Decenas de coloridas comparsas se dieron cita en las calles de la ciudad colombiana de Pasto para recibir en medio del jolgorio a la familia Castañeda,...
- 29/12/2024 00:00
- 28/12/2024 17:15
Hasta el día en que subí al bote de Abelisario Rodríguez, allá en el pequeño puerto de Miguel de la Borda, la costa caribe del país era apenas una idea acuosa alimentada de anécdotas y mitos, en la que cabían los relatos de caminos fangosos entre montañas imposibles, rencillas de tierras con raíces coloniales y mares sacudidos por los vientos del mismísimo Tláloc.
La travesía de aquella tarde no borró esa idea. Y no lo hizo porque la costa norte panameña, entre las comunidades de Miguel de la Borda y Río Caimito, es abrupta y verde, salpicada de comunidades que se adivinan entre árboles y palmeras, inmersa en un silencio de gaviotas y de viajeros que, desde sus botes o cayucos, levantan las manos para saludar a quienes se cruzan por esos caminos del mar.
Río Caimito, la comunidad donde viven Abelisario y Ana Colombia Gómez, su esposa, queda en la desembocadura del río homónimo. La casa que habitan la construyeron en una cuadra limpia y llena de luz ganada a la selva, en el extremo derecho del estuario, y desde allí no se adivina la presencia de la mina, pero parte de sus instalaciones están en la orilla opuesta, detrás de una cortina de árboles. Desde el centro del pueblo se ve de forma clara: el brazo de acero del puerto que aplasta la costa y la torre de una central termoeléctrica que, hasta diciembre de 2023, inundaba todo el pueblo con sus humos y sus ruidos.
Amanece con sonidos de selva de fondo. Voces de monos y pájaros lo inundan todo, y Abelisario mira el cielo. Ana Colombia, en medio del trajín del desayuno, le comenta: “Hoy va a llover”. No será temprano, pero habrá lluvia en el camino. Abelisario apura: “Salgamos pronto. Que no nos coja el aguacero en el mar”.
Viajar por el río Coclé del Norte produce nostalgias de tiempos no vividos. Las aguas brillan como un espejo, y la selva, como piedras de jade. Pasa una bandada de loros, otra de patos... De pájaros que no reconozco. Varias figurillas blancas y esbeltas se adivinan entre el follaje: son garzas. Ha empezado a llover y el espejo se rompe; ahora el río comienza a “burbujear”. Abelisario navega aplomado, pero poniendo cuidado a los troncos, que al menos dos veces golpean el motor. La selva se muestra con sus vientos y su cortina de gotas gordas, y tres seres humanos navegan entre tal estruendo tropical con frío, llenos de asombro, rezándole en silencio a los truenos.
Cuando llegamos a Boca de Toabré, Felipe Ruiz estaba en la terraza de su casa y nos contó; nos contó de lo lindo que es el río y las montañas, de cómo levantó a la familia con el trabajo agrícola y de la preocupación que le genera que las aguas del Toabré y del Coclesito, y de todas las venas que se entrecruzan y comunican, sigan sufriendo por la presencia minera.
En Coclesito, allá donde se estrelló la avioneta en la que viajaba Omar Torrijos, José del Carmen Yangüez piensa en el río que pasa frente a su casa y ve en él una manifestación divina. La naturaleza como expresión de dios, y aquí se puede pensar en cualquier dios, si bien para “Carmelo” es el dios cristiano. “Nosotros no podemos estar hablando de que hay un recalentamiento, un cambio del medio ambiente, y aceptar la minería... No encaja el asunto. Para nosotros, el que cree en Dios y no defiende a la madre naturaleza, no está haciendo nada. Hay que creer en Dios, saber que Dios creó la madre naturaleza y defenderla”.
Abelisario y Ana Colombia. Felipe y don Carmelo. Maritza Ortega, Presentación González, Fernando Santana, Digno Herrera, Angélica Villatoro Mejía, Elsie Rodríguez. Hombres y mujeres que viven en la zona inmediata o cercana a la mina y que, de forma más o menos directa, podrían sufrir las consecuencias de lo que hace unos días denunció la Red Mundial de Derecho Ambiental (ELAW, por su sigla en inglés), con base al análisis del Noveno Informe de Seguimiento presentado por Minera Panamá en septiembre de 2024, al que los expertos tuvieron acceso.
Los científicos expertos de ELAW advirtieron que existe un alto riesgo de erosión interna de la presa norte de la tina de relave y que, considerando las constantes y fuertes lluvias del área de Donoso, esta situación debía “abordarse con el máximo cuidado y urgencia”. La situación se agrava aún más porque unos aparatos llamados inclinómetros, fundamentales para monitorear la estabilidad de la presa, estaban fuera de operación en febrero pasado, y en mayo solo estaban funcionando dos de los cinco, según los propios reportes de la empresa minera.
No se requiere mucho esfuerzo para imaginar lo que significa que colapse la pared de una presa que contiene desechos mineros. Solo como referencia, basta recordar la rotura que sufrió la represa de la empresa VALE en Brumadinho, Brasil, en 2019, que mató a más de 270 personas y afectó a otras 23.000.
Mientras salen a la luz estos nuevos hallazgos, la vida en las comunidades cercanas continúa, aunque no sin inquietud. Hace un año que la termo dejó de lanzar humo, y que la planta eléctrica construida en medio del pueblo de Río Caimito dejó de atormentar a sus vecinos, pero poco se ha hecho para determinar cómo se va a cerrar la mina. “Yo creo que esto es una gran irresponsabilidad”, dice Rodríguez desde su casa, a pocos días de las fiestas navideñas. Es una gran irresponsabilidad “conociendo y sabiendo que este es un tema que tiene que ver con comunidades, con personas. Nosotros seguimos preocupados y en espera de que nuestras autoridades, que están puestas para velar por nuestra tranquilidad, se pronuncien”.