Así se vivió el emotivo funeral del papa Francisco. El evento reunió a mas de 200.000 personas en la Plaza San Pedro, con la presencia de 130 delegaciones...
- 21/12/2008 01:00
C amila Restrepo tiene 24 años y a pesar de que en apariencia no tienen ningún problema serio, no se siente feliz. Tanto es así que tuvo que acudir a terapia sicológica porque se sentía deprimida y era frecuente que se encerrara en su habitación a llorar. No quería hablar con sus padres sobre lo que le ocurría y, de hecho, ella misma no sabía qué era lo que estaba mal.
Camila acaba de terminar su carrera de derecho, no tiene preocupaciones económicas y aunque no tiene novio en este momento, dice que ese no es el problema “Simplemente me pongo triste de repente, es un sentimiento de vacío que no puedo explicar. Creo que se trata de inconformidad con lo que estudié. A veces pienso que no quiero ser la abogada exitosa que la gente espera que sea”, dice. Camila no está sola en su angustia. Según los expertos, entre los 20 y los 30 años es una de las épocas más difíciles por las que tienen que pasar las nuevas generaciones.
Estos adultos jóvenes se encuentran en un escenario muy poco favorable, porque si bien siguen siendo inmaduros en muchos aspectos, deben tomar decisiones trascendentales. Es el momento de entrar a la etapa productiva de sus vidas y pensar hacia dónde quieren ir.
Según la sicóloga María Elena López Jordán, “en este momento adquieren más responsabilidades y asumen que ya no están bajo la tutela de sus padres, sino que es el momento de afrontar su propia vida. Llegan las ganas de independizarse y los primeros retos laborales y afectivos. Después de la rebeldía de la adolescencia, todas las nuevas condiciones provocan un cambio existencial muy fuerte en los jóvenes, que genera angustia”, explica.
Los factores para aislarse y deprimirse en esta época de la vida son muy variados. Según explica la siquiatra Juliana Villate, hay muchos profesionales que se ven enfrentados al desempleo o a trabajos mal remunerados. Eso los obliga a permanecer en sus casas y depender económicamente de sus padres. “Continúan en un papel de adolescentes que va en contravía de sus expectativas reales, lo que origina una sensación permanente de frustración que puede terminar en sintomatología depresiva o ansiosa”, dice.
También están los que ni siquiera tuvieron la oportunidad de ingresar a una universidad y aquellos que desde muy jóvenes formaron una familia y se echaron a cuestas responsabilidades que riñen con su inestabilidad y su inmadurez. Para estas personas el mensaje es que no hay futuro. Y, como en el caso de Camila, también entran en crisis quienes en apariencia tienen una vida perfecta. ©PUBLICACIONES SEMANA