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El quehacer de aprender: La educación en una comunidad de la comarca Ngäbe Buglé
- 14/04/2023 00:00
- 14/04/2023 00:00
Solo con el vigor y la impaciencia que pueden demostrar los niños, ellos esperan ansiosos en sus salones el llamado de las maestras para recibir su merienda de la jornada. En Quebrada Hacha el alimento del conocimiento se combina con la nutrición para garantizar que los estudiantes tengan un futuro de mayores oportunidades.
Desde tempranas horas, las madres empiezan la preparación de la crema de maíz en el comedor. Este espacio es una estructura con piso de tierra, paredes de madera dañada por el tiempo y con estufas sin uso, que ocupan espacio. Es ahí donde las madres instalan la olla y encienden el fuego con leña, haciéndolo arder a toda mecha, para preparar el alimento de todos los estudiantes.
¡Reynaldo, espere su turno! Con esta advertencia la maestra frustra las intenciones del pequeño de poder colarse entre sus compañeros. Una estrategia que es parte de la idiosincrasia panameña para lograr ser uno de los primeros en recibir su porción de crema.
Luego de que su espera ha sido recompensada y con sus ojos puestos en su vasito lleno, se lleva el primer sorbo a la boca. Su rostro exterioriza su felicidad al saborear el manjar que combina con galletas distribuidas por el Ministerio de Educación (Meduca).
Los profesores con esmero se convierten en los canales del conocimiento para que sus estudiantes aprendan y apliquen sus lecciones. Español, matemática, religión y otras tantas asignaturas son impartidas todos los días a los infantes.
Son niños y jóvenes que caminan horas, con botas de caucho, para no dañar sus zapatos, que usan solo cuando están en los salones de clases y desde allí construir anaqueles mentales repletos de conocimientos en las distintas áreas del saber.
La educación también sabe adaptarse a las circunstancias. Muchas son las niñas que visten la nagua, vestido tradicional de las mujeres ngäbe, hecha del color de su uniforme. Es su manera de estar en el sistema educativo ajeno a su cultura, pero sin perder su identidad y tradiciones.
Mientras se acerca el mediodía, las ventanas de los salones se van llenando de jóvenes impacientes que esperan que su aula la desocupen sus pequeños inquilinos de la mañana para poder entrar y dar clases. El colegio se quedó pequeño ante los más de 300 estudiantes entre primaria y secundaria que asisten a este nido del conocimiento. La jornada dividida ha sido la solución para atender a los estudiantes y no permitir que se pierda la oportunidad de estudiar.
A Quebrada Hacha también le llegó su aula modular. La estrategia gubernamental que busca mejorar la infraestructura en áreas de difícil acceso se hace realidad. Sin embargo, permanece cerrada. Hacer llegar el mobiliario necesario ha sido complicado y aún no se pueden dictar clases, según las autoridades de la escuela. En la retórica, pareciera que lo urbano se ha acordado de ellos para mejorar su estructura; pero en la práctica, la escuela ya con recursos limitados ha tenido que pagar (con dinero del Fondo de equidad y calidad de la educación, Fece) la adquisición del moderno salón.
Germán Green, director del centro educativo, expresa con desasosiego sus incomodidades al no recibir ayuda económica para mejorar las infraestructuras. Escoger entre el aula modular y equipos informáticos, tableros o más reparaciones es la realidad de esta comunidad educativa. Mientras, y a la espera de que puedan estrenar su moderno salón y dar clases, los estudiantes de octavo grado permanecen ocupados siendo cargueros, un oficio que es casi la regla general de la localidad.
¿Necesita que le lleve carga, sus maletas o la compra? Los cargueros, hombres y mujeres, pueden hacer eso por usted. Acostumbrados a los largos trayectos, se ganan la vida cargando sobre sus hombros hasta 100 libras. Por horas, entre trochas pedregosas y cruzando ríos pueden ganarse desde $3,00 hasta $30,00. Ser carguero es algo que tiene mucha demanda, pero aún así existen madres que deciden mandar a sus sobrinos en lugar de sus propios hijos.
En los otros niveles de enseñanza, las clases marchan con toda normalidad gracias a que ha hecho buen tiempo. En cambio, cuando llueve y debido a que no hay acceso a electricidad, las aulas se tornan oscuras y el ruido de las gotas que martillan sobre el techo hacen imposible escuchar la lección.
La profesora Cecilia Montenegro, quien imparte geografía e historia, es testigo de cómo se le hace imposible dictar clases cuando el chaparrón ocasiona que un canal de agua se cuele a través de las sillas de los estudiantes, obligándolos a apartarse para no mojarse.
Las brechas en educación son abismales. Cuando sus contemporáneos de la urbe están tratando de resolver complejos problemas de álgebra, en la comarca existen estudiantes de séptimo grado que aún no saben leer ni escribir. Sin embargo, profesores con vocación se comprometen con sus estudiantes y les dan las herramientas que estén a su alcance.
En Quebrada Hacha es evidente que la pirámide poblacional se inclina hacia los jóvenes. La norma, son familias enteras en las que están creciendo y jugando los futuros ingenieros, doctores, profesores y abogados, pero solo si se les da la oportunidad. En esta comunidad no solo se vive entre ser carguero, ir a la escuela y obtener una merienda que complemente la alimentación. Será una utopía, pero a más de una hora desde la carretera más cercana, está el hoy y el mañana de nuestro país.