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- 14/05/2023 00:00
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Mulget Amaru reconoce que para ser feliz en la vida se necesita una razón de ser y algo por lo cual luchar. Por sus venas, su corazón y su mente corre adrenalina, la cual ha sido su motor para completar una de las hazañas más admirables de la historia. El etíope de 40 años lleva aproximadamente 1.186 días corriendo por una sola causa: la paz mundial.
Aun al adentrarse al tapón de Darién, en Panamá, una extensión selvática de bosque tropical y montañas donde reina la violencia, los secuestros, las enfermedades, e incluso la muerte, el etíope sabe cuál es su meta y estos obstáculos no fueron impedimento para atravesarlo.
“Sin duda ha sido el lugar más peligroso que he atravesado en mi vida y mi mayor prueba hasta el momento”, dijo Amaru, quien el 12 de marzo de 2020 llegó a Panamá. “No pude dormir mucho durante los 18 días que estuve ahí y sobrevivía consumiendo maní, pan y frutos secos, que poco a poco se volvieron escasos. Tuve que subir colinas, atravesar ríos, y lidiar con altas temperaturas y humedad”.
Amaru pensaba que ya lo había superado todo, pero no tenía idea que el verdadero peligro no se presentaba por los quehaceres de la madre naturaleza, sino por la mano humana y los grupos criminales que se escondían dentro de la exuberante selva.
Cuando cruzaba el río acompañado de la carreta que guardaba sus enseres básicos, el etíope fue rodeado por un grupo de personas que le apuntaba con una pistola y lo amenazaba con un cuchillo.
Entre gritos y en un idioma ajeno para Amaru, el único pensamiento que había en su mente era uno: sobrevivir. Intentó comunicarse de todas las maneras posibles con sus asaltantes, para explicarles que no era un periodista ni un inmigrante, simplemente un hombre con una misión de correr por la paz mundial.
El corredor les señaló su carreta y se ofreció para ir a buscarla y mostrarles lo que contenía. Los asaltantes vaciaron sus pertenencias, llevándose el poco dinero que Amaru tenía consigo y unas zapatillas nuevas que le habían regalado durante su recorrido en Colombia.
“En un momento de compasión me dejaron ir”, recordó Amaru. “Corrí lo más rápido con mis pertenencias restantes”.
Sin embargo, otras experiencias le dieron la esperanza de continuar. “En un momento comencé a cuestionar mi plan y la decisión que había tomado. ¿Por qué adentrarme en estos peligros?”, pensó.
“Comencé a toparme con inmigrantes que no sabían nadar o tenían a sus hijos en brazos, y me dediqué a ayudarlos. Quise ser esa guía para todas estas personas que estaban poniendo su vida en peligro. Mi meta es correr por la paz, y la de ellos, buscar una mejor vida, y quise ser parte de eso”.
Al salir de la selva y presentarse en el campo de refugiados, Amaru mostró su pasaporte que contenía todas las visas necesarias y vigentes para su recorrido, lo que el equipo de seguridad encontró extraño. “¿¡Quién se atreve a cruzar el tapón de Darién contando con todos los papeles necesarios para entrar al país en avión!?”, recordó Amaru cómo uno de los vigilantes le cuestionaba con un tono de burla.
Nuevamente el corredor etíope explicó su misión, lo que resultó admirable para todos los ahí presentes, y le ofrecieron comida y descanso. Sin embargo, luego de 18 días de estar en uno de los rincones más peligrosos del continente sin ningún tipo de comunicación, Amaru apenas se estaba enterando de la noticia que corría por todo el país.
“Panamá había presentado sus primeros casos de coronavirus y todos se encontraban confinados en casa”, recordó. El etíope no tenía donde hospedarse, así que se dirigió al área de Tocumen donde pudo comunicarse con los amigos que había hecho a lo largo de su viaje.
“Quería saber si conocían de alguien que me permitiera quedarme en su hogar por un tiempo”, dijo. Así, Amaru se dirigió a Gamboa donde ha estado desde el 2 de abril de 2020 hasta la actualidad. “La pandemia frenó mis planes por un momento, al igual que los problemas que he tenido para poder cruzar de manera legal a Costa Rica y continuar mi recorrido”, dijo.
Amaru tiene la esperanza de continuar con su misión y completar el largo recorrido que aun le queda por todo Centro y Norteamérica. “Seguiré la carretera Panamericana hasta David, y luego ingresaré a Costa Rica”, dijo.
El etíope es prueba de que a pesar de los obstáculos que se presenten a lo largo de la vida, los sueños son la razón por la cual se debe seguir luchando. “Sin sueños y metas, no tenemos nada por lo que pelear”, afirmó.
Su razón de ser se definió desde muy temprana edad, marcada por lograr una diferencia en un mundo que constantemente se encuentra en conflicto. Mulget Amaru sueña con completar su travesía y que sus pasos hagan eco a lo largo del tiempo en el continente americano con el fin de que su población entienda la importancia de ese sueño que desde muy joven se propuso cumplir.
“La riqueza sin salud no es nada, pero la salud sin la presencia de paz, no tiene sentido”, afirmó Mulget Amaru. Sus palabras, el tono de su voz y gestos irradian una pasión profunda por su misión en la vida. Una sonrisa se dibuja en su rostro y se mantiene cada segundo, mientras relata su historia en las instalaciones de La Estrella de Panamá. El etíope es capaz de conmover a cualquiera que desee escucharlo. Enfatiza cada palabra que sale de su boca como si fuese un texto sagrado, una verdad absoluta.
El único accesorio que lleva es un rosario, colgado en su cuello. Su cuerpo de cerilla es testigo de la ardua misión que ha llevado a cabo y que aún le falta por completar. Su silueta se arropa con unos pantalones caqui y un suéter blanco adornado en el centro con una imagen del continente africano, que marca el amor y orgullo por sus raíces. Su sencillez por los placeres de la vida se evidencia enseguida. No carga nada más que lo necesario. Sus manos llevan un teléfono celular y su billetera, aunque lo más importante es un objeto guardado en su bolsillo: su pasaporte.
Este documento de viaje ha sido su fiel aliado durante los más de mil días que lleva en su travesía, y lo será en los siguientes. Cada hoja se adorna de sellos que marcan su entrada y salida por los distintos países que ha recorrido desde hace cuatro años cuando comenzó su viaje.
Mulget Amaru nació el 24 de abril de 1983 en Etiopía, un país situado en el Cuerno de África. Desde temprana edad, sus piernas lo han llevado a un sinnúmero de lugares. “Siendo un chico africano, siempre me gustó correr y jugar fútbol descalzo en el lodo”, recordó. “Corría colinas, de camino y regreso al colegio (…) Mi infancia entera estuve corriendo y corriendo”.
Al entrar a la secundaria, Amaru descubrió que esa pasión podía ser útil para algo beneficioso. “Comencé a correr por un programa de la Cruz Roja, pero no tenía el propósito de ganar”, dijo. “Quería correr para apoyar las causas que este programa defendía, y comencé a disfrutar y amé encontrar una razón por la cuál correr, además de un trofeo”.
Al defensor de la paz no le interesaba ganar una competencia o colgar medallas en su pared. Su verdadero sentido de logro se basaba en marcar la diferencia en la vida de las personas de su país, sobre todo la juventud que se hallaba desamparada y viviendo en condiciones precarias.
Amaru recordó como a sus 16 años, su hermana mayor llegó a casa con una imagen del mapamundi que colgó en su pared. Lo que veía lo hipnotizó. “Tenía a la vista una cantidad de países, mares y océanos que nunca había conocido”, recordó. “Empecé a señalar todo lo que veía y esto me trajo una idea a la cabeza: De ser posible, si alguien desea caminar en tierra firme, ¿cuál es la distancia más larga que podría recorrer?”.
El joven etíope comenzó a imaginarse rutas de un lugar a otro, hasta que sus ojos aterrizaron en el continente americano. “Ahí encontré la carretera Panamericana, la vía terrestre más larga del mundo que abarca 48.000 km desde Alaska hasta Tierra del Fuego en Ushuaia, Argentina”.
Al pasar el tiempo, Amaru olvidó por completo esta idea que tuvo, pero nunca frenó su amor por correr. Terminó sus estudios y se dedicó a hacer deportes que se conectaran con las acrobacias para películas. Años más tarde, en 2013, visitó a su tía en el campo y quiso ayudar con los quehaceres de siembra y cosecha de maíz.
A lo lejos pudo ver como un caballo iba y venía ya cansado de tanto halar una carreta. Un pensamiento llegó a su mente: Si este caballo fuese liberado, ¿a dónde iría? De pronto, su mente viajó al pasado y recordó la idea que tuvo hacía más de 10 años. “Comencé a pensar en la posibilidad de lograr esto si de verdad me lo proponía y luchaba por ese sueño”.
Desde ese momento sus pensamientos se ocuparon únicamente en la manera de hacer su misión posible. Lo más importante para el corredor etíope, sin embargo, era encontrar una causa por la cual completaría esta hazaña. “Comencé a pensar en todos los problemas que vive la gente: cáncer, desigualdad, pobreza (...), pero algo no se sentía bien”, dijo. “Así que me pregunté: ¿Qué es eso que el mundo entero necesita? Sin pensarlo un segundo más, la respuesta fue obvia: ¡el mundo necesita paz! Ahí lo supe: Necesito correr por la paz”.
Amaru sabía que los retos a los que se iba a enfrentar en esta travesía eran enormes. Por eso debía prepararse mental, física, emocional y económicamente. Además, debía contar con el equipo adecuado para poder correr y satisfacer sus necesidades básicas.
Desde 2013 hasta finales de 2018 se preparó día y noche. Entrenó, comenzó a tramitar las visas necesarias para todos los países a los que iba a ingresar y por supuesto, continuó con su vida en Etiopía mientras se acercaba la fecha en la que una misión, lo cambiaría por completo.
El 14 de febrero de 2019 empezó su recorrido en Tierra del Fuego (Ushuaia, Argentina), mientras un menor de edad ondeaba una bandera blanca simbolizando la razón por la cual el etíope se embarcó en esta misión.
Junto con otros corredores, Amaru recorrió la tierra conocida como “el fin del mundo” hasta llegar a su primera frontera. Desde ese momento siguió su recorrido junto con sus pensamientos y su carreta.
Su única compañía se pintaba de los colores de la naturaleza a su alrededor, donde los árboles, las montañas, el pasto, y los movimientos del sol y la luna lo vigilaban constantemente. Su brújula se definió por el horizonte que visualizaban sus ojos y su determinación se evidenciaba en la fuerza en que sus piernas se movían con cada paso que lo acercaba a su siguiente destino.
Así, atravesó Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Colombia y, por último, Panamá. Durante el recorrido, en cada uno de estos países ha conocido gente y medios interesados en conocer la historia del Mandela etíope que corre por la paz. De igual manera se ha dedicado a difundir su mensaje hablando en colegios, organizaciones, y con grupos de personas interesadas en escucharlo.
“Quiero que la gente sepa la importancia de llevar una vida sana y pacífica. Quiero que mi mensaje se haga escuchar, y si solo llego a influenciar aunque sea una persona, para mí será suficiente”, dijo. “Quiero que la gente entienda que la vida no se trata de tener cosas materiales, sino de aprovechar el momento y lograr marcar la diferencia. Llevar una vida sana y armoniosa”.
Aún le falta recorrer unos 8.000 km entre Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, México y Estados Unidos hasta llegar a Alaska, y completar su misión. El etíope planea continuar el recorrido a partir de hoy. Durante su estadía en Gamboa se dedicó a ayudar a la comunidad construyendo parques de juego para niños, ayudando en la remodelación de colegios, y ofreciendo charlas a la población.
El etíope que corre por la paz no dará por terminada su misión, aunque haya recorrido los 48.000 km que abarca la carretera Panamericana desde Argentina hasta Alaska. Planea escribir un libro que cuente todo lo vivido durante su travesía y compartirlo con el mundo.
Las huellas de Mulget Amaru quedarán marcadas en los pavimentos, montañas, y bosques de todo un continente. Su voz se escuchará en el soplar del viento y su bandera ondeará por cada cielo de América. El legado de un etíope que se dedicó a correr por la paz sin recibir nada a cambio, es una hazaña que ha de recordarse para siempre, una historia que ha de recorrer tierra, mar y cielo haciendo justicia al sueño de un joven que luchó por marcar la diferencia en el mundo.