Integrantes de la caravana migrante en el estado de Chiapas, en el sur de México, denunciaron este jueves 21 de noviembre que las autoridades les bloquearon...
- 18/09/2020 00:00
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La narrativa sobre la construcción de la ciudad de Panamá durante el siglo XX es muy diversa. En ella encontramos los relatos sobre los poblados del Canal, las referencias sobre los barrios del casco urbano, las urbanizaciones y rascacielos de época más reciente y la construcción de asentamientos informales. Sobre estos últimos, novelas como Curundú, de Joaquín Beleño, y Loma ardiente y vestida de sol, de Rafael Pernett y Morales, describen de forma detallada la vida en estos asentamientos que surgen a partir de la década de 1940.
A diferencia de la explosión demográfica que caracterizó el período de construcción del Canal, en el cual la mayoría de los trabajadores fue traído de las Antillas, a partir de la década de 1940, el impulso de la expansión urbana, y principalmente de los asentamientos informales o 'barriadas brujas', se da debido a la creciente ola migratoria de campesinos del interior que vendrían en busca de oportunidades laborales a la ciudad de Panamá.
Las condiciones que impulsan este éxodo son descritas con claridad por Stanley Heckadon en su obra, De selvas a potreros, “las razones principales por las que nuestros campesinos se ausentaron de sus regiones son: la falta de terrenos boscosos para el cultivo, la ausencia de vías de acceso para transportar sus productos al mercado, y la falta de implementos agrícolas. La migración campesina a la Zona del Canal pone en peligro el desarrollo de nuestra provincia y conduce a una caída de la producción santeña”. (Heckadon, 2009).
Un relato que ejemplifica con claridad el origen, características y evolución de los asentamientos informales en la ciudad de Panamá, lo representa el caso de Samaria.
Este asentamiento informal surge de la ocupación de la finca 12516 adquirida por el Instituto de Vivienda y Urbanismo en 1969 a la Sociedad José María Goytía. Esta finca se hallaba ubicada en el distrito de San Miguelito, en los límites con La Pulida, Cerro Batea, Tinajita y Ojo de Agua, próxima al río Matías Hernández (Gutiérrez, 1978).
En 1967 esta finca estaba ocupada por apenas 12 viviendas. Tres años más tarde estas tierras contaban con más de mil viviendas y diez mil habitantes. Para 1974 se llegaría a las 3,984 viviendas y más de 20 mil habitantes.
En 1977 se estimaba que la población se encontraba por el orden de los cincuenta mil habitantes, tanto como David, y más que La Chorrera. Tales números dan cuenta de la explosividad del crecimiento y del reto que representaba socialmente la migración y la dotación de vivienda para toda esta población (Gutiérrez, 1978).
Los ocupantes vendrían principalmente de la provincia de Panamá, y de lugares como Chepigana, Soná, Santiago, Las Tablas, David, Los Santos, Bugaba, Tolé, Ocú, Barú y Chitré.
En la mayoría de los casos, sus ingresos se encontraban por debajo de los $200.00 mensuales, con solo el 40% habiendo completado la escuela primaria. Los primeros grupos de migrantes dividieron y asignaron a Samaria los nombres de sector 1, 2, 3 y 4, imitando la numeración de las fincas bananeras del sector de Puerto Armuelles, sitio del cual procedían muchos de ellos (Gutiérrez, 1978).
La respuesta por parte del Estado a esta problemática se desarrolló en dos fases, a partir de 1974. Primero, la atención del sector de Don Bosco, a través de un proyecto de urbanización con servicios mínimos para lotes de 200 metros a un costo de $2.00 el metro cuadrado. En una segunda fase, la construcción de una nueva urbanización, la cual contaría con 'unidades básicas' y piso y techo. Esta urbanización sería bautizada con el nombre de Roberto 'Mano de Piedra' Durán e inaugurada en julio de 1978 (Gutiérrez, 1978; MIVI, 1978).
El sentido de organización comunitaria es uno de los aspectos que más se destacan en el testimonio de funcionarios que trabajaron en estos proyectos de vivienda. Tal como señala el Arq. Samuel Gutiérrez (q.e.p.d.), “la necesidad de ayudarse mutuamente en la solución de sus problemas y la presencia de un sano espíritu provinciano mantiene latente un alto grado de sentido comunitario. La lucha por la posesión de un pedazo de tierra los ha llevado a agruparse en asociaciones y confederaciones para defender lo que consideran sus derechos” (Gutiérrez, 1965).
Los asentamientos informales comprenden el 45% de la huella urbana en el área metropolitana de Panamá (Espino y Gordón, 2015). Estos datos reflejan la desatención que por casi 80 años ha tenido el Estado panameño hacia el problema de la migración rural-urbana, en dos de sus aristas principales.
En su origen, en las áreas rurales, con el abandono total de la agricultura y el desequilibrio producido por la concentración de actividades en el área Transístmica.
En la ciudad, por la falta de políticas de vivienda y de planificación urbana que viabilizaran estrategias que permitieran la provisión de vivienda digna a la mano de obra campesina que alimentó la actividad económica de esta región del país.