Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
- 05/10/2024 00:00
- 04/10/2024 18:47
Con el torso desnudo y fragmentos raídos de lo que otrora fuese un pantalón, Crazy Glue caminaba mientras llevaba a cuestas tres costales de latas de aluminio vacías.
Los niños del barrio lo llamaban así, pues decían que estaba loco porque cantaba y silbaba canciones viejísimas, a la vez que recogía latas vacías en los tinacos y se llevaba a la boca una que otra sobra comestible que también se hallara en ellos. Todas las tardes llegaba Crazy Glue al barrio, recogiendo latas por doquier, para luego intercambiarlas por un par de centavos, en algún centro de reciclaje.
Los más pequeños solían correr despavoridos al escuchar su singular silbido cual fúnebre anuncio apocalíptico, ya que de inmediato recordaban las advertencias de intimidación que les hacían los adultos, con alegatos como: ¡Si no te portas bien, te va a llevar Crazy Glue!” o “si no e comes toda la comida, ¡te lleva Crazy Glue!” y otras por el estilo.
Pero los niños más grandecitos encontraban realmente divertida las visitas del particular exciudadano, puesto que representaban el momento propicio para reírse y mofarse de él, gritándole todo tipo de groserías e insultos, sin peligro de represalia alguna. En su bicicletas y patinetas lo seguían, cual séquito real, hasta la salida del barrio, a la vez que esgrimían sus ofensas y burlas mal correspondidas por el personaje en cuestión, que tan solo continuaba su ameno silbido y el grito de su clásica frase:
-¡Algún día llego, carajo: algún día!
Una tarde, como cualquier otra, los niños lo esperaban subidos en sus juguetes, como buenos competidores a la espera de que el banderín bajase y diera por iniciada la carrera olímpica. Pero esa tarde Crazy Glue no se asomó. Más pronto llegó la noche y los niños, desilusionados, se fueron a sus casas.
Al día siguiente, luego de la salida del colegio y más temprano que de costumbre, todos estaban enfilados y a la espera del anhelado personaje, pero ese día tampoco llegó.
Al tercer día los niños llegaron a la conclusión de que debían salir del barrio para saber qué había ocurrido con Crazy Glue. Algunos se opusieron, pues sus padres les tenían prohibido jugar fuera de las inmediaciones, más el interés y la curiosidad fueron mayores y la gran expedición se puso en marcha.
En efecto, la respuesta sí estaba a la salida, donde yacía tirado Crazy Glue junto a uno de sus costales de latas vacías. Los niños se le acercaron sigilosamente y se percataron de que no se movía ¡ni para respirar!
El más avispado de los niños se aproximó un poco más y se dio cuenta de que Crazy Glue estaba sudando copiosamente, por lo cual no podía estar muerto. Le hizo señas a los demás niños con la mano y estos también se acercaron, pero con extremo cuidado.
Ya todos los niños alrededor del cuerpo tirado, uno que otro iba alargando su mano para tocarlo y verificar su estado por cuenta propia.
La tarde parecía un cómplice que se tornaba oscura y silenciosa. Ellos se le acercaban un poco más, pues no podían entender por qué no se movía... pero fue un ensordecedor y repentino alarido que soltó en ese momento Crazy Glue, lo que hizo que los niños también soltaran una serie de gritos y chillidos, mientras corrían como nunca hacia el barrio y dejaban tiradas sus bicicletas y patinetas en el suelo.
Aquel jolgorio no alteró para nada a Crazy Glue, quien terminó su grotesco bostezo y se levantó. Movió graciosamente las piernas; recogió su costal y lanzó con mucho más ánimo su acostumbrada frase:
-¡Algún día llegó, carajo: algún día!
Del libro ‘A Capella: cuentos y realidades’. Panamá, Centro de Investigaciones Educativas y Nacionales, 2011.