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- 13/03/2022 00:00
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En 1904, sólo unos meses después de nuestra independencia, la convención nacional de Panamá decretó la ley 52 del 20 de mayo de 1904 que dispone la creación una Biblioteca y de un Museo. Y el 3 de noviembre de 1906 se inaugura nuestro primer museo nacional. Unos años después se funda el archivo nacional. Esas acciones nos recuerdan que la generación que construyó la republica tenía claro el papel de la memoria en la construcción de una nación.
Porque la memoria nos ayuda a entender de donde venimos, porque la memoria nos ayuda a combatir problemas sociales como la discriminación, así como a entender el origen de dificultades que nos preocupan y nos da perspectivas sobre sus soluciones.
Y es que, así como a un árbol sin raíces se lo lleva el viento, una sociedad sin memoria no tiene de donde aferrarse para actuar como comunidad.
Y ¿cuáles son estas raíces? ¿en qué estado están y cómo podemos cuidarlas? Las raíces son el patrimonio que nos rodea y nos conecta con las generaciones que nos precedieron: son los campanarios de nuestras iglesias con sus hermosas conchas de nacar, son los fortines españoles en la desembocadura del rio Tuira, son los altares de San Francisco de la Montaña, son las piezas precolmbinas de Cerro Juan Díaz, de sitio Conte y del Caño, son las columnas de madera de níspero de las iglesias coloniales, son el techo de caña brava de la capilla de San Juan de Dios de Natá.
Todos ellos nos hablan de quienes somos y de cómo hemos vivido por miles de años en nuestro entorno marítimo y tropical. Los animales de las piezas precolombinas nos hablan cómo nuestra naturaleza inspiró maneras de entender el mundo. La arcilla de estas piezas precolombinas, así como el piso de arcilla de nuestras iglesias o los techos de caña brava nos hablan de como nuestros antepasados contruyeron con los hermosos materiales que los rodeaban y como utilizaron nuestra naturaleza de manera creativa. Y nos pueden inspirar, tal vez, frente a los retos ambientales que nos presenta el siglo XXI.
Las conchas de nácar de los campanarios de nuestras antiguas iglesias nos recuerdan nuestra tradición de mar, de marineros, pescadores y gente de puerto, y que desde tiempos precolombinos el mar ha sido parte fundamental de quienes somos, fuente de riquezas, de alimentos e inspiración artística.
Los fuertes españoles, las baterías anti-áreas del siglo XX, el Edificio de la Administración y la aduana de Portobelo nos recuerdan que desde hace 500 años somos un punto estratégico global y que esa característica siempre ha tenido siempre un lado comercial y uno militar, y que si esta posición estratégica ha tenido sus ventajas, también ha tenido grandes costos y que si queremos asumirla de la mejor manera posible, unidos como país, tenemos que ser conscientes de esa historia con todas sus ambivalencias, peligros y ventajas.
Es fundamental también pensar en qué historias contamos y en cómo las contamos, porque hay muchas maneras de contar el pasado y debemos aspirar a contar uno inspirado en la evidencia, en la investigación de archivos, uno que no sea propaganda, sino análisis y nos cuente lo bueno, lo malo para así entender mejor donde estamos y poder pensar hacia donde queremos ir.
Y contar historias que nos sean de unas pocas personas, sino de todos, porque todos construimos este país: los esclavizados que construyeron los caminos de cruces y los fuertes coloniales; los inmigrantes antillanos que construyeron el canal, los artesanos indígenas que tallaron altares coloniales y nos enseñaron a usar la hamaca y a hacer el tamal, y también nos dejaron tradiciones de lucha contra gobiernos opresores; y las mujeres que apoyaron la independencia de España aún sin tener derechos políticos, y las otras mujeres que en el 1957 marcharon a la asamblea en contra de la renegociacion de las bases militares norteamericanas; o los panameños del siglo XIX que pensaban que no había república, ni democracia posible sin parques y sin educación pública de calidad, o los negociadores que desde Justo Arosemena hasta Eusebio A. Morales, Ricardo J. Alfaro y Jorge Illueca nos enseñan que aunque seamos un país pequeño tenemos derecho a ser respetados por las grandes potencias.
Pero para poder contar esas y otras historias, debemos entender que los archivos no son cajas de papeles viejos, y recordar que detrás de cada una de esas cajas se esconden historias que son la clave de nuestro pasado. Y en esos momentos de angustia que le entran a cualquier historiador panameño, me he preguntado por qué no apreciamos más nuestro patrimonio y pienso que tal vez se debe a que no somos del todo conscientes de la enorme riqueza de nuestra historia, de lo creativos que fueron nuestros antepasados. Por eso los invito a contribuir a preservar nuestra memoria y a pensar que lo antiguo no es un estorbo o un obstaculo para el futuro, sino la clave de ese mismo futuro.
Palabras dadas el 4 de octubre de 2021 en el Teatro Nacional en el conversatorio del bicentenario organizado por la Estrella de Panamá.