Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 12/11/2022 00:00
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Comienzo, amigo lector, con esta frase: “Hay gente a la que le gritan en la calle gordo(a) y corre a un gimnasio, sin embargo, a esa misma gente le gritan ignorante, y jamás lo verá buscar un libro o tomar un curso”. La educación no solo es un acto de amor, sino también un acto inteligente que debe, si o si, iniciar desde el hogar. Le recuerdo: la escuela forma pero no educa, y hoy, con la tecnología al alcance de un clic es imperdonable que aún haya personas que no quieren salir de su mediocridad intelectual incluso teniendo todos los privilegios del mundo.
Diariamente observo y escucho a “profesionales” sustentar, justificar y hasta recomendar con audacia, frases, hechos o acciones que, un ser pensante con educación sabe que están errados o que son, literalmente, puras cosas absurdas pero que gracias a la ignorancia flagrante que nos consume como sociedad, son llevados en hombros y son vistos como “lideres auténticos y modelos de vida”, ante la colectividad.
Es bien sabido que la educación en América Latina es un privilegio, y son pocos los que pueden ir al colegio, terminarlo, entrar a una universidad, adquirir un título técnico o licenciatura, y ya ni hablar de lograr una o dos maestrías o doctorados, sin embargo, conozco a personas que a pesar de no haber tenido esas oportunidades jamás le han cerrado las puertas al saber.
También en mis aulas he tenido jóvenes que tiran todo por la borda para ser esclavos de la mediocridad. Pese a tener teléfonos, tabletas o computadoras de última generación como herramientas para su carrera, llegar a su universidad privada en carro de lujo o Uber y tener todo el apoyo económico de sus padres, dan lo mínimo en sus asignaciones y prefieren vivir en los salones de recreo jugando billar, pingpong o realizando alguna otra actividad extracurricular totalmente alejada del saber.
Todos quieren ser felices, acumular éxitos y ser prósperos, pero pocos, pocos, están realmente dispuestos a sacrificarse y trabajar para ello. Por eso abundan los que buscan el éxito con un tufillo a inmediatez mientras que, otros más sabios, descubren que el éxito es un regalo que se construye a fuego lento y con perseverancia.
Pregunto, amigo lector, si quitamos el tener, los lujos, las comodidades y las apariencias que solemos exportar en redes, y dejamos totalmente desnudo nuestro ser ¿qué queda?, ¿estaría orgulloso de lo que se refleja en el espejo?
Para sentirnos realmente vivos necesitamos alimentar nuestras pasiones, determinando un propósito y persiguiéndolo plenamente. Probar, fallar y aprender de esos errores nos permite desarrollar la confianza para tomar decisiones y emprender acciones definitivas hacia nuestros objetivos. Este tipo de felicidad marca la diferencia entre una vida de mediocridad y una de grandeza.
Para ello debemos estudiar, conocer, saber, crecer y sobre todo querer. ¿Cuántas personas conoce usted, amigo lector, que se escudan en el paraguas del miedo o la mediocridad para no cambiar su vida?, ¿cuántas personas conoce que abandonaron los estudios porque para ellos era más fácil vivir de la plata de otro?, ¿cuántos conoce usted que, en vez de usar su celular para aprender algo nuevo y útil, lo usan para chatear bochinches, escuchar “música” basura o satisfacer morbos? ¿Cuántas administraciones gubernamentales han pasado ante nuestros ojos que dan bonos, vales, galletas, pavos, construyen la casa, pescan la tilapia, la cocinan, cortan en trocitos y se la dan en la boca a las personas, pero jamás les enseñan a pescar, a pensar o a valerse por sí mismos?
Por supuesto que cuando viene alguien que les dice ¡hazlo y válete por ti mismo! hacen huelgas, cierran calles, piden a gritos la presencia del presidente y protestan porque es más cómodo estirar la mano que empuñarla para tomar una herramienta y trabajar.
Aceptar la mediocridad proviene del miedo a fallar, así como de no estar dispuesto a lidiar con otros que son mejores. Conozco a una profesora universitaria que una vez me dijo que prefería lidiar con chiquillos que con clientes, y por ello no abrió su empresa... Cuando las críticas insignificantes dictan cómo vivir su vida, se convierte en un esclavo de ellas.
Demasiadas personas hoy piensan que cualquier palabra o acción que los haga sentir incómodos justifica ofenderse. Se ha convertido en la nueva “excusa de viaje”, por lo que al final, algunas personas pasan más tiempo ofendiéndose que decididas. Si todo lo que se necesita para desviar su camino hacia el logro o pararlo para siempre es una palabra negativa lanzada a su dirección, encontrará todo tipo de personas mediocres ansiosas por intentarlo.
Como dijo Einstein, “los grandes espíritus siempre se han enfrentado a la oposición violenta de las mentes mediocres”, pero tienen que actuar en su propio interés cuando aquellos que se contentan con la mediocridad intentan aplastar su voluntad.
La mediocridad en muchos aspectos será la madre de nuestra ignorancia si así lo queremos. En lugar de los detractores mediocres que resienten su felicidad y quieren arrastrarlos, rodéese de personas impulsadas por el éxito. El general Colin Powel dijo una vez: “Cada vez que toleras la mediocridad en los demás, aumentas tu mediocridad”. Un atributo importante en las personas exitosas es su impaciencia hacia los pensamientos negativos, hacia las personas mediocres o corruptas. Las personas satisfechas con su mediocridad esperan que usted procrastine allí con ellos, así que le recomiendo esto, amigo lector, para ir cerrando: dedique su tiempo y energía a aquellos que buscan activamente la superación personal.