional son el dólar estadounidense, deben estar preocupados con la sanción que promete Trump a los países del Brics porque puede acelerar la desdolarización y los efectos negativos en el comercio exterior sazonada con una guerra arancelaria y comercial, les va a llegar con fuerza, al igual que a México, aunque allí circule solamente el peso. Las economías de esos tres países están muy atadas a Estados Unidos y todo su sistema monetario depende del dólar, incluidas sus decisiones en política monetaria, aun cuando en el istmo, por un problema emocional y de nacionalismo, se habla del balboa.
Si la intención de Trump se concreta podrían surgir nuevas crisis como las del crack bancario de 1929, la energética de 1973, la inmobiliaria de Estados Unidos en 2007-2008, estos tres países y los que están atados a la economía de ese país, se podrían tambalear, como ya le sucedió a México con la de 2008 bajo el gobierno de Felipe Calderón, que le provocó la recesión más grave, prolongada y angustiosa en más de 70 años.
En este tema hay mucha tela por donde cortar, pero lo que sí está claro es que la eliminación del dólar como moneda hegemónica universal ya es considerado por una mayoría de especialistas y de gobiernos como irreversible, y eso incluye a Estados Unidos y los organismos financieros internacionales bajo su influencia, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Interamericano de Desarrollo, los que operan en Asia Pacífico, e incluso el sistema euromonetario.