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- 18/06/2023 00:00
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En esta edición de Facetas, entrevistamos a la historiadora panameña nacida en Uruguay, Patricia Pizzurno, doctorada en la Universidad de Sevilla, España. Fue directora del Archivo Nacional de Panamá y actualmente se desempeña como catedrática en el área de Panamá y América en la Universidad de Panamá. Ha recibido diversos reconocimientos y premios por su labor de investigación, representado a Panamá en eventos internacionales relacionados con la cultura y participado en congresos y simposios nacionales e internacionales. Sus obras versan sobre historia cultural, sociedad, raza y nación en Panamá. Es autora y coautora de más de un centenar de ensayos, artículos y libros.
Hace ya varios años que exploro las emociones, en particular, el miedo. Las lecturas de Jean Delumeau, Michel Foucault, Patrick Boucheron y, más recientemente, de Corey Robin, entre otras, son muy reveladoras. El miedo se hizo tangible en Panamá en los días posteriores a Pearl Harbor cuando se esperaba un bombardeo japonés y muchos panameños abandonaron la capital rumbo al interior. La adopción de medidas como los oscurecimientos, las restricciones a las movilizaciones, la cancelación de las vacaciones del personal médico, además del desabastecimiento, los racionamientos, la carestía de la vida, la quinta columna, la violencia desplegada por los soldados, desataron toda clase de miedos: a la muerte —el miedo supremo—, a la ruina, al dolor, al hambre.
No sólo la Universidad, sino todo el país. Eran tiempos peligrosos, porque además de la guerra, existía una gran tensión política interna después del golpe de Estado que derrocó a Arnulfo Arias. La Universidad le sirvió al nuevo gobierno como plataforma propagandística para la difusión de las ideas democráticas y la satanización de las potencias del Eje, a través de las charlas de “La Universidad del aire: una nación en guerra” y las organizaciones estudiantiles se alinearon con la democracia. En los colegios se organizaron batallones entrenados por los militares que sirvieron para manipular a los jóvenes haciéndoles creer que desempeñaban un papel destacado en la defensa de la patria y del Canal, anestesiando así su natural rebeldía. Al final de la guerra, esta manipulación se convirtió en un boomerang.
Sería una nueva mirada, aunque no debemos olvidar las diferencias entre uno y otro. La diferencia radical entre ambos es que la lucha por la soberanía fue el resultado de la maduración de la conciencia de un pueblo humillado y banalizado durante casi un siglo. Fue el resultado de una nueva mentalidad de la clase media y de los de abajo que llegó de la mano del fomento de la educación. Se trató de un movimiento construido a lo largo del tiempo y de mucho sufrimiento. Sin embargo, el conector de la guerra llegó de la noche a la mañana, después de Pearl Harbor. La propaganda de orientación maniquea logró su fin al unificar a los panameños presentándoles la alternativa de un mundo regido por el “gran Roosevelt” que representaba la democracia y la libertad o sucumbir a la esclavitud que ofrecía el pérfido Hitler. Pienso que fue el miedo hábilmente gestionado el que logró la unificación.
Durante los años de guerra, Panamá funcionó casi como un Estado de la Unión. Washington confeccionó las listas negras, con los nombres de los “extranjeros enemigos” y Panamá organizó la Oficina de Bienes Extranjeros para confiscar esos bienes, mientras eran trasladados a campos de concentración de los Estados Unidos. Era tal el temor de ser identificado como cercano a uno de estos extranjeros y correr su misma suerte o ser acusado de quinta columna, que nadie se levantó en defensa de ellos. En cuanto al problema de las razas de inmigración prohibida, el mismo no era nuevo y con diferentes matices venía desde 1904. En 1926, se promulgó la primera legislación contra los antillanos, imaginados como disgénicos, en momentos que las teorías eugenésicas estaban en boga. Además, representaban una competencia laboral para la mano de obra panameña porque hablaban inglés y trabajaban por menos dinero. En cuanto a los chinos y los hindúes despertaban envidia porque eran propietarios de negocios. Sin olvidar que la política de “panameñizar a Panamá” de Arnulfo Arias resultaba muy seductora.
En primer lugar, debemos recordar que la Constitución de 1941 les había quitado la nacionalidad, de tal manera que en 1942 no eran panameños y, en segundo lugar, no despertaban simpatías entre la población, así que imagino que habrán evitado la sobreexposición que los hacía aún más vulnerables. También muchos de ellos pasaron a trabajar en la Zona del Canal. Sin embargo, con el tiempo, algunos sí llegaron a unirse a la Defensa Civil.