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- 03/11/2018 01:00
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Aquel hombrecillo insípidamente curvo, me mantenía en total asombro cada vez que salía de su apartamento. Y es que no era para menos, pues mínimo dos veces al día los gritos que se escuchaban retumbar de sus ventanas quebradizas eran verdaderamente arrolladores. Entre gemidos, sacudidas de muebles, voces féminas que parecieran encontrar dolor y placer al mismo tiempo, y un sin número de olores variados y dispersos… El hombrecillo dejaba salir un rechinado de puerta una y otra vez, una y otra vez de manera repetitiva, sin orden, sin reglas, sin horarios, y lo peor de todo, ¡sin pudor!
Nunca logré ver a nadie, solo bultos tapados con largas telas negras, que caminaban discretamente tras el rechinar de la puerta, y pronto desaparecían en el viejo elevador que tardaba más en bajar que yo en salir y poder fisgonear con mi vieja técnica del bastón que se cae al suelo. Es que si se los cuento no me lo creerían, pero recuerdo la primera vez que vi una burka, en serio pensé que se trataba de un ninja, y es que para mí y mi diminuta visión del mundo eso solo podía ser un ninja, o la muerte misma que asomaba la mirada para deleitarse con las reacciones de los morosos observadores. Pero ahora que la vista me falla, los sentidos se engarrotan, y solo aterrizo mi realidad cuando me doy cuenta de que es hora de otro cambio de pañal, pues ahí y sin más ni más les juro que yo lo que veo es otro ninja más.
Flaco hasta el absurdo, solitario y extravagante. Así era el vecino del 98. Tenía una larga cabellera rubia y ondulada, un poco esponjada por la humedad y sus constantes baños de tina que duraban horas acompañados de sus tarareos y campanillas.
Uno podía oler la lavanda a distancia, entiendo que debió ser su olor favorito, pues todos los días era el primer aroma que penetraba por los sentidos de mis roídas fosas nasales. Después, religiosamente le seguía un sutil olor a carbón, ese olor a iglesia y monaguillo. ¿Ya saben cuál? Pues ese mismo. Casi lo puedo oler mientras toso y arrojo la dentadura del esfuerzo. El limón siempre fue mi favorito, al principio me quejaba. No podía disfrutar mis propios olores, perdía el interés y terminaba junto a la ventana respirando el olor ajeno. Entre acidez y recuerdos de pie de limón me perdía, y siempre cuando me daba cuenta ya me había saltado un par de olores. A veces los anotaba para llevar registro, otras solo me resignaba con no dormir mientras terminaba el ritual.
Pero lo más impresionante siempre era que al finalizar el día el hombrecillo de los olores mixtos tocaba a mi puerta de manera alegre y sigilosa para entregarme entonces de su puño y letra, cartas con peticiones que iban desde conseguir empleo, hasta recorrer el mundo en globo. Nunca decía nada, taciturno sonreía, me las daba y a paso lento regresaba al elevador para subir a su mundo de ruidos y olores.
Llegó el día como todo en la vida. Y ese día no hubo, ruidos, ni olores, ni cartas con peticiones. Nunca entendí lo que hacía el hombrecillo, pues milagrosamente los ninjas también desaparecieron, así como también termina este cuento.
EMPRENDEDORA, FOTÓGRAFA Y AUTORA EMERGENTE
‘Nunca logré ver a nadie, solo bultos tapados con largas telas negras, que caminaban discretamente tras el rechinar de la puerta, y pronto desaparecían en el viejo elevador...'
ARABELLE JARAMILLO
Autora emergente
Panameña nacida en México, 1978. Aparece antologada en ‘Los recién llegados' (2013) y ‘9 Nuevos cuentistas panameños' de Foro/taller Sagitario Ediciones.
El cuento ‘El Hombrecillo' está incluido en ‘El loco y otros breves textos emergentes' (2018), que se presentará este jueves 8 de noviembre a las 7:00 p.m. en la Embajada de México en Panamá.