La política como vocación: un compromiso con la transformación de la sociedad

Actualizado
  • 27/09/2023 00:00
Creado
  • 27/09/2023 00:00
El político debe estar motivado por una responsabilidad ética hacia el bienestar de los ciudadanos. Esta idea de la 'vocación política' sugiere que la política no es solo una profesión, sino una dedicación profunda al servicio público
Los valores morales están trastocados en la sociedad actual dentro de la lucha por el poder político.

El análisis, la asesoría y el ejercicio de la política se han convertido en actividades pragmáticas cuya finalidad es ganar elecciones sin necesariamente transformar la sociedad.

Los valores morales están tan trastocados en la sociedad actual, que dentro de la lucha por el poder político han perdido importancia la narrativa, las ideas y los compromisos, y se ha abierto camino a tácticas de campaña que facilitan alcanzar el poder sin preocuparse por la transformación o reforma real del Estado.

Lo que más me preocupa es que dentro de este activismo pragmático de la política se utilizan las deficiencias, circunstancias negativas y necesidades urgentes de la sociedad como anzuelo para obtener resultados electorales positivos.

Antes de continuar, establezcamos que por “política” entendemos la influencia sobre la dirección de la asociación política que llamamos Estado. En efecto, nos estamos basando en la noción clásica de Max Weber en su obra La política como vocación.

Max Weber argumentó que la política no debería ser una búsqueda de beneficio personal o de poder sin restricciones, sino una vocación, un llamado para servir a la sociedad.

El político debe estar motivado por una responsabilidad ética hacia el bienestar de los ciudadanos. Esta idea de la “vocación política” sugiere que la política no es solo una profesión, sino una dedicación profunda al servicio público.

Weber también abordó la cuestión del éxito en la política. Afirmó que el éxito en la política no debe medirse únicamente en términos de logros materiales o victorias electorales, sino en función de la ética y la integridad con las cuales se ejerce el poder. En otras palabras, el político debe ser evaluado no solo por lo que logra, sino por cómo lo logra.

Weber introdujo el concepto de la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad” para analizar el dilema moral que enfrenta el político.

La ética de la convicción implica actuar de acuerdo con los valores internos, las convicciones personales y los principios éticos, sin importar las consecuencias.

Es triste ver como los políticos se asesoran con propagandistas electorales que les convencen de hacer justo lo contrario: Ganar a costa de todo, incluso de sus propias convicciones.

La pregunta que emerge es, ¿ganar qué? Hemos visto a expresidentes rebajando 50 libras debido al estrés de estar siendo investigados por la justicia en casos de delitos de corrupción. En América Latina hemos sido testigos de expresidentes que fueron considerados grandes oradores, cuyo fin fue el suicidio debido a decisiones que tomaron y conductas irregulares que se encuentran dentro de las actividades prohibidas a funcionarios.

Es una responsabilidad de carácter histórico darle a la política un giro y que sea orientada por la ética de la convicción; esto solo lo podremos lograr si el sistema educativo comprende su rol y empieza a formar no solamente a los mejores profesionales, también a ciudadanos conscientes, informados, participativos y éticos del futuro.

Por otro lado, la ética de la responsabilidad implica considerar las consecuencias prácticas de las acciones políticas y tomar decisiones basadas en la búsqueda del bien común y la transformación de la sociedad.

La política se trata básicamente de decisiones que buscan la distribución, la conservación o la transferencia del poder.

En el caso de la política tradicional, su énfasis es la conservación de espacios de poder político y ese ejercicio no es sencillo, requiere de estrategias y negociaciones que mantienen a este tipo de político inmerso en las diatribas del esfuerzo por conservar el poder.

Un político que está inmerso en la conservación del poder, no estará consciente ni enfocado en la transformación de la sociedad ni en la reforma o refundación del Estado.

“Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder “por el poder”, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere”.

En la medida en que el mundo enfrenta desafíos cada vez más complejos y globales, la ética debe desempeñar un papel fundamental en la toma de decisiones políticas y en la forma en que se ejerce el poder.

Desafíos globales como el cambio climático, la migración, la ciberseguridad, la inteligencia artificial, la sostenibilidad ambiental, la protección de datos personales, requerirán un enfoque ético sólido de parte de los líderes del presente y futuro.

No tengo la menor duda de que en el futuro próximo (2024-2034), la demanda de transparencia y rendición de cuentas en la política por parte de la ciudadanía va a aumentar exponencialmente.

Las tecnologías, como el blockchain y la inteligencia artificial podrán utilizarse para garantizar un registro más transparente de las acciones y decisiones políticas, y la financiación de campañas estará a la vista de todos.

Nosotros seguimos insistiendo en que la política electoral debe ser financiada cien por cien desde lo público, esto con el objetivo de que nuestro sistema democrático sea verdaderamente democrático en términos de garantizar un level playing field, o “igualdad de condiciones”, ya que cuando la chequera es una herramienta política, el sistema electoral deja de estar centrado en los valores de la democracia, para basarse en la capacidad de los inversionistas de la democracia.

Volviendo al futuro, es notorio el hecho de que los ciudadanos exigirán cada vez una mayor responsabilidad por parte de los políticos. Esto es una tendencia que va a seguir en aumento.

La clase política anclada en una mentalidad de los 80 o 90 debe desaparecer para darle espacio a una nueva clase política, para la cual la transparencia y, sobre todo, la rendición de cuentas serán la única, léase bien, la única forma de tener éxito en la política.

Esto quiere decir que debemos ser evaluados de forma permanente por aquellos que representamos, en cuanto a la ética en las decisiones que se toman en nombre de todos.

Ciudadanía es un concepto que evoluciona y se desarrolla a lo largo del tiempo. La dicotomía izquierda - derecha, que ha dado forma a la lucha política por medio del conflicto de clases, incentivando desconfianza, rencor y división social, ha imposibilitado la elaboración conjunta de una visión de país desde la unidad, y ha perdido credibilidad en su narrativa, por lo que debemos dar paso a la idea de construcción de una ciudadanía fuerte, informada, consciente y soberana, donde los derechos políticos, civiles y sociales sean exigidos y garantizados por el Estado, el cual debe administrar de la mejor forma y con el mejor uso colectivo, los recursos con que cuenta.

Para esto es necesario que las decisiones políticas sean razonables, pero mientras tengamos una clase política cuyo fin es la conservación del poder, no podremos dar paso a una nueva clase política cuyo objetivo sea la transformación de la sociedad y la reorganización del poder dentro de esta.

El líder político del futuro no debe estar centrado en la conservación del poder, sino en la transferencia de poder a la ciudadanía.

La ciudadanía joven es muy distinta de la actual, los que hemos trabajado con jóvenes de 16 a 24 años lo tenemos claro, sus expectativas y sus paradigmas acerca de la política y la clase política son muy distintos a la de generaciones anteriores, esto seguirá in crescendo y las futuras generaciones serán aún más radicales.

Los cheques en blanco se acabaron, ya no hay tinta para más, la exigencia ciudadana es y será: Rendición de cuentas y soberanía ciudadana sobre las decisiones colectivas.

Una ciudadanía consciente e informada es capaz de comprender los asuntos públicos y tiene noción de la forma como deben ser administrados los recursos.

Siguiendo el pensamiento de Weber, el Estado moderno es una asociación de dominación con carácter institucional que ostenta el monopolio de la violencia dentro de un territorio, es decir, la violencia física legítima como medio de dominación.

Pero cuando se pierde la legitimidad en el uso de la violencia y frente a las demandas ciudadanas del presente y futuro, no habrá uso de la violencia como forma de dominación que pueda callar las voces de una nueva clase ciudadana convencida de que el Estado, sus gobiernos y métodos se han quedado anclados en el pasado y no buscan el bien común, sino la conservación del poder.

Por lo todo lo antes mencionado, es importante que la política como vocación basada en ética y transparencia esté sostenida a nivel normativo y cultural, y que la política basada en propaganda, dinero y clientelismo electoral sea solo el recuerdo lejano de un pasado oscuro al cual no queramos volver.

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