La ceremonia del traslado del féretro del papa Francisco, que falleció este lunes a los 88 años, de la capilla de Santa Marta, comenzó a las 9.00 hora...
- 24/07/2011 02:00
Derian se levantó a las 6:00 a.m., como era su costumbre. Todavía soñoliento, se abrió paso a través de la penumbra de su casa, que carece de energía eléctrica. Su madre le preguntó por qué la madrugadera, si no entraba al colegio hasta las 8:00. Le dijo que no molestara a sus abuelos, que volviera a la cama. Derian dudó, pero ya estaba despierto y se alistó para ir a la escuela. Luego de tres días de aguaceros había parado de llover. Brillaba un sol de acuarela.
Tomó de la mano a su hermana de cuatro años y caminó como cada día los 15 minutos que separan su hogar del Centro Educativo San Antonio Arriba, ubicado en el corregimiento de Monte Lirio, distrito de Renacimiento, en la provincia de Chiriquí. Es un camino de piedra y tosca, complicado para niños, pero que ellos conocen de memoria. Además no se hacían mucho problema: siempre se encontraban con su primo José Ricardo Yángüez, quien, al igual que Derian, cursa el quinto grado.
Ese martes no era un martes cualquiera: era casi un lunes. El día anterior los alumnos no habían tenido clases porque Laury Sánchez, directora del Centro San Antonio Arriba y maestra de José Ricardo y Derian, había tenido que ausentarse para participar en un concurso de declamación en Río Sereno.
Por esta razón los 58 niños que conforman la matrícula del plantel no entraron directamente a clase, sino que se reunieron alrededor de la bandera para participar del acostumbrado acto cívico, que por lo general se celebra cada lunes.
La directora del plantel fue sorprendida por los primos Yángüez que ni bien la vieron se le abalanzaron encima.
—¡Profe, profe, déjenos izar la bandera, por favor, a nosotros, la bandera...! Sánchez sonrió. No podía decirles que no. Eran dos de los mejores alumnos del curso, bien portados, colaboradores, siempre hacían su tarea. Derian había sido elegido estudiante distinguido meses atrás. Sólo el fútbol podía hacerles perder su atención.
—¡Por supuesto! José Ricardo tú la izas y Derian, tú serás su segundo...
Todos los alumnos se reunieron y se aprestaron a cantar el himno. José Ricardo comenzó a izar la bandera mientras Derian, a su lado, se distrajo anotando algo en su cuaderno.
Fue entonces que pasó lo que pasó.
El asta de la bandera, que en realidad es un hierro de acero galvanizado de tres pulgadas, se desprendió de su base y comenzó, lentamente, a venirse a pique. Como en cámara lenta. Derian no podía verlo porque estaba escribiendo. Recibió el golpe en la cabeza. Los dos primitos quedaron en el piso.
Segundos después, el patio escolar era el escenario histérico de un hecho que duele tanto más porque el objeto de la agresión fue la propia insignia patria.
¡MI PA-NA-MÁ!
‘Mi primera reacción fue gritar y luego correr de un lado a otro buscando señal en el celular’, relata todavía perpleja la directora de la escuela.
Estaba sentada en su escritorio cuando levantó la vista y vio el asta caer. Tiene los ojos llorosos y la voz entrecortada. Es un monólogo lento y sin interrupciones. ‘Quería llamar a alguna persona que tuviera automóvil para llevarlos al hospital’, continúa.
Finalmente logró comunicarse con Julio César Yángüez, padre de José Ricardo y tío de Derian, que llegó lo más pronto que pudo. Subieron a los niños al carro y fueron para el Centro de Salud de Río Sereno, a 19 kilómetros del plantel educativo. La profesora le habló constantemente a Derian, evitando así que el niño se quedara dormido.
Entonces comenzó el peregrinaje menos deseado: de Río Sereno al Hospital Materno Infantil de David, donde confirmaron fracturas de cráneo.
Por la gravedad de sus heridas, fue conducido en un avión del Servicio Aeronaval al Hospital del Niño en la ciudad de Panamá. Lo operaron durante tres horas. Aunque se temía por su vida, los médicos lograron estabilizarlo.
Arelis Yángüez, mamá del niño, mata el tiempo en una sala de espera próxima a la sección de cuidados intensivos. La tristeza de esta mujer es imposible de expresar. Mira la televisión sin mirar. No encuentra palabras. No dan ganas de preguntar, sólo de acompañarla. Dice que no puede creer que le haya pasado esto a ella, a su niño consentido, ‘lo tenía mangongo’, se lamenta.
Mientras espera que llegue la hora de visita, Arelis explica la nueva realidad: su hijo tiene paralizado el lado derecho de su cuerpo.
‘Su cerebro está inflamado todavía. Tiene que ir bajando la inflamación. El doctor me explicó que es un proceso lento. Por lo menos ya le quitaron el respirador... Está consciente, pero todavía no puede hablar. Tiene la lengua enredada’, dice entre lágrimas.
Su vida dio un vuelco a la velocidad de la luz. Llegó a Panamá y tuvo que buscarse un lugar dónde dormir. Por suerte su prima Linda la alojó en Arraiján. No tenía dinero para los taxis de ida y vuelta al hospital.
Dice que la ministra de Educación, Lucy Molinar, la llamó para ofrecerle su ayuda y que le hizo llegar ‘un dinero con un empleado de ella’. La Estrella intentó entrevistar a la ministra, pero se excusó diciendo que prefería no hablar sobre el caso. A cinco días de la tragedia, aún estudian qué medida tomar, si investigar o no, cómo ayudar a la familia, según respondieron.
Las preguntas de Arelis permanecen flotando en el aire. Mientras tanto, el llanto se interrumpe con los rezos que se interrumpen con el llanto que no se detiene.
LA TRICOLOR
¿Por qué el asta de la bandera de un colegio que abrió sus puertas hace apenas tres años se desprendió de aquella manera? ¿Por qué no fue reemplazada después de que en 2008 colapsó, y simplemente fue enroscada nuevamente por los padres de familia? ¿Dónde estaban las autoridades del gobierno anterior y de este gobierno? Son las mismas preguntas que estallan a cada rato en las conversaciones ya no tan apacibles de Río Sereno.
Algunos intentan respuestas. Como Erik Barroso, quien hasta hace poco fungió como presidente del club de padres de familia del Centro Educativo San Antonio Arriba. ‘Puede ser que el asta, que se enroscaba en otro tubo de acero, que era sostenido por una base de concreto, estaba mal construida. O que colapsó producto del movimiento de los niños al jugar alrededor de ella. Incluso es posible que la hubiesen intentado hurtar y que la hayan dejado en esta condición’, aventura el hombre buscando respuestas que ya no servirán para nada. Lo único seguro ahora es que un Yángüez pelea por su vida y el otro, el primo José Ricardo, que fue dado de alta en el hospital, no puede con el trauma que le quedó: está en shock.
La madre de Derian lo explica clarito: ‘Siento rabia porque me pregunto cómo pudo pasar esto. Si tuviera dinero para pagar a un abogado demandaría a la escuela por negligencia, al gobierno, no sé a quién...’, afirma, mientras sus ojos claros se llenan de lágrimas y la impotencia extingue su voz.
John Lennon decía que la vida es lo que pasa mientras se hacen otros planes. Quizá tragedias como la de Derian suceden sólo para mostrarnos que tal vez Panamá no es el ‘egotrip’ de la Tuza, ni el paraíso de los negociados.
Ni el nuevo Miami, ni el nuevo Singapur. Quizá nuestro país sea mucho más esto que aquello: el asta de la bandera tricolor cayendo en la cabeza y dejando al borde de la muerte a un estudiante distinguido mientras éste se preparaba para rendirle tributo a su país.