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Vivir en el centro, urbanismo en la vida diaria
- 26/03/2022 00:00
- 26/03/2022 00:00
Vivir en el centro de una ciudad conlleva tener acceso, a corta distancia, a distintas oportunidades para el trabajo, la recreación, el aprendizaje, las compras, atención a la salud y otros, que pueden combinarse al azar. Por ejemplo, en Europa, se acostumbra a hacer la compra del pan y víveres en varios viajes cortos a pie durante la semana o durante los recorridos en que se atienden otros temas. El pan, carnes, frutas, se compran frescas y cuando se van a preparar. Permite hilar pequeñas diligencias como ir al banco, a la farmacia, la lavandería, a pie e intercalarlas con pausas para un café, postre y encuentros casuales. Al caminar se ve lo que no se ve en auto y los humanos estamos hechos para recorrer el mundo así. Por eso nos encantan los entornos hechos para caminar, como los parques temáticos. La vida activa y hábitos alimenticios resultantes son saludables.
En mis cursos, he preguntado a mis estudiantes por años sobre sus desplazamientos y su acceso a las aulas, incluso en modalidad virtual. Me di cuenta de que algunos vivían cerca y les tomaba menos tiempo, esfuerzo y dinero llegar a clase, con lo que tenían más flexibilidad. Otros viajaban desde otros distritos o provincias y tenían que ceñirse a una rutina exigente para tener margen y poder llegar siempre a tiempo a clase, a pesar de la incertidumbre del tráfico y otros factores. Los que viven en el centro gozan de accesibilidad, los que vienen de lejos dependen de la movilidad.
Por lo anterior se entiende que vivir cerca de un centro urbano, donde se concentra una buena cantidad de población y distintas actividades es ventajoso. Esta ventaja aplica para el individuo y para la sociedad, para las instituciones públicas y los comercios privados. Sin embargo, muchas veces los centros urbanos van perdiendo con el tiempo su atractivo y comienzan a perder población. Pensemos en los ejemplos cercanos del Casco Viejo, nuestro centro histórico y el corregimiento de Calidonia. Como se aprecia en la tabla y gráfica, San Felipe perdió, entre 1990 y 2010, el 69% de su población; Santa Ana, el 34%; y Calidonia el 20%. En total, en el núcleo urbano original compuesto por San Felipe, Santa Ana y El Chorrillo, en ese período se perdió el 31% de la población, es decir casi una de cada tres personas se mudó o fue desplazada.
Por décadas ambos han perdido población significativamente y se ha reflejado en un censo tras otro. Esto ocurre en muchas ciudades distintas, por razones similares.
El deterioro y abandono de áreas centrales ocurre por tres tipos de razones principales: a) las funcionales, cuando el vecindario cambia o pierde su papel o función principal dentro de la ciudad; b) las físicas, cuando los inmuebles se deterioran y pierden su valor y su atractivo; y c) las económicas, cuando se pierde la viabilidad económica de residir, operar un negocio, dar mantenimiento, invertir o desarrollar nuevos, en los activos inmuebles de un barrio o área urbana central definida. Estas razones corresponden respectivamente a la obsolescencia funcional, física y económica de un barrio o inmueble.
Todo esto sucede por cosas que ocurren, algunas de manera espontánea, como la preferencia de la población, y los desarrolladores por planes nuevos lejos del centro, que resultan modernos y atractivos a los compradores y donde los desarrolladores encuentran terrenos más baratos y la facilidad relativa de desarrollar nuevos terrenos, comparado con transformar o reemplazar construcciones existentes, que es más complicado. Algunas políticas públicas que, mal usadas, impulsan o aceleran el abandono de los centros son: las leyes de protección de arrendamientos; los incentivos de impuestos a las nuevas construcciones. Todas estas realidades son patentes en nuestra ciudad y han logrado esos efectos.
Revertir los efectos negativos del abandono de barrios centrales, que ocurre por tantas razones, no es algo que pueda resolver el sector privado sin ayuda. Esto explica el documento “Volver al centro” del Banco Interamericano de Desarrollo, por Eduardo Rojas, con colaboración de otros autores, de 2004. El estudio presenta algunos casos en que con participación pública y privada se intervino en lugares como: el Centro Histórico de Quito; Puerto Madero en Buenos Aires; los muelles de Canary Wharf, hoy distrito financiero al este de Londres; y el Penn Quarter, de Washington Distrito de Columbia en EE.UU. Dos ejemplos en América Latina, uno en Europa y el otro en Estados Unidos, nos demuestran como lo descrito ocurre en lugares muy diversos, tratándose también de ciudades cuya población varía entre 1.8 millón en Quito y 12.6 millones en Buenos Aires con distintas realidades culturales, socioeconómicas y tradiciones urbanísticas sajonas y napoleónicas.
El abandono del centro urbano en Panamá, tanto el Casco Viejo como el área central de la ciudad, también es estudiado. La Alcaldía de Panamá elaboró el “Plan del Centro 2014-2019” (disponible en la web), considerando estrategias de recuperación para los tres corregimientos del núcleo original. Eduardo Tejeira Davis, en sus libros, documenta el abandono del Casco Viejo y en su labor procuró impulsar su rescate. Álvaro Uribe ha hecho análisis, en los últimos 20 años, en los que documenta un área central compuesta de 13 corregimientos, que lentamente pierde población, mientras que los desarrollos de las afueras crecen rápidamente. Carlos Gordón ha dedicado, al menos en dos de sus artículos para estas páginas, análisis sobre nuestro centro en: “La pérdida y necesidad de un centro urbano” y “Las olas de calor y el espacio baldío”.
En el libro Mi nombre es legión, de Darién Montañez, de este año, catálogo de la exhibición del mismo nombre en el Museo de Arte Contemporáneo, se ve en un meme una autopista con ruta a “Revitalizar el centro de la ciudad”, y en el auto, los “desarrolladores” hacen un giro abrupto hacia la salida que indica “Construir otra barriada más lejos”.
Lo primero que se debe hacer, para revertir un proceso no deseado que avanza, es cambiar el curso de acción actual. Se debe cuidar de que los incentivos a la nueva construcción apliquen solo en las áreas donde esta sea ventajosa y que no deteriore el valor de los edificios preexistentes. Revitalizar centros urbanos no es una labor que se puede dejar a la iniciativa privada por sí sola, porque no tiene la capacidad de hacerlo, necesita el apoyo de políticas públicas respaldadas por acciones. Entre estas hay políticas de vivienda y fomento económico que se pueden poner en acción. También es importante el papel del sector privado, en un marco dirigido y apoyado por las autoridades, de modo que se garantice un resultado ventajoso y sostenible, tanto para la comunidad como para las empresas que participen. En distintos países se han implementado a través de figuras como corporaciones o asociaciones público-privadas. En todo caso, nuestro marco normativo institucional tendrá que encarar muchos retos y cambios para poder iniciar un proceso así, pero es posible hacerlo.