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'Nadie espera recibir muerte en lugar de vida'
- 22/10/2022 00:00
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Esperaba un parto natural. En la semana 37, según lo programado, asistió a su control de embarazo. Todo se veía bien. Cuando estaba a punto de cumplir la semana 38 no lo sintió. Ileana García Mora recuerda que esto le pareció “muy raro”. Esperó unas horas. Intentó algunas técnicas que su doctor le había comentado. Comió dulce de leche. “Como no se movía decidimos ir a la consulta. Fue horrible”, evoca con voz serena y fortalecida.
Como una forma de honrar y homenajear a los bebés que fallecieron en etapa de gestación, parto o después de nacer, cada 15 de octubre se conmemora el Día Internacional de la Pérdida Perinatal y Gestacional.
“Las familias que atraviesan por este quebrando, frecuentemente lo hacen solas, en silencio. Se enfrentan a la muerte, que de por sí es un tema difícil, y súmele que quien ha fallecido es un bebé”, afirma Laura Gutiérrez, ginecóloga obstetra.
Ileana conoce bien lo que asegura la ginecóloga obstetra. “Hay muchas mamás que necesitan ayuda y apoyo en un momento que se suele vivir con mucha soledad. Vivir la muerte de un hijo, independientemente de la semana o etapa que sea, es un suceso que marca la vida de cualquier persona, que cambia la dinámica y trayectoria familiar”, dice.
Ileana tuvo un embarazo “normal”. En la semana 12 le dijeron el sexo del bebé, varón. “Yo lo sabía, lo había soñado, se iba a llamar”..., “se llama”, se autocorrige, “Matías Sebastíán. Nunca tuve una señal de que algo estuviera mal, durante mi embarazo”.
Residía en ciudad de Mérxico. Aquel día llegó a la consulta acompañada de su madre, su suegra, y agarrada de la mano de su esposo. “El doctor me hizo pasar de inmediato. Empezó a monitorear al bebé. No decía nada. Lo vi batallando con el aparato y le pregunto: '¿qué pasa?' Me dice: 'no siento los latidos”. Sigue monitoreando. Llevan a Ileana a otra sala, donde el equipo es más sofisticado. “Recuerdo que esos momentos fueron horribles, empecé a dar gritos. Como niña chiquita empecé a llamar a mi mamá que estaba afuera. Me confirmaron que Matías no tenía latidos. El doctor estaba muy asombrado, impactado”, afirma la mamá de Matías. Entre enojada e histérica, llorando, “me pareció vivir una pesadilla”. No había quien la calmara. Los médicos que estaban en la sala no decían una palabra. “Mi doctor dijo: 'yo no soy Dios”, recuerda Ileana. Y allí comenzó lo que ella nombra “la segunda gran parte de mi vida”.
En Panamá, según el Instituto Nacional de Estadística y Censo (Inec) las cifras de defunciones fetales para 2020 se situaron en 6.868, con una tasa de mortalidad fetal de 98,2 muertes por cada mil nacimientos vivos. Con relación a 2019, hubo una disminución de 23,9% en la cifra absoluta. Al observar la tasa de mortalidad fetal se puede decir que la cifra descendió considerablemente para 2020.
Sin embargo, en 2021 las cifras de defunciones fetales ascendieron a 7.246. Según datos del Inec, ese año en el área urbana se registraron 5.444 y en el área rural 1.802.
De enero a julio de 2022, el Inec anota en su página web 2.922 defunciones fetales.
Respecto a la duración del embarazo, los abortos o nacidos muertos con menos de 20 semanas de gestación representaron el 91,4%, mientras que el grupo de 20 semanas y más el 8,6%. Los datos corresponden a información recopilada con base en los registros administrativos de las instalaciones de salud pública (Ministerio de Salud y Caja de Seguro Social), clínicas privadas y oficinas del Registro Civil (Tribunal Electoral).
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la pérdida de un bebé por aborto o muerte prenatal sigue siendo un tema tabú y es fuente de estigma y vergüenza en todo el mundo. Continúa siendo frecuente que muchas mujeres cuyo bebé muere durante el embarazo o el parto no reciban una atención adecuada ni sean tratadas con respeto”.
La organización clasifica como mortinato al bebé que muere después de 28 semanas de embarazo, pero antes del parto o durante este. Anota que cada año se producen casi 2 millones de muertes prenatales, una cada 16 segundos.
Tras la muerte de Matías, “los siguientes días fueron muy duros, de no entender lo que estaba pasando, de no querer vivir lo que estaba viviendo, de sentir que estaba en una pesadilla”, manifiesta Ileana.
A las 72 horas de la cesárea su cuerpo comenzó a producir “muchísima leche”, aquello “parecía una película de terror, una cosa muy cruel. Me sentía muy triste, desamparada por Dios, sola, que mi vida había perdido sentido, no quería seguir viviendo”, confiesa.
Síntomas que los profesionales clasifican como “naturales”. El duelo gestacional ocurre luego de la pérdida de un embarazo, “como toda pérdida, el proceso hacia la aceptación atraviesa por el shock, negación, tristeza e ira”, indica la ginecóloga Gutiérrez.
“No todas las personas responden igual a este dolor”, continúa Gutiérrez, “a algunas les cuesta más llegar a la aceptación. Les toma más tiempo superar alguna de las etapas, pero lo normal es que poco a poco vayan pasándolas”.
La ginecóloga asegura que “es un proceso natural que requiere tiempo, espacio y empatía. Sin embargo, “regularmente el duelo gestacional no es reconocido y en ocasiones se intenta reprimirlo”, afirma.
Para enfrentar la situación, el círculo de apoyo de Ileana, en principio, fueron su madre, su suegra y su esposo. “Después que empezamos a abrirnos y a contar lo que nos había pasado, muchas personas se nos acercaron con mensajes de condolencia, de apoyo y de solidaridad”, asevera.
“Lamentablemente, muchas personas se preguntan, ¿cómo puedes extrañar a alguien que no conociste?”, dice la mamá de Matías. “Es mi hijo. Un hijo se ama para siempre. Es un amor eterno. El amor de un hijo no nace cuando él nace, ni muere cuando él fallece. Es un amor que está más allá de todas las fronteras, es una conexión de almas. Yo sé que el día que me toque partir de este plano y abandonar este cuerpo físico me voy a reencontrar con mi hijo, nuestras almas se van a encontrar y vamos a tener el tiempo que no tuvimos en este plano”, responde Ileana.
Cataloga la experiencia como “la más difícil del mundo, porque nadie espera recibir muerte en lugar de vida”.
A las dos semanas de la muerte de Matías, Ileana buscó ayuda psicológica, pues “sentía que no podía con tanto, era muy difícil sobrellevar el día a día, sentía que las horas eran eternas, mucha angustia y ansiedad”. Se acercó a una organización que brinda asistencia a padres que han pasado por la pérdida de un embarazo, independientemente de la razón.
“Empecé a ir una vez a la semana. Empecé a sentirme comprendida, apoyada, a entender qué era lo que estaba viviendo. Comprendí que estaba experimentando un duelo gestacional, perinatal, por la muerte de un hijo antes de nacer. El duelo gestacional es algo común, solo que la gente no habla de ello, se suele esconder ese dolor en una gaveta, debajo de la alfombra por miedo a ser juzgados”, expone.
Tras la ayuda psicológica, “empecé a darle un lugar a mi hijo en mi vida, a aceptar tal como fue, fugaz en este plano, pero eterno en el otro plano; siempre está conmigo. Empecé un proceso de caminar hacia la transformación del duelo”.
Recuerda que en sus terapias trabajaba en cómo transformar el dolor en algo más, cómo le ayudaría en su crecimiento personal y espiritual, y usarlo para apoyar a los demás a transitar por alguna situación similar.
Surge la idea de crear la cuenta de Instagram @lamamadematiass y una página web en la que narraba todo lo que vivió y vive. “Empezó un proceso maravilloso de conexión con muchas mamás que estaban viviendo el mismo proceso”, indica.
Cientos de madres empezaron a compartir sus historias, lo cual les ayudaba a sanar y también contribuía con el proceso de duelo de Ileana.
Buscar otro hijo después de haber pasado por una muerte gestacional “es difícil porque está presente el temor de que la experiencia se repita. Implica enfrentarse y hacer las cosas con miedo”, reconoce Ileana.
“Involucra un acto de confianza en la vida y un acto de fe muy grande. Confiar y tener esperanza de que esta vez todo va a salir bien. De que tengo derecho a los milagros. Viví mi segundo embarazo con miedo, pero trataba de tener la certeza de que todo iba a estar bien”, relata.
Dos años y medio después, Ileana fue diagnosticada con trombofilia hereditaria. “Luego que supe lo que estaba pasando con el proceso de coagulación de mi cuerpo, logramos volver a embarazarnos (...) Gracias a Matías, llegó Gabriel”, sostiene.
El doctor Mario Vega R. describe en su página web Panamá Fertility que: un bebé arcoíris “es un bebé que nace de padres luego de haber experimentado un aborto espontáneo, muerte fetal, muerte neonatal o infantil, de un hijo anterior. Por ejemplo, una madre tiene un aborto espontáneo a las 15 semanas, vuelve a quedar embarazada y da a luz a un bebé sano a término. Este es un bebé arcoíris”.
“Al igual que el arcoíris brillante y colorido que ilumina el cielo”, añade el doctor, “después de una tormenta violenta y oscura, un bebé arcoíris es un regalo increíble que llega después de una pérdida devastadora. Los arcoíris son un símbolo de esperanza”.
Esperanza que selló el futuro de Ileana. “El duelo sí se puede transformar en amor. Es posible quedarse con más amor que dolor después de la muerte de un hijo. Es posible transformar todos esos sentimientos, como el dolor, la tristeza, el resentimiento, la ira, la rabia y el miedo, en amor”, asegura Ileana.
Agrega que también es posible transformar una experiencia dolorosa en una oportunidad para hacer algo nuevo, algo que siempre quisiste hacer. Es la oportunidad de crecer espiritualmente”.
Ileana tiene previsto terminar un libro en el que abordará todo sobre Matias y Gabriel, “porque al final son dos maternidades diferentes, una se alimenta de la otra”.
La inmensa mayoría de las muertes fetales, un 84%, se produce en los países de ingresos bajos y medio bajos
La experiencia de una muerte prenatal durante el embarazo o el parto es una tragedia que no se aborda de manera suficiente en las agendas, las políticas ni los programas financiados a nivel mundial, explica la Organización Mundial de la Salud (OMS). Agrega que: “tiene consecuencias psicológicas para las mujeres y sus familias, como la depresión materna, así como repercusiones económicas.
Cerca de 2 millones de bebés nacen muertos cada año, según las primeras estimaciones conjuntas de mortalidad fetal publicadas por Unicef, la OMS, el Grupo Banco Mundial y la División de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas.
La inmensa mayoría de las muertes fetales, un 84%, se produce en los países de ingresos bajos y medio bajos, según el nuevo informe “Una tragedia olvidada: La carga mundial de la mortalidad fetal”, de las organizaciones internacionales.
El estudio detalla que: en 2019, tres de cada cuatro muertes fetales se registraron en África subsahariana o Asia meridional.
Describe a un nacido muerto como un bebé que nace sin presentar síntomas de vida a las 28 semanas o más de gestación.
“Perder a un hijo durante el embarazo o el parto es una tragedia devastadora para cualquier familia del mundo y, con demasiada frecuencia, suele sufrirse en silencio”, aseguró a la OMS Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef. “Cada 16 segundos, en alguna parte del mundo una madre sufre la indescriptible tragedia de traer al mundo a un bebé que ha nacido muerto. Para muchas de esas madres, esto no debería ocurrir.
“La mayoría de las muertes fetales podría evitarse con un seguimiento de calidad, una atención prenatal adecuada y la asistencia de una partera cualificada”, señala el informe.