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- 18/10/2020 00:00
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Siempre sonriente, siempre amable, siempre sencillo. Así vivió Arysteides IgwaigliginyaTurpana, considerado una de las mentes y de las plumas más brillantes de Panamá, sobre todo, del pueblo dule y quien falleciera el pasado 13 de octubre.
Nació en Uwargandubb, Dule Nega, en 1943. Allí gestaría una cercana relación con los sacerdotes claretianos que oficiaban la misa y en la que el Arysteides, apenas un chiquillo, servía de monaguillo, el más disciplinado. Esa disciplina sería la que más adelante le abriría las puertas. Los sacerdotes necesitaban un monaguillo para la misa de 6:00 de la mañana en la iglesia de Cristo Rey en la ciudad de Panamá.
El artista multidisciplinario Aristides Ureña Ramos destacaba este episodio de la vida de Turpana en una reciente entrevista que hizo para La Estrella de Panamá, señalando cómo una decisión puede generar un cambio tan enorme en la vida de una persona. Turpana aprovecha la oportunidad de viajar a la ciudad para estudiar y eventualmente “ser parte de ese grupo de intelectuales panameños, que ha sabido marcar nuevas sendas en la cultura contemporánea de Panamá”. Llegaría a la capital a un cuartito con “tres calzoncillos, tres pantalones y cuatro camisas baratas de color blanco, comprados en baratillo de las tiendas de los judíos en Calidonia”.
Las oportunidades, las aprovechó siempre. Fue uno de los primeros estudiantes universitarios becados por la Fundación Deveaux en 1969. Se graduó en la Universidad de Panamá de profesor de español y educación artística, posteriormente estudió cine en París; algunos comentan cómo partió a Francia a estudiar con no más de 100 dólares en el bolsillo. Más adelante obtuvo un posgrado en política y administración cultural en la Universidad Federal de Bahía, en Brasil.
“Como persona, muy dulce y alegre, como un niño”, lo recuerda la académica Margarita Vásquez. “Pero en su trabajo, con la literatura, la lingüística y la gramática siempre fue muy serio”, agrega.
Vásquez recuerda que cuando él decidió estudiar en la escuela de español, ya era profesor de francés. “Tomó todos los cursos de gramática conmigo y siempre fue muy divertido”, asegura.
Le encantaba andar en chancletas, comenta Vásquez, “ponte zapatos”, le decía al poeta que solo la miraba y echaba a reír.
Pero aunque su imagen era informal, había algo que hacía que destacara.
La profesora Vásquez recuerda que para el fallecimiento de la madre del poeta, asistió junto con la profesora Isis Tejeira a mostrar sus respetos a la iglesia de Cristo Rey. “Aquello era una gran manifestación de dolor, la gente no cabía en la iglesia y adelante, estaba toda la familia del poeta. Todos muy elegantes, tenían una presencia impresionante. Recordé cómo algunas crónicas de la colonia mencionaban que entre los indígenas había príncipes y se destacaban, eran altivos... allí me di cuenta de que Arysteides pertenecía a una casta superior”, revela.
En el campo literario, para la académica, Turpana “dominaba completamente los idiomas, los tenía en la palma de la mano”.
Políglota, escribió su poesía tanto en dulegaya como en español, e hizo traducción de francés a dulegaya y viceversa. Para una publicación presentada por la Academia Panameña de la Lengua y la Universidad especializada de las Américas, presentó en conmemoración del fallecimiento de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes Saavedra, fecha establecida como el día del libro internacional, una traducción al dulegaya de un soneto de Shakespeare y de un capítulo de “Don Quijote”.
“En el campo literario, era un narrador. En la lingüística su gran aporte fue la relación que estableció entre las lenguas latinas y la lengua dule. Siempre estuvo pendiente de establecer vínculos con los suyos”, afirma Vásquez.
Y esto también es evidente en la temática de su obra en la que su pueblo, su tierra y sus costumbres están presentes, no solo de forma onírica, sino reflejando las vicisitudes de sus habitantes; en el cuento “Machikua”, publicado en la Antología Crítica de Jaramillo Levi, 1972, el escritor presenta la confusión ético religiosa de un niño guna atrapado entre dos culturas, confusión que lo lleva a la muerte. La situación “surge como descubrimiento del lector mediante la ironía, propiciada por una comunicación tergiversada, incomprendida”, dice el libro Contrapunto, de Rogelio Rodríguez Coronel y Margarita Vásquez (2008).
Sus poemas también hablan de islas, de mar, lluvias y cayucos, pero también de invasores, de injusticias, y de amor y deseo...
Trota guiada por una bandera que cabriolea
Una joven rubicunda de blue-jean descosido
En sus ojuelos –pradera y primavera–
Campeón va galopando
Mi pre-colonial corazón de bisonte
Detenerlo no puede la caballería
Mucho menos la bandera americana
A lo largo de su carrera fue profesor de español y de educación artística en varios colegios secundarios del país; también fue jefe del Departamento de Letras del Instituto Nacional de Cultura de Panamá (hoy, Ministerio de Cultura), crítico de cine en la Societé suisse de radiodifusion e télevision (SRG SSR de Suiza, así como subdirector del mensuario Dule Yala y editor del Niiskua Ginnid, cuadernillo de asuntos indígenas.
Conforman su bibliografía Kualuleketi y Lalorkko (1966); Archipiélago (1968); Machiuita/Muchachito (1979); Mi hogar queda entre la infancia y el sueño (Ediciones Formato Dieciséis, Universidad de Panamá, 1983); Narraciones populares del país Dule (Ediciones Literarias de factor, México, 1987); Desdichado corazoncito (INAC, 1991); El árbol de la vida y los kunas (2015); y Crítica del gunasdule (Colección de Estudios Interdisciplinarios del Centro de Investigaciones de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá, 2018).
Fungió como docente en varias ocasiones en la Universidad de Panamá y en la Udelas. Colaboró en múltiples publicaciones, siempre apoyando las causas indígenas, sobre todo las del pueblo guna, a la lucha por la recuperación de la soberanía sobre la Zona del Canal. En sus escritos se ocupó de denunciar el colonialismo y el racismo.
Su interés por lograr una sociedad más justa lo llevó a postularse en las elecciones generales de 2019 como candidato a diputado por el partido Frente Amplio por la Democracia.
El pasado 16 de septiembre hacía su última publicación en su página de Facebook. Con letras grandes plasmó: “Reducir el presupuesto de la Universidad de Panamá significa sacrificar el futuro, propiciar el atraso intelectual de las generaciones venideras y disminuir el desarrollo competitivo de la nación”.
La entrevista que le hiciera Ureña Ramos, la finalizaría con este pensamiento: “Ojalá podamos construir otro tipo de mundo donde seamos iguales y que la meritocracia nos gobierne; en cuanto a mis producciones, creo que he contribuido en algo, tanto por mi cultura regional como por la cultura nacional”.
Su fallecimiento ha entristecido a sus compañeros de lucha, pero sobre todo a sus compañeros de oficio, escritores y pensadores, artistas e intelectuales que apreciaron la claridad de sus ideas y la fortaleza de sus ideales.
Con Aristides Ureña Ramos quedó pendiente un encuentro para compartir un vino tinto y comprender la preocupación del escritor por dejar claro testimonio de su producción artística antes de su muerte. Así lo manifestaría Ureña Ramos en su escrito “Diálogo íntimo con mi tocayo Arysteides Turpana”, un día después de su fallecimiento.
“¡Hasta luego, poeta! Aquí en la Biblioteca Nacional, desde antes de tu partida, tenemos la gran responsabilidad de preservar tu obra. Esta siempre será tu casa. Nos honra saber que nuestras colecciones están enriquecidas con tu gran conocimiento”, fue el mensaje que a través de Instagram dejó al poeta la Biblioteca Nacional.
“Las letras Dule, Panamá y nuestros pueblos indígenas pierden a un icono. Hasta la sonrisa siempre, Arysteides Turpana, tus escritos nos quedan para seguir abrazando tu tierra y la revolución”, dijo Corina Rueda por Twitter.
“Poeta, lingüista, ensayista y pensador crítico, militante incansable por la justicia social, referente del pueblo dule, pero sobre todo, ser humano excepcional, en su alegría y compañerismo. Hasta la victoria siempre, compañero Turpana”, se despidió Richard Morales. “Juntos tejimos versos en los 90, cuando él tendió su mano generosa de maestro, y decodificó para mí los misterios de su pueblo”, comentó el periodista y escritor Eduardo Soto.
Ramón Benjamín señala que “Turpana no se fue un día antes de la fecha que marca el inicio del genocidio en Abya Yala. Tampoco un 12 de octubre. Nos dejó un día 13. También en eso nos regaló un último símbolo: la obligación de resistir y vencer la marca de la colonia, hasta el último aliento”.
El antropólogo guna Cebaldo De León quiso escribir algo en esta ocasión, pero confesó luego que no lo consiguió. “Seguro que un día pasará este dolor intenso que cargamos, por la partida de Turpana; fueron casi 50 años de complicidad, de amistad, de caminos y sueños”, dijo. Sin embargo, compartió una de sus antiguas crónicas que cuenta la fuerte influencia del maestro Turpana.
Una de las bibliotecas más fascinantes que conocí en mis años de estudiante en la isla de Narganá/Yandup, existía en otra isla vecina, a dos horas de distancia en un velero dule, en Guebdi, o Río Azúcar, hoy conocido como Uargandup. Era la biblioteca de un joven poeta –Arysteides Turpana– que por esos tiempos andaba, posiblemente, entre Saint Germain des Prés en París o La Rambla en Barcelona, o en los Altos de Curundú en Panamá, o en Manhattan en EE.UU.
En una chocita clásica guna, mística y surrealista, aguardaban a curiosos o “agradecidos lectores”, obras de Daudet, de Steinbeck, de Sinán. Desde el 'Gato con Botas' en francés hasta cuentos de Quiroga. De Saint-Exupéry a Herman Melville. De Cortázar a Carpentier. De Alfonsina Storni a sor Juana Inés de la Cruz. De Rimbaud a W. Whitman. Poesías, diccionarios, novelas, ensayos, revistas literarias... Me quedaba encantado, provocado, a tocar, a manosear y soñar que un día también tendría algo así... ¡Nunca lo conseguí!
Eran centenas y centenas de libros. Amorosamente ordenados y cuidados por Felicia y Antonio –padres de Turpana–. Años después leí una sabrosa entrevista a nuestro querido poeta en la que contaba: “mi amor inicial por las letras se lo debo a unos semianalfabetos campesinos indígenas que me leían los cuentos de Daudet bajo la sombra de los cocoteros en flor”.
Cada viernes, al final de las clases, sobraban motivos para navegar y atracar en Guebdi: los deseos de ser amado por una linda niña de esta isla y que nunca me hizo caso, comer uno de los pescados deliciosamente preparados por la mamá de mi amigo Rubelino, y disfrutar de la maravillosa biblioteca de Turpana. A los 15 años, ¿qué más podía pedirle a la vida? Tenía mar, amistades, los ojos y el cuerpo de un secreto amor, pescado, libros y el “¡cielo salvaje, misterioso y estrellado de Guebdi”!
Cebaldo De León