A pleno sol en Panamá Viejo

  • 27/04/2025 00:00
Reinier Rodríguez pasa de la gestión y la crítica a la obra pictórica propia con esta, su primera exposición individual en la que registra con gran detalle arquitectónico las ruinas del Conjunto Monumental de Panamá Viejo y la exuberante vegetación que lo rodea

Como arquitecto, Reinier Rodríguez se propuso hacer un diario ilustrado, a mano alzada, para recoger en él los edificios más importantes de cada barrio de Panamá, un poco continuando el proyecto que había realizado con el Municipio de Panamá en 2018, en preparación a sus 500 años de fundación. Inicialmente pensó que le resultaría difícil el retomar el dibujo, hacía muchos años que no tomaba un lápiz, pero lo que bien se aprende no se olvida.

De la teoría a la práctica

Entusiasmado empezó esta tarea en Panamá Viejo y así, fue registrando algunos conjuntos de ruinas e inevitablemente, la naturaleza que le rodeaba. Esto fue en enero de 2020. Algunos dibujos empezaron a tomar forma, pero llegó marzo y con él, la pandemia de Covid 19. De esa etapa, uno de sus últimos dibujos los terminó en casa, durante el encierro forzado con algunos lápices de colores. Tendrían que pasar dos años para que Rodríguez retomara este proyecto, gracias a una invitación de la International Watercolor Society, capítulo de Panamá, a través de la arquitecta Lía Méndez quien hizo una invitación a todos los interesados a en hacer acuarelas en Panamá Viejo. Acompañado de su amiga, la artista plástica Karina Nicholson, emprendió nuevamente el camino.

De ese ejercicio salió un primer intento del que Rodríguez no se sentía particularmente orgulloso, sin embargo, el maestro Lucio Kansuet, quien estaba por allí cerca la miró y le dijo al pintor, “¡Qué bonito te quedó eso!”. La generosidad con la que Kansuet elogió su esfuerzo hizo que subiera el ánimo de Rodríguez y no abandonara su idea. “Empecé a ir los domingos, fui varias veces con Alexandra Rosas, con Ernesto Córdoba (artistas plásticos), fui aprendiendo con ellos y registrando diferentes momentos”.

Los dibujos y pinturas fueron aumentando en las páginas de aquel cuaderno. Y detrás de cada una de esas pequeñas obras está escrito si alguien le acompañó y qué ocurrió ese día.

Uno de los dibujos tiene una historia larga, y es que pasaron varias jornadas de trabajo interrumpidas hasta por una torcedura de tobillo hasta completarlo.

A medida que pasan las páginas del cuaderno se distinguen algunas de las edificaciones más completas del conjunto monumental: la imponente torre de la catedral, el convento de las monjas, los restos de la iglesia de la Merced. También se distinguen algunas edificaciones nuevas, los altos edificios de Costa el Este, las instalaciones del centro de visitantes e incluso algunos de los automóviles y autobuses estacionados en el área.

Y los árboles y arbustos que generalmente ofrecen sombra a los visitantes: los flamboyanes, las veraneras, los guayacanes y robles. Este acercamiento daría inicio a una serie que Rodríguez denominaría ‘Por las ramas’.

Del cuaderno a los lienzos

El arquitecto llevaba su preciado cuaderno un día que fue citado por los miembros del club Kiwanis para organizar un concurso juvenil de pintura. Uno de los asistentes a la reunión vio el cuaderno y quiso echarle un vistazo. De allí salió la idea de que Rodríguez hiciera obras de formato mediano y grande, basadas en aquellos dibujos y que presentara una exhibición con fines benéficos para el club. “Y yo dije que sí y como la palabra se cumple, la cumplí”, afirma.

Rodríguez se hizo un visitante frecuente del conjunto de ruinas. Pudo experimentar lo que vivían los artistas dedicados a hacer “plein air”, entiéndase, pintar en exteriores, para captar la atmósfera y la luz precisa de cada momento.

“Tenía que ir con sombrero, una silla, una camisa ligera...”, relata. Esta forma de trabajo que se hizo popular a partir del siglo XIX, nos deja imágenes de in Renoir, un Monet, un Van Gogh a pleno disfrute de la naturaleza, la parte que no se menciona incluye las horas de sol pleno o las sorpresivas lluvias con las que tiene que lidiar el pintor. Por ello decidió titular esta primera muestra “A pleno sol”.

A pesar de ello Rodríguez realmente disfrutó el proceso, “ya era conocido, la gente me saludaba cuando me veían llegar y ocurrieron cosas divertidas”, asegura.

Y en sus obras es fácil darse cuenta de cuándo había llovido, o si las nubes que se estaban formando amenazaban con lluvia. O cuan seco estaba el ambiente, en ausencia de nubes y colores muy brillantes.

En gran mayoría las obras fueron realizadas de esta manera, aunque debido a la falta de seguridad en algunos espacios, debió recurrir a una que otra fotografía. “Y creo que el hecho de no estar allí me sirvió para crear algunas cosas. No era el ‘plein air’ de copiar la realidad tal cual, sino incluirle un par de cosas”, comenta.

Ruinas con gran detalle

Como su entusiasmo, el tamaño de sus obras fue creciendo. Inició con cuadros de tamaño modestos, algunas con los nombre de las edificaciones que allí aparecen: ‘Fortín de la Natividad’, ‘Puente del Matadero’, ‘Puente del Rey’; otros con nombres que sugieren la experiencia vivida en el momento de su creación: ‘Por la sombrita’, que registra los manglares ubicados tras el centro de visitantes y que fue pintado bajo la sombra de los árboles existentes y le siguieron unos más grandes: las ruinas de la Merced, el conjunto conventual de San Francisco, un detalle de las casas de la Calle Real y el hospital San Juan de Dios, todos ellos con nombres más personales: ‘Con aromas te recuerdo’, ‘Bajo el sol y sin apuro’, ‘Viene el agua’; ‘Paradoja de la permanencia del cambio’, una obra en formato vertical que muestra una vista de la ciudad moderna enmarcada desde una de las ventanas de la torre de la catedral, y ‘Retomando el camino’, que hace alusión a una de las viejas calles de la ciudad, así como a la vuelta a la pintura.

Y es que Reinier Rodríguez detuvo por algún tiempo el interés por crear sus propias obras mientras ejercía cargos más relacionados con la gestión artística en el Museo de Arte Contemporáneo y en el entonces Instituto Nacional de Cultura, de los que fue director.

“Retomé el camino, lo que quise hacer cuando era un pelao. Yo sentía que no podía ser gestor y artista a la vez, hasta que me di cuenta de que sí podía hacerlo y tal vez me demoré demasiado, estoy presentando mi primera individual a los 55 años, pero todavía soy un pollito”, dice con una sonrisa.

Las obras sigueron creciendo en tamaño. A pleno sol muestra una torre de la catedral desde lo que fuese la plaza principal. “La torre es prácticamente un levantamiento, si me acerco mucho vas a ver que las piedras aparecen en donde están”. Es visible cada detalle de la edificación, cosa que solo un arquitecto puede lograr. “Cada piedra está en su lugar. Cada sillar está en donde está. Pintándolo, me di cuenta que cada piso de la torre es más angosto a medida que sube y también va disminuyendo la cantidad de sillares. No podía parar”, reconoce. La obra lleva por nombre ‘A pleno sol’.

Con ese mismo nivel de detalle están ‘...en la ansiada calma’, que registra el convento de la monjas, ‘Requiem’ del Convento de los Jesuitas y ‘Sabático dominical’; obras en las que lucen claramente los elementos originales de cada conjunto, así como sus restauraciones y los haces de luz que las atraviesan.

Por las ramas

Finalmente está ‘Por las ramas’, una imagen de la torre de la catedral vista a través de las ramas de los flamboyanes que adornan la plaza principal. “Sentía que ese era un cuadro que debía ser grande y tenía que mostrar esa mezcla de los temas que estaba trabajando”, comenta.

‘Por las ramas’, como se mencionó anteriormente, abrió el campo para registrar también la vegetación existente en el área del conjunto monumental. Los flamboyanes, guayacanes, robles, jacarandás, veraneras... unos en formato redondo, más pequeños. Otros de mayor tamaño en formatos horizontal y vertical. Todos con un cielo muy azul, algunos vistos de frente, otros detallan una vista desde el suelo hacia arriba.

“Estos son una especie de ensayo de anatomía de la planta. Entender cómo es la hoja, entender cómo es la luz que genera, entender la profundidad, los verdes, yo le tenía terror al verde y estos cuadros me ayudaron a perdérselo”, reconoce.

El cielo es lo último que se pinta en el lienzo. Reinier se valió del dorado, ya fuese en pintura o en lámina (formato redondo) y dejó que la luz que proyectan las ramas de estos árboles fuesen el fondo del cuadro. Lo último que pintó: el cielo.

Los nombres responden a la fecha de floración de cada especie: ‘Enero’, veranera; ‘Marzo’, roble; ‘Abril’, guayacán; ‘Julio’, flamboyán; ‘Octubre’, rosa tabogana. Unos sugieren una situación romántica auspiciada por el árbol: ‘Guayacán en fuga’, ‘Con tu ligero tacto’, ‘Cálido cortejo’. Otros sencillamente identifican la especie vegetal precedida por el nombre de la serie: ‘Por las ramas’.

“Y luego de pintar tanto árbol y tanta profundidad y tanto paisaje pasó lo que tenía que pasar. Empezaron a surgir paisajes propios, paisajes inventados. Ya aquí no hay Panamá Viejo, aquí son simplemente los árboles del verano de Panamá. Todos integrados en un paisaje que no existe”. Incluso hay un campo de lavandas.

La muestra fue curada por Francisco Sousa-Lennox, quien plantea en su texto curatorial que la muestra dividida entre las obras dedicadas a Panamá Viejo y las que exaltan su vegetación son “la convergencia manifiesta de las diversas experiencias profesionales de Reinier Rodríguez, culminando en la expresión directa de una visión inspirada en la luz y el alma de Panamá Viejo. En la tensión palpable entre la solidez de la piedra y la delicadeza de la vida vegetal, el artista nos ofrece una reinterpretación sensible que nos anima a apreciar la belleza desde una perspectiva renovada”.

La muestra se completa con una pantalla en la que se muestran los dibujos iniciales de los que surgen las obras que el visitante puede observar. Y en las cédulas, acompañando el nombre y datos generales de cada obra, también se muestra un pequeño dibujo acompañado del texto que se escribió en el cuaderno de dibujos.

Después de viejo, artista

Esta exposición es un punto de partida para una nueva etapa en la trayectoria de Reinier Rodríguez quien luego de años dedicado al trabajo teórico como gestor, curador, investigador crítico y profesor de historia del arte, decide experimentar con la obra pictórica a través de una propuesta que busca visibilizar el componente artístico del trabajo del arquitecto.

“Ya no paro. Esto ha generado un cambio en mi vida. Ahora me levanto mucho más temprano y lo primero que hago en la mañana es leer un rato, cosa que había puesto en pausa por mucho tiempo. Leo entre media y una hora y después me pongo a pintar”, dice. Dedica unas tres horas a la pintura, cierra el taller y luego inicia el resto de sus labores al frente de Menú Creativo. Rodríguez continuará con sus estudios de las piedras en las ruinas históricas y también en la vegetación.

El novel artista está consciente de que es una decisión que sorprendió a muchas personas y y que incluso consideraron este paso como un acto de valentía. “Porque siendo curador, siendo crítico, profesor de historia, luego de esto es todo eso una ‘lisura’ atreverte a mostrar por primera vez obra a estas edades”, advierte.

Y considera que su trabajo ha estado en un buen nivel. “No podía quedar mal y creo que no quedé mal. De hecho, he recibido comentarios positivos, muy alentadores además de sinceros: ‘nos imaginábamos que iba a estar bien, pero no tan bien’. Entonces, ha sido verdaderamente alentador” considera.

Después de la inauguración de esta exposición, Reinier ha completado tres obras. “No puedo parar”, reitera. “Ya no puedo hacer nada contra eso. Y para qué resistirse si soy feliz haciéndolo. Puede que haya gente que no esté de acuerdo con que yo esté pintando o que sienta que estoy perdiendo mi tiempo en algo que a lo mejor nunca va a trascender, pero en verdad me hace demasiado feliz como para no hacerlo. Me cambia me cambia la energía del día y eso para mí es más importante que lograr ser un maestro consagrado”, concluye.

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