El barrio de Chualluma en Bolivia, es único en la ciudad de La Paz ya que todas sus paredes están pintadas de colores que resaltan los rostros de las cholas,...
- 04/10/2020 00:00
- 04/10/2020 00:00
Cada 23 de septiembre se conmemora el día internacional contra la explotación sexual y la trata de personas, fecha instaurada desde 1999 por la Conferencia Mundial contra el Tráfico de Personas. El tráfico y la trata con fines de explotación sexual son consideradas la esclavitud del siglo XXI. Sus principales víctimas son mujeres, niñas y niños. Es un grave problema íntimamente ligado a las guerras, a la feminización de la pobreza, a la inmigración y a la delincuencia organizada, entre otros factores. Sus víctimas son sometidas a falta de libertad, amenazas, extorsión, violencia e incluso, la muerte.
La Unicef define la explotación sexual como “todo tipo de actividad en que una persona usa el cuerpo de un niño, niña o adolescente para sacar ventaja o provecho de carácter social con base en una relación de poder, ya fuere a cambio de pago en dinero o en especie, con o sin intermediación, es decir, haya o no alguna forma de proxenetismo”.
Por otra parte, la definición que contempla Organización Internacional del Trabajo y su Programa para la Erradicación del Trabajo infantil (OIT/IPEC) en el documento básico de información sobre la problemática de la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes señala que la explotación sexual comercial de personas menores de edad se produce “cuando una o varias personas, con la promesa de una remuneración económica o de cualquier otro tipo de retribución (pago en especie) o inclusive bajo amenazas, involucran o utilizan a un niño, niña o a una persona menor de 18 años de edad en actividades sexuales comerciales”.
Constituye una de las formas más violentas de vulneración de los derechos humanos de las personas menores de edad, que implica daños físicos, psicológicos y sociales de gran envergadura en las víctimas. Atenta contra su dignidad, integridad y el derecho al desarrollo integral de su personalidad, a la vez que es un acto delictivo se constituye en una forma de explotación económica asimilable a la esclavitud y a los trabajos forzados.
La explotación sexual comercial se da a través de diversas modalidades, como son, entre otras, las relaciones sexuales remuneradas con personas menores de edad, la trata sexual, la pornografía y el turismo sexual. Puede ocurrir en los hogares, escuelas, lugares de trabajo, en comunidades, y en contextos de desarrollo y de emergencia.
Se estima que cada año 1,8 millones de personas en el mundo son víctimas de este delito, cuyas víctimas son principalmente mujeres, niñas y niños, siendo el segundo delito y el negocio transnacional más lucrativo y rentable del mundo, después del tráfico de drogas, armas y órganos. Delitos dirigidos por mafias organizadas y que según informes de las Naciones Unidas, las ganancias superan más de $40 mil millones; dinero generado a costa del sacrificio, la vida, la dignidad y la libertad de mujeres, niñas y niños, atrapados en la aldea global del mercado sexual, a quienes se les violenta impunemente, frente a la tolerancia social y de los Estados, sus más elementales derechos humanos.
Panamá no escapa a este grave fenómeno, pues es un país de origen, tránsito y destino de la trata y el tráfico. Sin embargo, la indiferencia social y la tolerancia estatal son factores que contribuyen a seguir manteniendo este inhumano comercio, que no disminuye y que debe ser abordado con estrategias y políticas públicas eficaces de prevención.
De allí la importancia de quienes luchamos contra la violencia hacia las mujeres, niñas y niños, de insistir en la denuncia, en el reclamo, en la sensibilización a todos los sectores, para que de manera efectiva trabajemos para eliminar este flagelo. Tal como lo dice la activista camboyana y víctima de la trata Somaly Mam: “La compraventa de seres humanos y la concepción de la mujer como objeto de consumo son contrarias a la dignidad humana, aunque medie consentimiento”.
Todas las naciones del orbe deben saldar la deuda que tienen, no solamente con las mujeres, sino con nuestros niños, niñas y adolescentes, que son la esperanza de un mundo mejor. Ayudémosles a llegar a la meta de la realización de ese nuevo mundo, en el que brille la luz e inocencia de sus ojos, la alegría de su sonrisa, la pureza y la ternura de su alma. Es tarea de toda la sociedad poner un alto a la explotación sexual comercial de la niñez y la adolescencia, pues como dijo Albert Thomas, primer director de la OIT: “La explotación de la infancia constituye el mal más espantoso e insoportable para el alma humana”.