Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
Un pueblo marcado por el misterioso asesinato de una niña
- 27/03/2023 00:00
- 27/03/2023 00:00
Querévalo, en el distrito de Alanje, provincia de Chiriquí, es una comunidad de 34.5 kilómetros cuadrados, en el que habitan 1751 almas. Un pueblo chico, que presume de ser una tierra bendecida, porque en sus entrañas apareció un milagroso Cristo - hace 300 años - pero que no está lejos del infierno. En ese mismo lugar 'santo' asesinaron de manera salvaje a una pequeña, próxima a cumplir 11 años.
Lina Fabiola Rojas quería ser policía para combatir la criminalidad. Pero, irónicamente, murió a manos de un delincuente, que le truncó sus sueños. En una morada santa, custodiada por dos ángeles de cemento, y en la compañía de un oso de peluche blanco que la invita a jugar por la eternidad, ahora reposa su cuerpo. Una cruz de concreto, pintada de blanco, describe su vida y su muerte en números ordinales y fríos (29-5-2012 / 12-2-2023 ), que ignoran las razones de su corta estadía en este mundo.
Su tumba, bajo el frondoso árbol de cañafístula y adornada con fragantes rosas, claveles, veraneras, crisantemos y margaritas, esconde el nombre del asesino que una tarde de verano le propinó múltiples golpes en la cabeza.
Un trauma severo y mortal fracturó en varias partes el cráneo de la niña, y le produjo la muerte. “Lo extraño es que nadie escuchó nada, en plena luz del día, en un área abierta donde hay tantos niños”, dijo, dudando, un hombre de unos 50 años de edad, que detuvo su andar en bicicleta y se acercó a las cámaras, curioso por la presencia de periodistas en el pueblo.
El 9 de febrero de 2023, el reloj marcaba la 1:40 de la tarde, cuando la niña desapareció. En una casa, ubicada al lado de una tienda que abría sus puertas a las 4:00 de la tarde, encontraron el cuerpo de la niña, boca abajo, con las rodillas raspadas, sangrando por la nariz y la frente. “Quien la asesinó sabía que esa tienda estaba cerrada a esa hora”, explicó una fuente policial.
En medio de dos letrinas, en un espacio de medio metro, aún permanecían restos de sangre seca. Visualmente era poca para las heridas que sufrió la niña, comparadas con las que podría provocar el atropello por un carro o las efectuadas con un objeto muy contundente - un martillo, una piedra -, de acuerdo a médicos forenses consultados por La Estrella de Panamá.
El crimen supuestamente ocurrió a pocos metros – 50 - de la casa donde vivía la niña, en un área residencial dividida por una carretera, donde a diario transitan autos y personas.
Quedan dudas de que la niña haya sido agredida en medio de las dos letrinas, ¿fue trasladada allí inconsciente? ¿Se cambió la escena del crimen? El Ministerio Público se empeña en buscar restos de sangre y practicó pruebas de quimioluminiscencia en otras residencias. Los resultados mantienen en ascuas a la sociedad querevaleña.
Las pocas pistas que se han dado intentan confundir a las autoridades, manifestó una persona que mantiene un estrecho contacto con las fuentes de la investigación, pero que se negó a que se mencionara su nombre. Aún no hay elementos de convicción que conduzcan al criminal. Y, mientras tanto, las nuevas noticias que surgen, como el vuelco de un bus de la ruta Panamá-Darién con 66 migrantes a bordo, en el distrito de Gualaca, voltean la mirada fuera de Querévalo y acaparan los espacios de las autoridades y de los medios de comunicación.
La familia tampoco aporta mucho. “No queremos entrevistas, no queremos más chismes”, respondió una mujer, que estaba en la casa de la niña, cuando la visitamos y solicitamos una conversación con los padres. ¿Qué chismes? ¿Acaso se refiere a aquellos que circulan en redes sociales y que se refieren a violencia intrafamiliar? ¿O los que relacionan el crimen con el microtráfico?
Ha sido un crimen de odio, “nunca antes visto en un pueblo”, que es profundamente religioso, que se persigna para espantar al “diablo” que anda suelto, que cometió el atroz asesinato, que ha conmovido a una nación entera, dijo Alexandra, una joven querevaleña, de aproximadamente treinta años. Pero, no es un crimen casual contra una niña. La violencia contra este grupo de la población panameña aumentó un 30%, según estadísticas del Ministerio Público de 2021.
“¡Que agarren a ese demonio (se hace la señal de la cruz) que no lo queremos en las calles!”, exige Rosita De León, de ocho décadas de vida, que estaba en el cementerio, llevando rosas rojas a su difunta hija, en el cementerio y que se percató de la presencia de este medio en ese mismo lugar.
Este es el mismo clamor de otros residentes que ven pasar los días sin que se aprehenda a un sospechoso; que temen que el crimen quede impune como muchos otros. Hace días, corren los rumores de la detención del culpable. Pero, los días siguen pasando, más de 30, y no ocurre nada.
Querévalo se ha vestido de reclamos. En las puertas y paredes de las casas de la comunidad, están colocados letreros elaborados con cartulinas y marcadores azules, negros y rojos, que promueven la protección por la vida de las mujeres y exigen justicia para Lina.
“Hay causas por las que vale la pena morir. Pero, ninguna por las que vale la pena matar. Justicia para Lina”, “Ni una más (una consigna que aparece con el símbolo del feminismo junto a un puño); Justicia para Lina”; “Las niñas no se tocan, no se violan, no se matan”, son algunos de los mensajes colgados en las puertas y paredes de las casas de Querévalo.
Lina era pequeña para su edad, pero muy madura, y mostraba entusiasmo y pasión por los juegos y actividades de su etapa.
Mostraba interés por formar parte de la brigada infantil y juvenil del Benemérito Cuerpo de Bomberos, quienes despidieron su cuerpo con una calle de honor.
Los domingos acostumbraba asistir a la escuela dominical de la iglesia evangélica Salem, donde aprendía de la Biblia y compartía con otros niños. De la mano de su prima, de su misma edad, entraba al templo, dijo Didia Cedeño, pastora de la iglesia evangélica.
Fue en la semana de las profesiones, en la escuela, cuando Lina mostró interés por convertirse en policía, expuso Rosaura Ureña, maestra.
Era la menor de cuatro hermanos, en un hogar disfuncional, conformado por su mamá y su padrastro. Llamaba la atención de propios y extraños, por sus particulares ojos color miel y su hermosa sonrisa, que quedó congelada en varias imágenes que ahora circulan en redes sociales.
Alexandra, vecina del pueblo, la describe como muy “conversona”. Apoyada en su bastón, Amelda, de 68 años, vecina de los papás de Lina Fabiola, camina por la acera de una de las calles del pueblo, extrañando a esa niña risueña, que acostumbraba a jugar con su nieta, que ahora le pregunta, ¿qué le ocurrió a su amiguita?
Era “chispa”, “inteligente” y “vivaz”. Era de esas niñas que acostumbraba a discutir sus puntos de vista, que no se dejaba engatusar fácilmente. En su carácter, mostraba cierta independencia: recorría, sin miedos, las calles de la comunidad, probablemente jugando al policía y al ladrón.
Un enorme letrero, en colores vivos, da la bienvenida a los visitantes en “Alanje”. Un parque con árboles curiosamente podados, abre paso a una imponente iglesia católica – en Querévalo – donde descansa el Cristo de Alanje.
Durante la Semana Mayor, este pueblo se convierte en el epicentro de la fe. Son miles, los feligreses que recorren grandes distancias, desplazándose a pie o de rodillas, para llegar hasta la imagen del Cristo a depositar medallas con formas de diferentes partes del cuerpo: milagros pedidos y recibidos.
Pero, unos días antes, es el epicentro de las fiestas de la carne. Los carnavales del corregimiento están entre los mejores de la provincia. Enormes toldos para los culecos, las discotecas y los bailes están listos para darle rienda suelta al bullicio y al placer de la carne.
Querévalo es productor de caña, utilizada para elaborar azúcar y los rones nacionales más reconocidos. En estos terrenos fértiles también crece copiosamente el arroz, el maíz y los frijoles. “Todo lo que se siembra pega. Todo el año sembramos; cuando termina una cosecha, aramos la tierra y comenzamos otra siembra”, cuenta un guía turístico del corregimiento, orgulloso de la actividad productiva del pueblo, que es principalmente de terratenientes, mientras extiende una mano para mostrar los terrenos plantados.
Sin embargo, en otros extremos también hay suelos de texturas arenosas, que no producen frutos, pero que han dado paso a otra actividad económica: las minas de arenas.
Querévalo está rodeada por el caudaloso Río Chico, de donde también se extrae arena y piedra para la construcción de carreteras distintas a las del pueblo. Irónicamente, en algunas de estas últimas, escasea el concreto.
Es un pueblo relativamente tranquilo -al menos lo era - , donde casi todos se conocen porque han nacido y crecido en el mismo sitio, como una gran familia, que comparte alegrías y penas, que necesita que los niños puedan continuar con sus vidas, con libertad y sin temor, como siempre había sido.
Dos miembros de la parroquia, que no quisieron que se les identificará, aseguran que en Querévalo se está perdiendo el respeto a la vida y a la dignidad humana. Son dos catequistas del corregimiento de Boquerón, que se encontraban en Alanje por una reunión en la Iglesia y que se quejan de la inseguridad. “No ando de noche. No hay seguridad”, dijo una de ellas.
En plena estación seca, hace un calor asfixiante: 40°. El Sol quema. Hace falta una gota de agua. Una soda podría refrescar, el cuerpo, el alma misma. Querévalo recuerda el refrán : “pueblo chico, infierno grande”. Hay temor: el pueblo resiente el crimen de Lina, pero no se atreve a decir en voz alta lo que sabe.
Al mirar una imagen de una radiografía que evidencia el cráneo destrozado de Lina, se pregunta uno: “¿qué motivaciones podría tener una persona para cometer un crimen tan atroz? ¿Ira? ¿Violencia? ¿Venganza? ¿Drogas?” Estas son las teorías que barajan los agentes de investigación sobre el homicidio de la niña. Pero, son solo eso: teorías.
Mujeres unidas exigen respuestas para Lina y Aderlyn
Las mujeres piden “auxilio”, piden “justicia” por el homicidio de Lina Fabiola Rojas Grajales y la desaparición de Aderlyn Llerena Saldaña
¿Qué se conozcan los responsables? Es el grito al unísono de un grupo de once mujeres que representan a siete organizaciones que promueven el cumplimiento de los derechos del grupo.
El Foro Nacional de Partidos Políticos, la Red de Mujeres Afrodescendientes de Panamá, el Grupo Iniciativa por la Paridad, la Fundación por la Igualdad de Género, Fundación Panamá Académica, Fundación Kaizen y el Centro de la Mujer Panameña buscan visibilizar un problema que afecta a la sociedad: la violencia contra la mujer.
Las mujeres reclaman la vulneración de los derechos, los acosos sexuales, los femicidios y otras desapariciones infantiles. Son 8 desapariciones de niñas y adolescentes desde 2003: Monica Serrano (1 1/2), Luz Clarita Domínguez (14 años), Viviana Gallardo (17 años), Geodisys Anabel Solis (17 años), Lorena Montezuma (14 años), Aderlyn Llerena (9 años), Esther Elisa Rodríguez (16 años) y Triana Robles (13 años).
La mayoría son desapariciones de vieja data que parecen haber quedado en el olvido y la indiferencia. ¿Dónde están las desaparecidas?, pregunta Cecila Moreno, del Centro de la Mujer Panameña y de la Red Afro Panameña. Casi al mismo tiempo, reclamó al Ministerio Público la debida diligencia y destinar los recursos necesarios para responder a la desaparición de Aderlyn Llerena y al crimen de Lina Fabiola Rojas Grajales, quien desapareció y posteriormente fue encontrada con heridas de gravedad, que desencadenaron su muerte.
Hay, además, dos crímenes atroces: Cristal Out, de 6 años, quien fue asesinada a manos de su propia madre de orígenes venezolanos, solo tres días después que un juez de menores le quitara la custodia a la familia que la había adoptado para entregársela.
La niña fue decapitada en el baño de un hotel de San José, Costa Rica, el 19 de enero de 1997. Las investigaciones determinaron que la mamá la ató con cinta adhesiva y empezó a cortarle el cuello, aún viva. Y, luego se deshizo del cuerpo.
El otro crimen es el de Lina Fabiola Rojas Grajales.
El grupo de mujeres está convencido de que la sociedad no debe acostumbrarse a la falta de respuesta para las víctimas y los familiares.
Tania Wald, hermana de Rita Wald, quien desapareció hace 46 años, exigió a las autoridades policiacas y de investigación que piensen y actúen en las primeras horas, en atención a los delitos a los que están expuestas las niñas. Y, recomendó no enfocarse en pensar que la adolescente o mujer se escapó con el novio. “Eso se pensaba hace 46 años”, recordó. Wald pidió todo el peso de la ley para los responsables de las desapariciones y asesinatos de las dos niñas.
¿Por qué no hay nadie detenido?, se pregunta, Marisela Moreno, de la organización Panamá Académica. Moreno pidió a la sociedad, “no guardar un silencio cómplice” de informaciones que pueden ser relevantes para dar con el paradero de los responsables de las desapariciones y del crímen de Lina. Y, exigió a los diputados dar prioridad al debate al proyecto que establece el sistema nacional de registro de ofensores sexuales, que expone a las personas que incurren en este tipo de delitos.
Las mujeres de la red prometieron continuar alzando la voz, unidas, para encontrar justicia. La justicia que todo un país pide.