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- 15/02/2024 00:00
- 14/02/2024 16:01
La historia del cristianismo en relación con los lugares dedicados al reconocimiento de la presencia de Dios en medio de su pueblo se ha desarrollado según lo que Jesús manifestó a la Samaritana cuando le dijo que llegó la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren (Jn 4,23). De esa manera, surgieron muchas iglesias atendiendo a la fe de las comunidades que se extendieron por todo el mundo, algunas de las cuales, adquirieron gran renombre por la fuerza de la fe que despertaron y el fervor alrededor de alguna advocación de Jesús, la Virgen María o algún santo.
La iglesia de Atalaya es uno de esos lugares pues, según Juan B. Sosa en su Compendio de Historia de Panamá, esta población existe antes de 1620 y de acuerdo con una tradición consignada en el libro parroquial de Mons. Pedro Mega, la imagen de Jesús Nazareno se veneraba en un bohío. El origen de esta imagen se pierde entre la leyenda y la tradición y según Juan Requejo, historiador, en 1640 tanto San Miguel de la Atalaya como San Francisco de la Montaña eran pueblos habitados por indios cuyas iglesias dependían de Santiago de Veraguas. No existen documentos escritos del siglo XVI ni XVII, y los libros parroquiales comienzan sus registros el 4 de mayo de 1708, con una partida de defunción de Juan Leonor Valdés firmada por el cura Juan Gallardo. Después de esa fecha se encuentran las actas de visitas que hicieron obispos y Vicarios con la información registrada de sus observaciones y sugerencias.
Hay que destacar que estos archivos parroquiales de Atalaya son más antiguos que los del Sagrario de la Catedral de Panamá, lo que nos lleva a valorar la antigüedad de esta iglesia que ya superó los trescientos años.
La Iglesia de Atalaya no se puede mencionar sin aludir de inmediato a la fe de los cristianos en la presencia de Jesús Nazareno cuya imagen también lleva varios siglos de ser venerada e invocada y que cada año despierta en miles de peregrinos un movimiento expresivo de acudir a manifestar el agradecimiento, la admiración, la súplica y la participación en lo sagrado. Las peregrinaciones para visitar a Jesús Nazareno de Atalaya se hunden con raíces muy hondas en la historia de la iglesia panameña, y en los archivos parroquiales se encuentra un documento que data de abril de 1782 firmado por José Núñez de Arco, Mayordomo de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en el cual se testimonia sobre los grandes movimientos de peregrinaciones que en ese año acudieron a cumplir con sus mandas y asistieron a la fiesta de Nuestro Padre Jesús Nazareno, provenientes de San Francisco de la Montaña, San Francisco Javier de Cañazas, San Buenaventura de Las Palmas, San Pedro de Montijo, Santiago de Veraguas, La Villa de los Santos y Las Tablas.
La peregrinación de los cristianos hacia Atalaya es constante, pero tiene su fecha culminante cada año el primer domingo de Cuaresma, día en que miles de personas llegan de todas partes del país, a rendir homenaje y a manifestar la fe en el Jesús Nazareno de Atalaya. Los cristianos que se reúnen en la celebración de Atalaya no escatiman esfuerzos para estar allí, caminando grandes distancias, con el fin de dejar sus ofrendas como testimonio de los favores recibidos. Los pobladores de Atalaya se convierten en anfitriones de todos los peregrinos que cada año aumentan y desbordan los espacios de una ciudad que se queda pequeña para acoger tanta gente. El movimiento que se produce en Atalaya para los días que anteceden a la celebración de la fiesta el primer domingo de Cuaresma incluye la presencia multitudinaria de cristianos así como la implementación de innumerables puestos de comida, frutas, recuerdos, frutas, ropa, utensilios, bebidas y demás artículos que constituyen una cobertura de necesidades, de comercios pequeños y buhonería. Es una gran fiesta donde ocurren encuentros espirituales y humanos en un ambiente lleno de testimonio y participación.
La construcción del templo de Atalaya fue lograda a través de esfuerzos de la comunidad católica, la Cofradía de Jesús Nazareno, de los párrocos que estuvieron a cargo de la iglesia y al encargo de los obispos que visitaron la parroquia y observaron la necesidad de terminar la obra. Según los archivos parroquiales, en 1791 la iglesia todavía estaba en construcción y como se registra en un acta del Excelentísimo Señor Obispo Manuel Joaquín González de Acuña, dicha construcción se terminó en el año 1802, quedando pendiente la torre.
Entre los párrocos que ha tenido la iglesia de Atalaya sobresale Monseñor Juan José Cánovas, quien llegó a esta parroquia en 1912 y la dirigió hasta su muerte en 1964 que ocurrió en su ciudad natal Totana Murcia, pero sus restos descansan en la Basílica de Atalaya. En el año 1923, el P. Cánovas, reinició la construcción de la torre de la iglesia, y el 19 de marzo de 1927, invitó al Señor Arzobispo de Panamá, Guillermo Rojas y Arrieta, para que se dignara bendecir la nueva torre. La ceremonia solemne fue muy concurrida y la encargada del discurso fue la señora Eusebia de Medina quien resaltó la magnificencia de la obra, que permaneció inconclusa durante 126 años. La señora Eusebia aplicó aquel adagio popular de la época de Carlos V para realzar la grandeza del templo de atalaya: “La Atalaya es una sortija y su templo, el diamante que la adorna”.
La iglesia de Atalaya, mediante Decreto dado en la Nunciatura Apostólica de Panamá N° 90/64, fue elevada a la categoría de Basílica Menor el 15 de febrero de 1964, por el Papa Paulo VI, después que el Excelentísimo Sr. Arzobispo Francisco Beckmann se lo solicitara. Se lee en el Decreto que esta Basílica adquiere todos los honores y derechos de que están revestidos los templos que llevan este nombre. La ceremonia de consagración se llevó a cabo el 28 de julio de 1964, y fue presidida por Monseñor Beckman. Es la primera iglesia con esta categoría en Panamá. Este año se celebran los 60 años de esa elevación y la iglesia de Panamá se alegra por ese acontecimiento.
Según este marco, la iglesia de Atalaya cumplió con todos los requisitos para ser elevada a Basílica Menor, pues tiene una antigüedad que supera los 300 años, representa una importancia histórica y religiosa para la diócesis de Santiago y para la iglesia panameña, pues su proyección espiritual alcanza a todo el país; es una iglesia que se ha convertido en el centro de la peregrinación más grande en el país, su valor arquitectónico es notable por sus altares, el piso y las barandillas del presbiterio de mármol de Carrara, columnas con molduras de mármol, lienzos en el techo y los cuadros del Vía Crucis pintados por el artista español José Claro, vitrales e imágenes; la vitalidad de la comunidad parroquial se percibe en las actividades pastorales, la liturgia y las obras sociales.
Por la importancia de la Basílica Menor de Atalaya en la historia de la iglesia de Veraguas y su proyección espiritual a todo el país, es bueno sugerir respetuosamente que se establezca un centro de visitantes donde se exhiban diversos objetos que pertenecen a la historia de la parroquia, como ornamentos utilizados por Mons. Cánovas, archivos, fotografías y cuadros con información histórica. Por otro lado, enriquecer la oferta de la Librería de la parroquia con cerámicas, posters y otros recuerdos con la imagen de Jesús Nazareno. Así también, se sugiere presentar al Consejo Municipal de Atalaya la iniciativa de declarar la Basílica Menor como Patrimonio Histórico Municipal. Finalmente, hace falta en la entrada del parque un letrero grande donde se dé la bienvenida a los peregrinos, con una figura de Jesús Nazareno y una frase resaltando que la Basílica Menor de Atalaya es la primera en ser elevada a esa categoría en Panamá.
El valor religioso e histórico de la Basílica Menor de Atalaya exige que tanto las autoridades de la iglesia como municipales, mantengan su preocupación por preservar las infraestructuras, mobiliario y alrededores de modo que ofrezca a todos los cristianos de la comunidad y a los visitantes la digna imagen de un lugar que inspire más fe, respeto, admiración y participación.