Hay muchos temores (por ignorancia o en personalidades predispuestas) que mal condicionan los encuentros y las conductas sexuales, provocando aprensión, ideas de contagio, fobias, ataques de pánico, culpas postcoito, hipocondría y repulsión al sexo.
Los miedos ya existían antes del VIH, cuando las enfermedades venéreas más frecuentes eran la sífilis, la gonorrea, el herpes genital, los piojos púbicos, etc. Felizmente, el descubrimiento de la penicilina convirtió a muchas de ellas en enfermedades de rápido y eficaz tratamiento. Aun así, estas enfermedades contagiosas no provocaron, en aquel entonces, los cambios en las conductas sexuales como lo hizo el sida, desde su aparición en la década de 1980.
Las mujeres con acctitudes temerosas son las más propensas a exacerbar los cuidados, transformando el miedo en una obsesión. Muchas padecen síntomas de pánico cuando se exponen a un encuentro o se anticipan al mismo. Se observa un aumento en el número de consultas por fobias sexuales, sobre todo, mujeres entre 30 a 40 años.
Existen otro tipo de carácteres con rasgos más expansivos (por cierto menos temerosos) que, entregados al frenesí sexual pierden el control de la relación, temiendo luego por las consecuencias del descuido.
Tanto en uno como en el otro caso (mujeres temerosas y exploradoras), la respuesta a futuros contactos se manifiesta por controles exhaustivos a los hombres: preguntas sobre la vida sexual anterior, pedidos de análisis y puesta de límites de lo que se puede y no hacer en la cama.
Esto ocurre porque existe aún una fuerte carga de ignorancia que refuerza la aprensión. Tanto, que es posible diagnosticar verdaderas fobias sexuales (nosofobias de contagio) y severos trastornos del deseo sexual.
La idea primaria de preocupación se carga de emociones desagradables que retroalimentan cualquier nueva información. Es importante, ante estos síntomas, buscar ayuda profesional.