Detrás de los manuscritos del maestro (parte I)

Actualizado
  • 08/02/2025 00:00
Creado
  • 07/02/2025 19:17

La tarde era fresca, con vientos de montaña. En el reloj como dijera un europeo, las seis menos quince. Ya comenzaba la celebración eucarística de los viernes, era el privilegio de vivir muy cerca de la iglesia. Y una aventura recordar a través de los ojos de la tía Martha dónde estaba ubicado el nicho de la ermita donde en 1900 celebraban las misas y adoraban la imagen del Cristo que llegó por el mar. El Cristo de Esquipulas de Antón. Justo pared con pared, en el jardín contemplaba los ladrillos, muy antiguos, con que levantaron la primera capilla.

Después de identificar por siete días consecutivos los libros, panfletos, revistas, los preliminares del mejor historiador de Panamá. Estaba justo detrás de la obra del maestro. Cada anaquel donde guardaban los manuscritos fue clasificado, por obra literaria, ya publicada. Compartida por miles de estudiantes, maestros de escuelas y colegios de nuestro país. Nadie como él escribía crónicas, ensayos, cuentos y novelas de los caminos apenas trazados a través del istmo. Un privilegio concedido por la familia el dejarme entrar al estudio del amante de las letras.

El cotidiano interiorano puede repasar las anécdotas de los abuelos y antepasados en la biblioteca pública regional y también en la ciudad capital. Pero por qué la familia no lleva esos documentos a un lugar donde los preparen para las otras generaciones, acaso no lo aprecian como para compartir lo más íntimo del maestro con los que aprecian y valoran el esfuerzo de una exquisita forma de escribir.

Corría en el calendario el mes de octubre, ya se escuchaban en cada esquina los ensayos de los danzantes de bailes populares, propios del lugar. Y recordaban siempre los esfuerzos de la tía Martha, que guardaba un refresco, un pan caliente de la panadería ubicada detrás de la casona. El fuerte aroma de pan recién horneado avisaba cuándo ir a comprarlo y degustar; todos comían, los bailarines e instructores debajo del frondoso árbol de mango. Para muchos tiene más de cincuenta años, y tres generaciones lo disfrutan a lo largo del tiempo.

No solo a la maestra la recordaban por sus atenciones en casa, sino por el aporte junto a su padre sobre los escritos que acompañarían las presentaciones de los locutores, que a viva voz, decían el grupo folklórico autóctono de nuestro pueblo, es auspiciado por la familia Castillero Pimentel. Cuna del maestro historiador, de sus hijas, Librada, Nena y Martha. Para quienes los quehaceres del hogar eran rodearse de las señoras y jóvenes de su época, junto a la pagoda y las hamacas. Los martes era la tarde de costura, la de postres los jueves, los viernes escribían toda la tarde, leían cuentos y escritos del maestro.

Qué es lo más interesante para conservar en la biblioteca privada del historiador Ernesto J. Castillero; todo, absolutamente todo. Los libros referentes en su mayoría a la historia de Bolívar y los nacionales. Cómo no apreciar desde la portada, un poco opaca y monocromática de la obra Hipólita, y la infancia de Bolívar. Leímos el color de la piel, no impidió que el Libertador considerara a esa sirvienta como su “madre de leche y padre”.

Con esa obra revivimos el espíritu bolivariano del conquistador de las Américas, e inspiró a reorganizar la biblioteca del maestro, que partió al más allá luego de recibir un merecido reconocimiento por ser el mejor historiador y un maestro consagrado, en el año 1981.

Las pocas fotos asoman la tendencia en el vestuario de caballeros y damas. Un poco de la época (1920) en que los sombreros para hombres eran piezas valiosas para lucir apropiadamente, y la sombrilla en encajes para las damas, el toque de elegancia. Las sonrisas, expresiones de agradecimiento y los gestos singulares eran revividos una vez más a través de las fotos, caricaturas y pinturas de óleo del gran maestro. Muchas placas de reconocimiento eran conservadas en una caja forrada con tela y que decía Homenaje a mi padre. Con letra de su hija Nena.

Solicité a la familia que dejara colgar las mejores fotos del señor Castillero en un rincón del gran salón, junto a los padres y abuelos que antecedieron, logré captar unas fotografías. Los abuelos con el mejor gusto diseñaron la casona, que podemos dividirla para su descripción en dos grandes salas. La de la derecha, justo a la entrada lateral, por calle segunda, los aposentos, y a la izquierda, el gran salón-recibidor, sala, comedor y el estudio-biblioteca donde lograba inspirarse el maestro.

Detrás, hacia el patio interior, un gran salón con una mesa larga junto a la máquina de coser, permitía crear los diseños de manteles en tela, tejidos, colchas y cuanta creación lograran hacer las damas. Era una época de mucha singularidad, todo tenía un por qué y el momento propicio para lograr conseguir un estilo provenzal particular.

Rosemarie Acosta Lugo
Es asesora de comunicación corporativa y catedrática universitaria.
Máster en periodismo investigativo y literario. Actualmente se desempeña como presidenta de la Federación de Mujeres Periodistas y Relacionistas Públicas (Femuperp).
Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones