Las palabras hurtadas a David

Actualizado
  • 19/06/2016 02:00
Creado
  • 19/06/2016 02:00
Debo confesar algo de inmediato: he entrado a su casa de noche y he robado algunos de sus papeles

Me gusta hablar de nuestro poeta David. Me gusta él como persona. Pese a que él se odia a sí mismo. Debo confesar algo de inmediato: he entrado a su casa de noche y he robado algunos de sus papeles. Y los he robado con el objetivo de divulgarlos, si no, para qué correría el riesgo.

Hoy, en esta columna de La Estrella de Panamá , la que empezó como Panama Star , compartiré uno de los textos que me robé de la casa de nuestro poeta; nuestro poeta, que cuando muera será nuestro gloria y pondrá nuestro pueblo en el mapa para siempre, como ya lo han hecho otros grandes como Joyce, Beckett y Brendan Behan, los tres irlandeses. He aquí el texto que me robé de la casa de nuestro poeta David:

La taberna estaba más iluminada que otros días, nuestro equipo perdía seis a cero y a la séptima cerveza el fútbol era lo más importante en la vida y el vitoreo de gol por parte de los fanáticos del equipo contrario era como caminar sobre tachuelas.

Nen llenó otra jarra y la puso frente a mí en el mostrador, tomó la jara vacía, la limpió, abrió la puerta corrediza que daba a la cocina y gritó ‘sale un pollo al ajillo para la mesa siete', luego dibujó otra pequeña línea en mi cuenta.

Evitábamos mirarnos, nuestro equipo estaba siendo humillado y no era momento de ponernos a comentar nada, el silencio era lo más apropiado; él sirviendo cervezas sin apartar la mirada de la tele y yo bebía de la jarra con la esperanza de que faltando diez minutos los muchachos remontaran y ganaran siete a seis.

Lo nuestro era solidaridad, una amistad reposada y sin complicaciones, construida con silencios y apretones de mano, movimientos de barbillas y sencillos ‘cómo anda todo': lenguaje imposible de entender para nuestras respectivas mujeres.

Hace una semana ya me había contado que las cosas con su mujer no andaban bien, que la pasión, decía ella, estaba muerta, que todo le parecía sin sabor, que él no era el mismo, que tenía que dejar ese trabajo en el bar, que el humo del cigarrillo de los demás lo iba a matar, que si la estaba engañando con otra mujer que por favor se lo dijera de una buena vez, que ella ya sabría a dónde irse, que ni pensara que le iba a pelear esa casa, que su familia no la iba a dejar desamparada, eso sí, que se llevaría a los niños, de eso ni hablar.

El juego terminaba, marcador final: siete a cero. Leo sacudió la cabeza y me preguntó si quería otra jarrita. Le contesté que no, que ya estaba bueno, que si quería el aventón a casa.

‘Qué va, hermano', dijo, ‘hoy no duermo en casa, me voy a quedar en un hotelito por aquí cerca, las cosas andan de mal en peor con Isabel'. Qué hotel ni que hotel, hombre, te puedes quedar en el cuarto de la empleada. ‘¿Con la empleada?', pues no, amigo, que está libre este fin de semana y el cuarto está vacío. Y así fue, Leo se vino a la casa, pero no durmió. Ni yo tampoco.

Bebimos cervezas y vimos la ciudad amanecer. Leo se fue en la mañana. Me imagino que habrá dormido en el bus. Qué lindos tiempos, sin poesía .

Como se ve, hemos descubierto, entre otras cosas, que a David, después de todo, alguna vez le gustó el fútbol. Y que pudo ser buen amigo de alguien. Ah, David.

POETA Y MÚSICO

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