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El 'elefante blanco' y el peregrinaje de un enfermo en Panamá
- 21/10/2023 00:00
- 21/10/2023 00:00
Las 4:00 de la mañana, en la oscuridad José se levanta ayudado por su hija y su mujer para asearse y bajar la loma en donde vive en La Chorrera, para alcanzar a que lo atiendan en el tricentenario hospital Santo Tomás de Panamá. Como miles de panameños va en busca de remediar sus achaques al “elefante blanco”.
Casi ciego, afectado en su visión por una enfermedad que se puede atenuar con cirugía, este panameño de 63 años, sin jubilación ni ninguna ayuda del Estado durante la pandemia, según relata, está procurando recuperar su salud “para seguir siendo útil” a su familia.
Campesino originario de Veraguas, dando vueltas por provincias centrales llegó a establecerse hace 25 años en un costado de una de las tantas lomas que hay en La Chorrera, excavando las piedras de la montaña y al lado de una antena de transmisión de telefonía celular, en donde levantó con láminas y madera una precaria vivienda.
La vida disipada, los tragos, una lesión en un juego de toros, alimentación no balanceada, le pasan factura ahora, con una “ceguera legal”, como lo diagnosticó un especialista privado que le examinó la vista en 2022 y que no pudo atacar antes en el hospital Nicolás Solano, por ello puso su esperanza en el Santo Tomás, adonde acudió apenas se superó la pandemia y comenzó a buscar al doctor, que ya lo había revisado en una primera cita.
Pero el primer intento fallido se repitió este año, la carencia temporal de insumos retrasó todo, al punto que el doctor Persiles Gutiérrez le recomendó hacerse el principal examen en una clínica privada, lo que llenó de angustia a José, porque suma los reales para viajar y pagar la consulta básica de un dólar.
Un alma caritativa lo ayudó y pudo resolver ese escollo.
El hospital le dio facilidades de pago para abonar a la operación a la que tienen que someterlo.
Y resulta que con una nueva falla en los equipos de operación, todo se atrasó y, ¡sorpresa!, el personal del hospital le comunica que tiene que repetirse los exámenes porque “están vencidos”, narra este campesino de tez blanca curtida por el sol y la lluvia.
Su hija es su lazarillo, porque su esposa actual tiene un problema de salud que requiere cuidados y medicación, aunque ella sí recibe un subsidio por su incapacidad permanente.
“Tres veces la representante (de corregimiento) me dio con la puerta en la cara cuando le pedí ayuda; primero me dijo que sí, pero luego se volvió excusas y me chifeo”, recuerda José, sentado en una de las sillas del Santo Tomás, en una sala atestada de cientos de pacientes en su misma o peor condición.
No obstante, días atrás, en un acto político de la autoridad lo recordó y se le acercó “con muestras de cariño y me preguntó si ya me habían operado, a lo que le dije, “no”, y, aunque no lo esperaba, la autoridad le dio “una ayuda” con la que pudo viajar y pagar la cita para reiniciar los exámenes, a ver si ahora el doctor Perciles lo puede operar.
Recorriendo el hospital del pueblo, como también se le llama, es fácil darse cuenta de que el personal hace lo que puede con los recursos que tiene, como dice su declaración de valores, “sin ningún tipo de discriminación”, y no vive las escenas de otros nosocomios en donde los pacientes o sus familiares estallan en ira por la indolencia de su personal.
Para todo extranjero de limitados recursos este es el hospital de referencia, lo cual quedó más que demostrado en la primera oleada de venezolanos que huyó de su país durante el régimen del fallecido presidente Hugo Chávez, pero eso encareció la atención a los locales y suscitó el disgusto de cierto sector de la población, que no comprendía por qué sus impuestos eran usados de esa manera, aunque la solidaridad de la mayoría se impuso.
Nació como un hospicio para mujeres en 1702 en el barrio de Santa Ana, y tomó el nombre del agustino Santo Tomás de Villanueva, porque se inauguró en la fiesta de ese santo, el 10 de octubre. El entonces rey Felipe V de Borbón le dio su aprobación.
Tomás (1486-1555) fue miembro de una familia pudiente en el pueblo español de Villanueva de los Infantes, pero de niño frecuentemente andaba desnudo porque regalaba su ropa a los pobres.
Esa mística resume el hacer del personal sanitario del hospital panameño, que para 2024 aspira a mejorar sus instalaciones y aprovisionamiento si le mejoran los $175 millones de presupuesto que tiene para este año.
Las instalaciones actuales, a orillas de la avenida Balboa, fueron levantadas por orden del tres veces presidente panameño Belisario Porras e inauguradas el 1 de septiembre de 1924, así que ya está en marcha un comité de organización para celebrar el centenario de esas edificaciones, que ya han sido mejoradas y equipadas a inicios de este siglo.
Cuenta con el apoyo de un patronato, presidido por el ministro de Salud, hoy representado por el Dr. José Baruco V., integrado por los clubes cívicos, 20-30, Kiwanis, Leones y Rotarios, que trabajan sin condiciones, sin fines de lucro.
Del presupuesto de 2023 por $175,56 millones se destinan $20,75 millones para servicios personales, $15,25 millones para servicios no personales y, entre otras partidas, en electricidad paga $3 millones, $209.000 en agua, $155.816 en aseo, $100.000 en telecomunicaciones, $50.000 en transmisión de datos y $29.999,90 en telefonía celular, de acuerdo con el nodo de transparencia a septiembre 2023 del nosocomio.
Los miles de usuarios deben saber también que este año se han destinado $82,36 millones para subsidios benéficos, $50,16 millones para materiales y suministros, $16,29 millones para productos medicinales y farmacéuticos, $14,65 millones para instrumental médico y quirúrgico, $6,54 millones para útiles, materiales médicos, de laboratorio y farmacéutico y $3,60 millones para mantenimiento y reparación de maquinarias.
La amplia planilla de personal se encuentra con médicos superespecialistas que reciben casi $8.000 mensuales de sueldo, como trabajadores manuales que cobran entre $600 y $900, si son contratados o permanentes.
Pero a José le cuesta $220 una extracción de catarata clásica, luego de pagar los exámenes respectivos, lejos de lo que cotizó en una pequeña clínica privada de La Chorrera en donde, por cada ojo, lo “ayudaban” dejándoselo en $1.600.
Por ello es el hospital del pueblo, referente internacional de Panamá, el que se apresta a celebrar el centenario con un libro histórico, que cubrirá los 100 años de trabajo y logros de este hospital de III nivel. Se dictarán conferencias en universidades, instituciones, hospitales, como también habrá impresión de billetes de lotería y estampillas del correo nacional, con el logo del centenario.
El pistoletazo de las celebraciones lo dará, en noviembre próximo, una cena de gala centenario, de acuerdo con la información pública divulgada por la entidad.
Para aquellos días, producido ya el cambio de gobierno por las elecciones de mayo próximo, estará en marcha el presupuesto solicitado por el Ministerio de Salud, del que depende, por $2.781,60 millones –si no le imponen una reducción los diputados-– del que, al menos en la ley propuesta, no se dan detalles de cuánto le tocará al nosocomio.
Si se explica que el ministerio recibe $4,59 millones de ingresos por fondos de administración de hospitales, otros $18,08 millones por servicios varios-salud, entre otras partidas más voluminosas y bien definidas.
Pero ya se estipula la reducción de las ayudas en materia de subsidios para 2024 porque se tiene presupuestado $1.800 millones, lo cual representa una caída con relación al año 2022 que fue de $2.300 millones “y el principio fundamental es que ya no se necesitarán los apoyos como el vale digital, la bolsa de comida, y toda la política que se usó para apoyar a la ciudadanía como consecuencia de la pandemia”, de acuerdo con lo que explicó en la presentación del proyecto el Ministerio de Economía y Finanzas.
Solo se mantendrán los subsidios como 120 a los 65, ángel guardián, el gas licuado, la red de oportunidades, el subsidio preferencial a las viviendas, entre otros (no identificados).
De las ayudas directas no goza José, solo de lo que puede arrancarle a la pequeña parcela de tierra que siembra para subsistir, y lo que le paga la compañía dueña de la torre por “cuidarla”.
El autor es periodista independiente y profesor universitario.