El Darién: entre la migración, la selva y la literatura

Actualizado
  • 13/11/2022 00:00
Creado
  • 13/11/2022 00:00
De ser llamada provincia 'olvidada' de Panamá, Darién ha pasado a ser la provincia más comentada y conocida del mundo por las historias trágicas de migrantes que cruzan sus ríos y montañas selváticas
El Darién: entre la migración, la selva y la literatura

Aprovechando un congreso del Centro Regional Universitario de Darién, de la Universidad de Panamá, viajo a Darién, a pesar que me han dicho que la carretera está en malas condiciones. Para alguien, con ganas de viajar, pues es algo que forma parte de su vida, el viaje es también conocimiento.

E ir al Darién, a esa llamada provincia “olvidada” de Panamá, era ir también al encuentro de una realidad global que ha puesto a esa provincia en los titulares de los periódicos del mundo: las migraciones.

De “pronto”, esta provincia “olvidada”, es la provincia panameña más comentada y conocida del mundo por su selva, por sus migraciones globales, y por las historias trágicas de migrantes que cruzan ríos y montañas selváticas.

En un país como Panamá, cuyos habitantes son resultado de una larga historia de migraciones pero, al mismo tiempo, están marcados históricamente por acciones y por sentimientos xenofóbicos, que no han dejado de ser explotados y manipulados por pusilánimes políticos, no resulta fácil comprender –todavía – que si hay un país que será siempre tránsito y destino de migrantes es, precisamente, Panamá, desde que en 1513, en el Darién, se descubriera el Mar del Sur, lo que se conoce hoy como el océano Pacífico.

El fenómeno de la migración por el Darién no es nuevo. Quien se adentre en la historia del país, sabrá que el Darién ha sido una región donde se han asentado, aparte de los indígenas, españoles, escoceses, ingleses, franceses, africanos, etc. En una ocasión, durante el período colonial, pasó a llamarse Castilla de Oro, por su riqueza aurífica.

Y ha sido una región de conquistas, de masacres, de saqueos, de persecusiones y decapitaciones. Una novela fundacional, Vasco Núñez de Balboa en el tesoro de Dadaibe (1934), de Octavio Méndez Pereira, recreó en el imaginario panameño a la nación mestiza, por el encuentro del conquistador español y la inventada Anayansi, una recreación de la Malinche mexicana, traductora y amante de Hernán Cortés, objeto de una violación, como lo planteara Octavio Paz en su clásico El Laberinto de la Soledad (1950).

Pero la “india” Anayansi, la amante de Vasco Núñez de Balboa, el descubridor del Mar del Sur, en manos de Méndez Pereira, quedó transformada en una seductora Lolita casera que termina conquistando al conquistador.

Ya de regreso del Darién, donde visité Yaviza, Metetí y Las Palmas, tuve la impresión que iba teniendo una imagen más completa del país. Y mientras Isla Colón en el Caribe, en la provincia de Bocas del Toro, se ha convertido en un enclave turístico, orientado al mercado anglosajón y europeo, de expats, antiguos y nuevos hippies, La Palma, que es la capital de Darién en el Pacífico, es casi una abandonada isla macondiana que no tiene ninguna relación con la belleza de su paisaje, donde campea la basura, gallinazos revoleteando por doquier y los uniformados de Senafront (Servicio Nacional de Fronteras) que han convertido el Darién en su feudo bajo férreo control.

Y del congreso científico al que asistí, donde adquirí una mirada más compleja de la provincia, pues se tocaron temas como la ecología y el desarrollo sostenible, la nada amigable relación entre los indígenas y los campesinos, la migración y los problemas de género, debo comentar la presentación de una doctoranda francesa sobre la migración transcontinental de los africanos que, en contra de la creencia común, la conforman muchos son jóvenes académicos que dominan varias lenguas lo que les da una tremenda ventaja en el trajín migratorio, permitiéndoles así ser traductores entre los propios grupos migratorios y, además, frente a las autoridades.

En efecto, ya en la ciudad de Panamá, cuyos muchos migrantes venezolanos vienen de vuelta por la cerrazón en la frontera norteamericana, escucho a un panameño en una tertulia diciendo que todavía no comprende a los inmigrantes venezolanos que van a los Estados Unidos.

Pero, ¿adónde deben ir? Cayó el silencio en la mesa por un rato. Y días después, para escribir este artículo, recurro a la literatura, donde está el conocimiento de la vida, y me encuentro con una novela, prologada por Margarita Vásquez Quirós y con una nota de Ariel Barría Alvarado (qepd), del chiricano César Augusto Candanedo, Los Clandestinos (1957), que obtuvo el Premio Ricardo Miró en 1949, bajo el título “Fuera de la ley”, que narra la experiencia migratoria de los “chocoanos” (los negros nacidos en la costa pacífica de Colombia) en el Darién y cuyo objetivo era ir a trabajar a la antigua Zona del Canal en Panamá (que era ir como a los Estados Unidos), y se lee: “Entonces, en circunstancias de protesta, creció el sueño de abandonar el Chocó, rico en oro, en platino y en muchos otros productos, pero, pobre, mísero, indigente, mendigo mismo, para el trabajador chocoano, para los muchos más, para el pueblo. Así creció y se amplificó la idea de llegar hasta el Canal, con su mítico torrente de dólares, filón al que podían llegar todos, seguros de encontrar una porción de dicha y riqueza. Entonces, ¿por qué no intentarlo, por qué no llegar? ¿Por qué no sacudir la tiranía infamante y opresiva? ¿Qué importan las montañas con sus caminos de tortura y los ríos con sus raudales peligrosos, difíciles de vadear, ante el empuje resuelto del hombre...? ¿Quien se detiene ante el incentivo de la esperanza, de la dicha entrevista y al alcance...?”.

Al terminar de leer esta frase, no pude menos que pensar que todo lo que había visto en el Darién por mi viaje, no era ni la mínima experiencia que podía recoger la esperanza y la tragedia de cientos de miles de migrantes que han cruzado esa selva.

En el camino de vuelta, pasando ya por el lago Bayano, había visto familias enteras caminando no hacia la antigua Zona del Canal, pero sí hacia los Estados Unidos. Un sentimiento de vergüenza recorrió mis venas, lo ínútil que hemos sido como repúblicas para asegurar un mejor destino a los “condenados de esta tierra”, como diría Frantz Fanon, y pensé en el ensayista venezolano, Carlos Rangel, que décadas atrás escribió, antes de toda esta crisis migratoria, resultado del desastre económico y político en la región, en Del buen salvaje al buen revolucionario (1976), lo siguiente: “ En todo caso, desde Bolívar hasta Carlos Fuentes, todo latinoamericano profundo y sincero ha reconocido, al menos por momentos, el fracaso – hasta ahora – de la América Latina”.

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