La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 27/04/2014 02:00
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Desde una cierta perspectiva, todo fenómeno que concite atención y estudio puede ser considerado un objeto poligonal —con muchos lados y ángulos—.
Ello significa que es posible verlo desde un conjunto de puntos y desde cada uno de ellos, abrir el foco, ampliar el ángulo y observar el todo. Es importante distinguir siempre desde dónde se hace la reflexión.
LOS PUNTOS DE PARTIDA
Así desde cierto punto y mirada somos un país afortunado: administra una ‘democracia’, tiene un gasto público social importante, se rige por leyes modernas y con políticas públicas dirigidas a la población más vulnerable, sin ejército que pueda alterar la voluntad y soberanía popular. Es de los más ‘globalizados’ de la región e incluso se dice en un Reporte Mundial de la Felicidad 2013 del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, USA, que somos el número 15 de los países más felices del mundo.
Desde otro punto de partida, es posible construir un enfoque menos feliz. Se trata de un país de alta desigualdad, lleno de una pobreza conviviente y espectadora cercana del bienestar ajeno realmente lejano.
Tiene una institucionalidad política que no funciona, pues para solucionar algunos de los problemas más sensibles y prácticos — falta de agua, caos en el transporte y basura no recolectada—, es necesario protestar y movilizarse. Es un país de un difuso malestar permanente en tanto la gente carece de una ciudadanía realmente substantiva y debe cerrar las calles para poder hacerse oír.
Cualquier empresa tiene más poder que una comunidad mientras es casi total la incapacidad del Estado de proteger a su población manteniendo los derechos ya adquiridos y que son en consecuencia irrenunciables. En breve, es el nuestro un pequeño país de desmesura, contradicción y dualidades interminables.
PROGRAMAS, POLÍTICOS Y ESTRATEGIA
Si se mira todo, se piensa y se juzga desde el lugar donde se está, un punto que enfoca y se abre para abarcarlo todo, es legítimo preguntarse si las y los ciudadanos ubicados en las antípodas sociales y económicas apreciaran de igual modo la democracia hoy realmente existente: que entiende por ciudadanía el que regala y quién recibe el regalo (un jamón por ejemplo). ¿Sus expectativas son distintas o similares respecto al resultado de las próximas elecciones? ¿Son iguales visiones sobre el sistema político nacional?
Esta bifurcación en las expectativas construye una dualidad presente de viva voz en nuestras calles y en nuestro sistema político: ¿Cómo se construye esa identidad que de forma airada cierra las calles y a su vez va ordenadamente a sufragar? ¿Formalmente panameños(as) iguales conciben igual su ciudadanía? ¿Cómo se expresa ello en los discursos, acciones y programas políticos ahora? ¿Qué informa esto sobre la situación actual de la sociedad panameña?
Se dice siempre de los torneos electorales que son ‘los más importantes de nuestra historia’ por razones diversas. Y por lo general en dichas jornadas se expresan los debates presentes o no agotados a lo largo de nuestra historia, como se puede ver al contextualizar los tres grandes aniversarios (1964, 1914 y 1989) que conmemoramos este año y las justas electorales cercanas que los precedieron o siguieron.
¿Cuál es el debate central actual? ¿Hay alguna tarea ineludible? Ya no hay las viejas tareas nacionales que convocaban el patriotismo juvenil y popular como en 1964. Tampoco es necesario luchar por que exista la democracia como sistema formal como en 1989.
Antecedida por la prolongada ‘fiesta electoral’ que vivimos casi desde el día en que toma posesión el nuevo jefe del Ejecutivo, la democracia ahora parece ser un escenario de trucos, simulaciones, juego de los más osados y de pequeñas traiciones que resultan con grandes pagos.
RITUALIDAD ELECTORAL Y HORIZONTE
Si se escuchan las propuestas y se examinan los programas de los contendores principales parece que el largo alcance, el horizonte al que hay que llegar está acordado. No hay en ello mayor discusión.
Tales documentos no son más que un conjunto de ‘soluciones’ a problemas ya citados. Sin embargo, la sostenibilidad, eficacia y carácter estratégico de las ‘soluciones’ no está en el mero decreto de su simple solución, sino en una visión estratégica sobre el país y la sociedad futura dado el actual nivel de crecimiento económico.
Todos sabemos que es necesario recoger la basura, por ejemplo. ¿Qué es lo distinto y necesario? Es o debería ser aquello que pone esa ‘propuesta’ en un marco coherente y de largo aliento sobre el desarrollo económico, que establece el carácter de la democracia y bosqueja la civilización hacia la que se dirigirá la nave a conducir. Y por supuesto que establece como debe ser y estar la ciudadanía que habitará dicho mundo.
Es común en las propuestas electorales enfatizar la gravedad de los problemas y la banalidad de la visión que decreta rápidamente su solución. Lo que ocurre con la recolección de la basura, informa bien esto por ejemplo. Es decir, no se trata de la mera gestión, del dinero ni de la incapacidad de una persona, sino de eso que siendo casi intangencial es decisivo: saber hacia dónde vamos; y cuando diriges la nave, saber que si no todos, la mayoría de los esfuerzos se mueven en la dirección acordada, hacia un horizonte bosquejado. Cuando ello no existe lo que hay es la crisis del sentido de la política.
AUSENCIA DE DIFERENCIAS
Tanto es la indiferenciación de los discursos y programas, que en una entrevista televisiva realmente informadora, una persona que hasta hace poco fue alto dignatario del presente gobierno afirmó ‘… ya no hay diferencias ideológicas entre candidatos. La diferencia es el hombre, hay que votar por el hombre, la persona.’ (Telemetro, diciembre 10, 2013). ¿Es esta ausencia de ideologías lo que ha empobrecido el debate político, convirtiéndolo en un espacio de la trifulca del más bajo nivel y en que realmente no se discute nada fundamental ni estratégico?
Que la población en la calle exija soluciones es lo común aquí y en todas partes. Pero que las demandas sean simples y aisladas no significa que así mismo será su resolución.
En ausencia de real debate se invisibiliza incluso la creciente amenaza autoritaria. Es en el marco de una visión de futuro, que articule acciones, proyectos y seres humanos que se hace el sentido de participar y vivir en ‘democracia’.
De no darse la democracia, se trata solo del ejercicio de un día en que la ciudadanía deposita su voto. El único en que la ciudadanía se ejerce de verdad. Entre el alegre, masivo y participativo ‘momento’ electoral y la real gestión de gobierno hay entonces un abismo. Pasado el barullo sigue lo mismo, ya que son indiferenciadas las concepciones, las visiones políticas e ideologías. La ciudadanía ha sido reducida a la mera condición de elector(a), ha participado sin poder y sin decidir realmente nada, ha escogido entre lo que se le ofertó: una democracia disminuida a su mínima expresión formal, vacía y clientelar, incumpliendo su tarea estratégica de conjurar la amenaza autoritaria.
Se dice que somos un pueblo alegre ¿Qué significa realmente: que somos un pueblo irreflexivo e irresponsable? Ojalá no. Ello implica exigir a quienes pretenden gobernarnos no un mero listado de improbables soluciones, sino un horizonte estratégico y una visión de futuro deseable y alcanzable.