Creo haber dicho en esta columna en alguna ocasión que una de mis lecturas favoritas es el diccionario. Lo abres por la A y vas, palabra a palabra, sorprendiéndote con vocablos en los que nunca antes habías reparado. Pues bien, en la edición del tricentenario, en la página 1624, la última entrada es:
1. adj. Dicho de una persona: de una tribu, ya extinguida, del istmo de Panamá. U. t. c. s.
2. m. Aldeano u hombre del campo, simple e ignorante, que de cualquier cosa que ve, para él extraordinaria, se queda admirado y pasmado.
Leyéndolo, cual moderna Santa Teresa de Jesús, estaba sin estar en mí y transida de inspiración, entendí que no hay casualidad ninguna en este valle de lágrimas. Que los herederos de los páparos tenemos que asumir que somos simples e ignorantes ante la excelsa sabiduría de aquellos sumos sacerdotes de la alta cultura. Que tenemos que humillar la testuz ante los que saben más que nosotros y nos dicen que Panamá no merece tener un museo corriente y moliente como el Metropolitan Museum of Arts de Nueva York o el British Museum. No. Eso se nos queda pequeño. Mejor es, atentos estimados cotribáneos, tener un museo ¡virtual! Eso. ¡La comisión para la celebración de los 500 años de nuestra egregia capital ha decidido, con la sabiduría expelida por las mentes preclaras que la componen, (poco reconocidas, eso sí, sin mucho renombre ni nacional ni internacional, pero ¡qué importa!), que el dinero asignado para el urgentemente necesario museo de la ciudad será utilizado en un ¡museo virtual!
Lo cual, señores, a mí que soy un tanto abanta y un mucho adufe, me deja de paté de fuá el cerebro. No es que yo niegue -¡líbrenme de ello los dioses de la internet!- el poder educativo de lo virtual, ni que no acepte que las páginas web de algunos de los mejores museos del mundo son dignas de que las recorramos una y otra vez; no, que las imágenes en 3D de objetos y las vistas a 360º de salones y edificios son una maravilla. Pero es que yo no he encontrado en ningún sitio que el tal museo virtual sea ni siquiera eso, quizás, señores, es que soy demasiado berzotas, y no sé rastrear como debo los entresijos que describen lo que debe hacerse con los dineros asignados, pero vamos, que lo que yo entiendo de este párrafo: ‘2019. Marzo a agosto. Inauguración de exhibiciones del Museo de la Ciudad. El Museo de la Ciudad propone un concepto novedoso de intervenciones en espacios públicos de la ciudad. Además de relatar el origen y desarrollo de la ciudad, se busca que el Museo sea un espacio para configurar el futuro de ciudad que queremos a través de un relato participativo e incluyente. Se inaugurarán instalaciones hasta agosto de 2019'*, es que no hay museo per se, ni siquiera una página web cachimbona, no. Va a haber ‘intervenciones', sea eso lo que sea, en la ciudad. No dicen cuantas ni cuales, ni a qué criterios responden dichas intervenciones. No hay un concepto museológico, y obviamente, tampoco hay noticia de curaduría museográfica. Ups.
En fin, que quinientos años después y por arte de birlibirloque habrán regresado de la extinción los páparos, birlados y burlados, una vez más; y esta vez, a cambio de sus impuestos, ni siquiera les habrán entregado espejitos, sino fantasmas lumínicos a los que perseguir en vano por calles y veredas durante un tiempo escaso, con la boca abierta como papanatas. Y después, de nuevo el olvido.