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Isabel Allende: 'Para resolver la crisis migratoria nadie se plantea soluciones lógicas, sino políticas'
- 12/10/2023 00:00
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Una tiene la sensación, por algunos encuentros en el oficio, que al toparse con la voz de la experiencia como la de Isabel Allende (Lima, 1942) –la escritora viva más leída y traducida en español– se podría conseguir alguna pizca de arrogancia. Y, sin embargo, en ella se percibe un tono dulce, cálido, acompasado casi con las frases de su interlocutora. Isabel es una mujer elegante y encantadora. Llega puntualísima a esta cita virtual, programada por su hijo Nicolás. Al fondo de la pantalla, un librero blanco con obras que todo lector quisiera hojear.
Resulta abierta y mordaz cuando se habla de contextos difíciles, esos que ya pasaron y que desgraciadamente se repiten. Sonríe y suspira cuando habla de amor y de las anécdotas de su exilio. En su cabeza –ahora hermosamente plateada– condensa lo mejor de las vidas, de las realidades, de las historias. Y las regala a través de su pluma, tan personal como incisiva; tan lúcida, tan romántica, tan cercana. “La escritura me dio una voz y me pavimentó el camino para seguir escribiendo, me conectó con el mundo, me cambió la vida completamente”, dice con vehemencia.
Ahora presenta El viento conoce mi nombre (Plaza&Janés), una novela conmovedora y necesaria en estos tiempos, en que la cifra marca el anhelo del caminante. Aquí hay violencia, inmigración, amor, dolor y solidaridad.
Termina la tarde. Isabel no quiere irse. Tan generosa en su tiempo como en sus formas. Los minutos del Zoom caducan. Aquí, el tiempo invertido: pasen y lean.
Los niños a los que separan de los padres o los menores que entran ilegalmente al país y son puestos en centros de detención reciben un número. En muchos casos los niños son tan pequeñitos, que ni siquiera saben su nombre o las personas que los entrevistan no pueden entender el nombre porque son de alguna aldea pequeña [o algún pueblo indígena], entonces les ponen un número porque el archivo del niño tiene un número y es la idea: pierden a sus padres, su país de origen, su hogar, su familia, y además pierden la identidad, es brutal.
Yo creo que el poder extraordinario del arte, la literatura, nos acerca a la condición humana. Cuando tú me dices que hay 170 millones de refugiados en el mundo no significa nada, pero si yo veo el nombre de la persona, le veo la cara, conozco su historia, pienso que ese niño puede ser mi hijo, entonces hay una relación personal y podemos tener empatía por la persona.
La voz de Anita es uno de los casos que vimos a través de la fundación; personalmente no me hice cargo de la niña. Hay una organización: la Florence Project, que está mencionada en el libro, mediante la cual me enteré del caso de esta niña ciega que separaron de la mamá. Fue un caso muy trágico por su condición, entonces se encuentra de repente en una celda refrigerada, a la mamá se la llevan encadenada, a ella se la llevan después en un bus y no vuelve a saber de la mamá. No sabe dónde está, no conoce a nadie, no habla el idioma... es una situación terrorífica, entonces ese personaje ya venía como quien dice inspirado en un caso real y lo demás lo fui agarrando de otros lados. El personaje de Selena es una síntesis de dos o tres asistentes sociales que conozco, con los cuales hemos estado trabajando en la frontera; el personaje de Frank también. Entonces, mi trabajo en la vida consiste en prestar atención porque todo me puede servir.
No he hecho ningún sacrificio, todo lo contrario, he recibido puras cosas maravillosas de mis hijos y nunca tuve que sacrificar nada. Supongo que cuando era joven se me presentó más de alguna vez una especie de sentido de culpa por trabajar tanto y no estar con ellos todo el tiempo, pero a lo largo de la vida me he dado cuenta de que no era en absoluto necesario estar más con ellos y que tampoco les hizo ninguna falta. Cuando yo hablo con mi hijo de esto, me dice que él nunca sintió que yo no estaba allí, yo estaba en la oficina ocho horas al día, pero él sentía la presencia de su mamá todo el tiempo.
(suspira) Sí, me arrepiento de haber dejado a mi familia porque me enamoré de un músico argentino, me fui detrás del músico y abandoné a los niños que ya estaban en la pubertad, los abandoné por un mes, por lo menos. Nunca me lo he perdonado; esa fue una tontería mayúscula que no valía la pena en ningún sentido, y ellos sufrieron mucho. Estoy segura de que quedaron con una sensación dentro de que no podían confiar en mí, de que yo podía abandonarlos en cualquier momento y costó muchos años recuperar la confianza.
Ellos nunca quisieron hablar mucho de eso, yo les pedí disculpas por haberlo hecho y mi hijo ya adulto me dijo: 'Gracias mamá por decirme eso, ya pasó'.
En la historia de la humanidad ha habido masas humanas que se desplazan buscando un lugar seguro. Cuando esas masas humanas llegaron a las puertas de Europa, se habló de migración y de la crisis migratoria, cuando sucedían en el Asia, en el África o en América Latina resultó que no eran crisis hasta que no tocan las puertas de un país como Estados Unidos, Francia, Alemania o Suiza. Creo que la indiferencia termina cuando te tocan a la puerta, pero el problema es que se convierte en una cosa muy política, entonces pasa a ser una bandera política. Nadie se plantea soluciones lógicas, sino políticas. ¿Por qué llega la gente? Porque está desesperada en sus países de origen. Nadie quiere dejar su patria. La gente huye de la extrema pobreza y de la extrema violencia. Lo que hay que hacer es dar su permiso de trabajo y que vuelvan a su país de origen. Que no se convierta esto en ilegal.
Ha crecido la izquierda y ha crecido el fascismo también, o sea, vamos para los dos lados, han crecido los extremos y yo creo que ambos extremos son malos. No queremos dictaduras de derecha ni de izquierda, lo que está pasando en Venezuela es un fenómeno de izquierda que simplemente ha resultado terrible, como han resultado tremendamente represivas las dictaduras de derecha en muchos países de Centroamérica, también en Sudamérica, o sea que lo que tenemos que encontrar son soluciones democráticas de centro que nos permitan convivir.
No podría contestarte esa pregunta. Depende de la persona, hay muchos que no leen, porque si leyeran no serían como son.
A mí me da pena que se hayan ido mi mamá y Paula. Yo quiero recordarlas a fondo y que no se me olvide nunca ningún detalle; a veces pienso que se me está olvidando la voz de mi mamá, ¿por qué no la grabé? Me da pena. Hay recuerdos dolorosos que uno quisiera borrar, pero los piensa. Acabo de estar con Javier Zamora, que escribió Solito, la historia de un chico de El Salvador de nueve años que vivía con su abuela, y sus padres se habían ido a Estados Unidos ilegalmente, y cuando las maras, los narcotraficantes y la policía corrupta se tomaron el pueblo donde él vivía, su padre decidió traérselo a Estados Unidos y le pusieron un coyote para que lo trajera, pero lo abandonó en Guatemala y el niño estuvo así por dos meses. Logró llegar a Estados Unidos y se juntó con sus padres, es un niño brillante. Ahora tiene una visa Einstein, que es la visa que se les da a las personas con extraordinaria habilidad, y escribió una memoria. El dolor es parte de quien tú eres, no se trata de olvidar, se trata de manejar lo que uno tiene.
No sé si es el dolor la razón por la que escribo. Lo hago porque quiero adentrarme en algo que me interesa mucho, a veces no tiene nada que ver conmigo, puede ser algo que haya sucedido en Haití hace 200 años, por poner un ejemplo, pero en el proceso de escribir me doy cuenta de que sí tiene que ver conmigo y que estoy tratando de exorcizar mis propios demonios, mis obsesiones y temores. Estoy tratando de entender la vida como quien arma un puzzle.
De Paula, sin ninguna duda, y me salvó de la sensación de mediocridad que tenía cuando iba a cumplir 40 años y [sentía que] no había hecho nada que valiera la pena. Lo poco que había hecho en Chile se había perdido y pensaba que mi vida no iba para ninguna parte. Me sentía tan aislada, silenciada, sola; la escritura me dio una voz y me pavimentó el camino para seguir escribiendo, me conectó con el mundo, me cambió la vida completamente.
La literatura nos acerca a otra gente, nos conecta no solo con el autor, sino con el mundo, con otros lectores a través de los clubes de lectura y de los análisis que se hacen de una obra. Hay libros que remueven algo de la conciencia colectiva y a veces, nos conectan. Por ejemplo, un libro como La cabaña del tío Tom logró lo que no habían logrado los abolicionistas en 50 años.
Lo siento internacionalmente, con mis lectores y con la crítica, que ahora me trata muy bien. Entre los colegas, no sé por qué no los veo, no tengo un club de colegas, no sé cómo funciona. Una de las cosas que creo que poco a poco se ha ido abriendo es el camino de las mujeres escritoras de la literatura femenina en Latinoamérica, han tomado la literatura por asalto y son las mujeres jóvenes las que están escribiendo [de una manera] maravillosa. A mí me encanta, por ejemplo, Elvira Sastre, una jovencita española, de más o menos 26 años que tiene una prosa fantástica.
Mira, como todo en la literatura, una mujer tiene que hacer el doble de esfuerzos que cualquier hombre para obtener la mitad de reconocimiento y respeto, pero lo hacen, lo logran. Ahora hay toda una generación joven que ni siquiera se preocupa del problema porque ya lo siente superado, la verdad es que hay tantas escritoras como escritores, y se publica mucha ficción femenina escrita por mujeres, porque las mujeres compran más ficción que los hombres y leen más ficción que los hombres, entonces ahora la industria del libro entiende que las escritoras son muy bienvenidas.
Nunca, porque tengo a mis hijos que me recuerdan quien soy. Mi trabajo es muy privado. Yo estoy aquí encerrada escribiendo, mi vida no ha cambiado. Tengo una casa muy pequeña, con un solo dormitorio y una cama, porque no quiero alojados en la casa. Tengo dos perros ordinarios, una vida muy sencilla, no necesito nada. Te fijas, tengo lo que tengo, me alcanza y estoy muy bien.
Sí, me siento satisfecha de lo que he hecho, pero como te digo, sucede en un círculo externo en la periferia de la vida. La única vez que yo me siento en contacto con lo que llaman fama es cuando salgo en una gira del libro y hago un evento en el que hay mil personas que me reciben con una ovación de pie, ahí me doy cuenta que tengo un impacto.
No creo en fantasmas. Verdaderamente no creo que el espíritu de mi hija Paula esté conmigo, lo que tengo es un ejercicio de memoria y de amor. Yo me la imagino, la invoco, le hablo, y creo saber lo que me contestaría; lo mismo con mi mamá, pero a los fantasmas nunca los he visto en mi casa. Mi abuela se pasó toda la vida experimentando con lo paranormal en la época de los años 20 del siglo pasado, cuando estaban de moda los rosacruces y todas esas cosas, ella tenía reuniones para convocar a los espíritus en la casa [todos] los jueves.
(ríe) Así es.
Lo más bonito es la libertad, lo más duro es que te queda poco tiempo y mucho por hacer. Veo que toda la gente a mi alrededor de mi edad se va deteriorando rápidamente o se muere, y entonces estoy muy consciente del paso del tiempo, muy consciente de que mi marido y yo que nos acabamos de casar, pero tenemos poco tiempo y tenemos que aprovechar cada día. No se puede perder el tiempo en peleas, en intolerancia o en celos, nada de eso, cada día tiene que ser perfecto. Para envejecer con dignidad necesitas buena salud y necesitas tener cubiertos tus recursos básicos. Hay tanta gente que vive mucho más de lo que calculó y entonces vive 20 años más, a veces 30 años más y terminan pobres, solos y enfermos, eso es tremendamente triste.
Sin ninguna duda, mis hijos. Los grandes amores de mi vida fueron mi madre y mis dos hijos, porque los amores románticos han sido poderosos, pero los maridos vienen y se van, sí. La mamá y los hijos no.
El sí para siempre estaba bien cuando la gente vivía hasta los 50 años, porque es muy diferente estar casada por 20 años que estar casada por 65, entonces pedir fidelidad, admiración y pasión en un matrimonio monógamo tan largo es difícil, no se da siempre, ni se da con facilidad.
Ahora tú vas a Chile y toda la gente se queja porque es parte del carácter nacional, pero Chile se ve desde afuera muy bien a pesar de que es un país polarizado y que el gobierno de Gabriel Boric tiene muy poca popularidad. Desde hace 50 años ha evolucionado maravillosamente, pero no en línea recta esas evoluciones; en Chile elegimos presidente cada cuatro años, un lapso en el que no se alcanza a hacer nada, y entonces elegimos primero uno de derecha, después uno de izquierda, después el mismo de derecha, después el mismo de izquierda, y así vamos.
(asiente con la cabeza)
Sin ella yo no estaría aquí donde estoy hoy. Ella leyó La casa de los espíritus y logró que se publicara, fue mi agente hasta que murió. Ella decía que no éramos amigas, lo nuestro era una relación comercial, ella es mi agente y yo su cliente, ¡mentira!. Carmen era mi amiga, me ayudó, estuvo presente en los matrimonios de mis hijos, en la muerte de Paula, en todo, así que le debo muchísimo a Carmen y la quise muchísimo.
¿Cómo sabes eso? A María Elena la conocí mucho porque fue mi mejor amiga en Venezuela y tengo una altísima opinión de ella, es una mujer inteligente y dedicada, una gran maestra.
La memoria.
No, a la muerte no, pero sí a la demencia, porque no quiero ser una carga para mi hijo.