“No dejo de oír a la gente pidiendo auxilio, su hilo de voz perdiéndose en la oscuridad y la silueta de un hombre en el techo de su coche alumbrada por...
Desplazados del clima
- 27/03/2024 00:00
- 26/03/2024 18:34
Lucrecia Ortíz, de 71 años, nació, creció y crió a sus tres hijos en Bambito. Un pequeño pueblo de 431 habitantes y una altitud de 1.637 metros, incrustado entre dos enormes montañas e irrigado por el río Chiriquí Viejo, en el distrito de Tierras Altas, provincia de Chiriquí.
Llegar a Bambito toma unas diez horas por carretera abierta, partiendo de la ciudad de Panamá. Visitarlo es una experiencia cautivadora, que encanta por su exuberante naturaleza y que conmueve por el temor de que desaparezca por el cambio climático y el descuido de las autoridades.
Es una travesía rodeada de montañas, ríos que dejan escuchar su fluir, flores únicas y, lo mejor, un agradable clima: 13° C. Uno que está cambiando y que está afectando las actividades económicas de la región productiva más importante del país.
“Antes había más agua, más frío y ahora se sienten unos calores. Yo hago plantaciones de flores y no le puedo dar el riego porque no me llega suficiente agua, como que los ojos de agua se terminaron desde hace tres años para acá, desde que pasó el huracán”, cree Lucrecia.
El 4 de noviembre de 2020 escuchó un estremecedor trueno que partía en dos la montaña que estaba detrás de su casa y que la hacía derrumbarse. Los caminos que conducían a su vivienda desaparecieron del mapa. Las plantaciones de flores –que vende para sobrevivir– quedaron destruidas.
El huracán Eta se hacía sentir con todas sus fuerzas en Tierras Altas. Un olor a lodo se esparcía por el ambiente y anunciaba la desgracia. El río Chiriquí Viejo arrastraba y vomitaba madera, palo, piedra y fango. El desbordamiento de las aguas arrastró casas, autos y postes de luz. Lo peor: seis vidas. “Tres se perdieron cuando un alud sepultó una finca”, recordó la mujer.
Así describe la señora de tercera edad la escena: “Era como si se estuviera dando un temblor conforme iba bajando el montón de árboles y piedras. Había una brisa enorme y una neblina que no permitía ver nada. El huracán era muy fuerte. Todo el mundo estaba aterrado”.
Tres años después, el templo católico es un testigo mudo del desastre. Quedó con las paredes abajo, los vidrios de las ventanas rotos y su interior lleno de lodo. Bambito parecía un pueblo fantasma que había desaparecido por un virus mortal que amenaza la humanidad: el cambio climático.
A Lucrecia le dijeron que tenía que abandonar la casa porque corría el riesgo de perecer en caso de que ocurra otro desbordamiento del río. Pero tiempo después regresó a su casa porque no tiene a dónde ir ni con qué sobrevivir. Le da gracias a Dios porque es una mujer fuerte e intenta no estresarse cuando llega la temporada lluviosa. Pero cuando pasan dos días lloviendo y presiente que va a ocurrir un derrumbe, sale corriendo a otras comunidades cercanas hasta que pase la lluvia.
La mujer añora el pasado. Hace 47 años, cuando llegó a vivir a la comunidad, la quebrada que está cerca de su casa estaba llanita. Allí acostumbraba bañar a sus dos niños. Ahora no puede bajar al “charco”, que es un hueco enorme, porque baja gran cantidad de sedimentos de las actividades agropecuarias que se realizan en las montañas del pueblo.
A Lucrecia le prometieron que la reubicarían. Hasta el momento no lo han hecho. Eso quedó en palabra. “Lo que pasa es que a nuestro querido gobierno se le olvido lo que pasó”, reclama. Así como ella, otras 115 familias que pudieron perderlo todo, incluso la vida, esperan que se cumpla la promesa de reubicación. Hoy, un letrero que está cerca del río anuncia que el peligro está presente: “área inundable”.
Inicialmente el proyecto de reubicación tenía un costo de $4,5 millones y estaba previsto para ser entregado en un periodo de 12 meses, después de la aprobación de la orden de proceder el 28 de marzo de 2022.
Pero ha enfrentado un retraso de dos años. Primero por la falta de suministro de materiales para la construcción de las viviendas, que era responsabilidad del Ministerio de la Vivienda y Ordenamiento Territorial (Miviot). La empresa contratista asumió la compra de los materiales y esto impactó el costo del proyecto en $1,1 millón.
Hubo, además, problemas financieros. Las facturas presentadas por el contratista no eran canceladas a tiempo. A esto se suman las protestas y cierres de calles que se dieron en Paso Ancho, Tierras Altas, en noviembre de 2023, que obligaron a la suspensión temporal de la obra, explicó Marcos Suira, director nacional de Ingeniería y Arquitectura del Miviot.
Cuando La Estrella de Panamá visitó el área había 13 viviendas construidas. Actualmente hay 40, según Suira. Se estima que para finales de mayo se harán las primeras entregas de vivienda, y para agosto concluir la obra, promete el ingeniero.
Al no tener la respuesta oportuna de las autoridades, muchos de los afectados de la tragedia han tenido que resignarse y regresar a sus casas. Zuleika Estribí es vecina del río Chiriquí Viejo. Ha vivido en carne propia los sobresaltos de la naturaleza.
La mujer tiene 42 años de edad y todos los ha vivido en la comunidad de Bambito. Desde que murió su papá se encargó de cuidar y proteger a su mamá, Meybis. Se dedica al cultivo de hortalizas y legumbres que comercializa en los mercados panameños.
Para ella, el río siempre había sido amigable, hasta aquel sábado –4 de noviembre de 2020– cuando el temporal provocó tres crecidas. En una de ellas se salió por la carretera que pasa frente a su casa. Las aguas chocolates inundaron su vivienda, quedó cubierta de lodo por un poco menos de medio metro de alto.
“Por delante de la casa corría el agua y por detrás los cerros se desmoronaban”, rememora. Quedó sin luz, sin agua potable y sin comunicación. Un enorme árbol se derrumbó frente a la casa. La escena era comparable con el fin del mundo. A las zonas anegadas por el río no se podía ingresar ni por carretera ni por aire.
Zuleika, Meibys y los papás de la última lograron ponerse a salvo. Tres meses después no les quedó más remedio que regresar a hacer la limpieza y reinstalarse en la vivienda. Desde entonces sus vidas no han vuelto a ser las mismas. Las tierras donde produce y la casa en que residen fueron declaradas “inhabitables”, solo para uso comercial. Temen que los terrenos y la vivienda les sean expropiadas.
Aún temen que ocurra otra desgracia, considerando que cada seis años hay un evento climático extremo. Zuleyka recuerda que en 2008 el desbordamiento del río dañó una capilla y afectó varias casas. En 2014 se cobró la vida de tres personas que iban a bordo de un bus, que fue arrastrado por la corriente del cauce, después que destruyera la carretera.
Luego, en 2020, Eta e Iota destruyeron la producción. Según el estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ‘El clima injusto’, los hogares encabezados por mujeres pierden un 8% más de sus ingresos debido al estrés térmico y un 3% más a causa de las inundaciones.
El año pasado, la tormenta Julia fue una nueva pesadilla. La brisa corría y pegaba en el techo de la casa. Zuleika no durmió pensando en el momento en que el río creciera y se las tragara. No se atrevía a salir de la casa por temor a que un árbol le cayera encima. A las 7:00 de la mañana, finalmente salió de la vivienda con unas cuantas mudas de ropa y logró ponerse a salvo. Ya han sido dos las ocasiones en las que ha podido librarse de una mala hora.
“Esto es muy duro, me da mucho miedo. Hay que salir rápido porque se tranca el puente del río por donde se sale”, comenta Meybis, quien tiene un pequeño puesto de ropa, gorros y chancletas en un local que está pegado a su casa.
Meybis recuerda que cuando era niña, el río nunca crecía, aunque caía bajareque por tres días. Ahora, en 60 minutos queda hondo, sucio y lleno de lodo. “Se vienen los barrancos abajo y tapan el curso del río”, añade.
Fany es vecina de las tres mujeres. Está sentada en la orilla de la puerta del negocio donde labora. Desde ese punto rememora las inundaciones. La mujer, de cerca de cinco décadas, vive convencida de que el huracán Eta arrastró con todos los nutrientes de la tierra.
“No quedó ningún cultivo en pie. Aunque abonaron la tierra con gallinaza para volver a sembrar, no funcionó”, dice. Aun después de algunos años, tres exactamente, la producción no está al 100%. “La misma tierra también ha cambiado. No es solo el clima”, señala Fany.
La vida y la salud son las dos razones que impulsan a Fany a salir del área. Cada día está envejeciendo más y asegura que no tiene las mismas energías para seguir corriendo cuando llega un fenómeno natural extremo. Está dispuesta a dejar la tiendita y “vivir de otras cosas, pero estaría más segura”, asiente con la cabeza.
El temor de las cuatro mujeres tiene fundamento. Este año, la temporada de huracanes será mucho más activa. ¿Qué les espera? “Nos van a llegar las colas de los huracanes o la influencia de lluvia de los que pasen por allí, por el Caribe”, advierte Ligia Castro, directora de Cambio Climático, del Ministerio de Ambiente (Miambiente).
El Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc), recomienda fortalecer los sistemas de alertas tempranas. En el caso de Bambito –a corto plazo– hay que extraer del cauce la gran cantidad de rocas, troncos y material vegetal.
La institución también recomienda no volver a habilitar las áreas destruidas y afectadas por el paso descontrolado del río Chiriquí Viejo, por ser zonas de gran riesgo. Particularmente en el área del volcán Barú deben establecerse límites de áreas de construcción con base en las máximas crecidas.
El golpe del clima
El cambio climático ha ocasionado que los eventos extremos del clima sean más frecuentes y fuertes. Para la década de 1970, El Niño y La Niña se alternaban cada 10 años.
Para la década de 1980, el tiempo de ocurrencia de los fenómenos climáticos se redujo a 7 y 5 años. Sin embargo, para 2020, 2021 y 2022 hubo tres eventos de El Niño consecutivos cuando se suponía que no iba a llover, pero llovió. En 2023 se debilitó La Niña y empezó a formarse El Niño. Solo hubo cuatro meses sin alteraciones climáticas. “En 2024 se experimenta El Niño y solo se espera que haya dos meses neutrales para que empiece la formación de La Niña”, explica la experta en cambio climático.
Los eventos extremos son la combinación del cambio climático, del calentamiento del océano y de la atmósfera. “El mar Caribe está muy caliente. Ese incremento de temperatura ha hecho que cambie la circulación marina y que incida en la circulación atmosférica”, revela Castro.
Las temperaturas récord de los océanos y una potencial La Niña crean las condiciones perfectas para la formación de grandes huracanes. Para este año se espera que se formen al menos 22.
Con este pronóstico, otra pesadilla apenas empieza para la región occidental del país, donde la influencia indirecta de los huracanes ha dejado luto y enormes pérdidas económicas.
Bambito no es la única comunidad panameña donde se están dando desplazamientos por cambio climático. Por el aumento del nivel del mar, una isla de Guna Yala fue trasladada a tierra firme. En septiembre de 2023, cerca de 3.000 habitantes empezaron a despedirse de la pequeña isla antes de que se la tragara el mar. Del archipiélago de Guna Yala no quedaría ninguna isla para 2050.
Isla Colón, en la provincia de Bocas del Toro, es otra de las comunidades que reportan desplazados climáticos. Hay 63 más que en corto tiempo pueden pasar por la misma situación. Otras quedarán sumergidas bajo el mar dentro de 25 años. Ese podría ser el caso de Punta Chame, en Panamá Oeste, pronostica Castro.
La experta promueve la creación de una estrategia de desplazados por el cambio climático que contenga la información completa de las comunidades que en las próximas dos décadas podrían desaparecer del mapa.