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- 20/10/2019 00:00
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La idea que tiene una sociedad sobre lo posible depende de lo que piensa de sí misma, lo que a su vez depende de la idea que tiene de su historia. ¿Qué pensamos los panameños de nosotros mismos? Tal vez la manera en la que los habitantes de Viento Frío, en la Costa Arriba de Colón, celebran el 12 de octubre, nos puede enseñar algo.
Viento Frío es un pueblo costanero que tiene una linda iglesia con un campanario que, como en los tiempos de la colonia, es lo primero que se ve cuando uno va llegando al pueblo. Y como todos los pueblos históricos de la costa colonense, éste también tiene su puerto. Por mucho tiempo Viento Frío estuvo lejos, muy lejos. Aunque ahora está a solo dos horas y media de ciudad de Panamá, sigue estando lejos en nuestro imaginario nacional. Y sin embargo, este pequeño pueblo es parte esencial de nuestra historia.
Viento Frío queda un poco al este de Nombre de Dios, que fue el puerto español más importante del Caribe panameño hasta que la corona española decidió abandonarlo y refundar el puerto en Portobelo. Está ubicado en una región con una larga historia de cimarrones, de los esclavos que se escaparon de su condición de esclavos y se dedicaron a atacar al comercio español.
Fue allí, casi al lado de Viento Frío, que la corona fundó Santiago del Príncipe, el primer pueblo de cimarrones con los que la Corona firma un acuerdo de paz que les reconoce su libertad y les permite fundar un pueblo oficial. A cambio del perdón real, los ex-cimarrones, ahora súbditos de la corona, prometieron defender las tierras del imperio español. Y aunque el pueblo de Santiago del Príncipe desaparece, en 1697 se fundó, un poco más al este, Palenque, otro pueblo de negros cimarrones que llega a un acuerdo similar con la Corona española.
¿Por qué un pueblo descendiente de cimarrones celebra el 12 de octubre? ¿Y cómo lo celebra? Cuentan que llegó al pueblo un maestro llamado Heriberto Molinar —la escuela de Viento Frío lleva su nombre— que les enseñó la historia del 12 de octubre. Un señor de 85 años me contó que él lo había celebrado a los siete u ocho años; es decir, hace 77 o 75 años, en los años de 1940.
El 12 de octubre que se celebraba en los años 40 del siglo XX era profundamente hispanista: se le consideraba el día de la raza. Es decir, el día de la creación de la raza latina y las escuelas enseñaban que los españoles habían dado la lengua, la cultura y la religión. Hoy, nadie diría eso, años de reivindicaciones indígenas y afroamericanas nos han recordado nuestras otras lenguas, religiones y culturas.
¿Qué versión del 12 de octubre les enseñó el maestro Molinar? ¿La del día de la raza? ¿O fue otra? No lo sé. Lo que sí sé es que el 12 de octubre de Viento Frío se llama “El Juego del Indio” y que la historia que cuenta es mucho más compleja que la que me enseñaron en la escuela. Como las mejores obras de arte, como los mejores museos, el 12 de octubre de esta región de palenques y cimarrones, invita a pensar.
El “Juego del Indio” tiene varias etapas. Empiezan las mujeres que interpretan con sus cantos a las mujeres indígenas antes de la llegada de los españoles. Después llegan tres embarcaciones que representan las tres carabelas de Colón. El juego termina con la simulación de las batallas entre indígenas y españoles. Es una celebración en la que participa todo el pueblo: hombres, mujeres, niños, padres y abuelos. Las mujeres son las indias y algunos hombres actúan de españoles y otros de indios. Nos recuerdan, así, que la historia la hacemos todos.
También llama la atención cómo tratan la violencia de la conquista. No la ocultan; al contrario, dramatizan la resistencia indígena y sus múltiples intentos de resistencia. Primero pelean las mujeres, después los hombres, quienes se enfrentan a los españoles varias veces hasta que finalmente son derrotados y el pueblo queda lleno de indios muertos. En este festival los derrotados son los protagonistas. No es por nada que se llama “El Juego del Indio”.
¿Cuál es la lección de recordar la violencia y la derrota? ¿Tal vez que perdemos aún más cuando embellecemos y banalizamos la historia y tratamos de ocultar sus tragedias? ¿O qué es importante recordar que hubo resistencia, aunque al final se haya perdido? Cada espectador se irá con sus interpretaciones. Yo fui preguntándome si esta manera de recordar la conquista no es parte de la memoria colectiva de una región de frontera en la que grupos indígenas como los gunas resistieron una y otra vez al imperio español que nunca logró conquistarlos.
En esta versión del 12 de octubre, las mujeres están en el centro de todo. Ellas son las primeras que ven la llegada de los españoles y las primeras que defienden al pueblo con piedras y palos. Y son ellas las que tocan los tambores para alertar a los hombres para que regresen del campo a defender el pueblo. También son ellas las que cuentan las historias. Si los hombres pelean, ellas narran con sus canciones. Y lo que cantan es profundamente irreverentes. Sus coplas nos hablan de su vida y de las dificultades de vivir sin tener poder. Nos dicen también que a veces es bueno burlarse de uno mismo y de las negociaciones a las que lleva la vida y que el humor ayuda a sobrellevar las penas.
Otra importantísima lección de historia que nos da el Juego del Indio es que hay que entender a todos los personajes históricos, incluso a los que no nos gustan —una cosa que siempre les digo a mis estudiantes—. Y en esta fiesta todos los personajes son tratados con respeto, incluso al enemigo que los derrotó, les quemó el pueblo y se llevó a la reina india. Esto me lo recordó el señor Vicente Forsythe, quien tiene 15 años interpretando a Cristóbal Colón, cuando me dijo que “para ser Cristóbal Colón hay que conocer la historia”. Me fui pensando que sí, para ser cualquier cosa, hay que conocer la historia.