Seminoles, tradición de coraje

Actualizado
  • 11/01/2019 01:00
Creado
  • 11/01/2019 01:00
Estos aborígenes guardan con celo sus raíces, tradiciones, unidad, el sentido de pertenencia y amor por la naturaleza. En 1817 eran alrededor de 20,000 indígenas y 800 esclavos negros. Las confrontaciones con los colonos y el ejército de Estados Unidos los redujo a 15,000

En el corazón de los pantanosos Everglades de Florida, Estados Unidos, hay unos indígenas estadounidenses que nunca vendieron su dignidad ni renunciaron a sus raíces: la tribu Seminole, orgullo de los pueblos originarios de América.

La nación Seminole se formó a principios del siglo XVIII. Los primeros nativos pertenecían al grupo Creek y habitaban en Georgia, Misisipi y Atlanta. Huían de los invasores europeos (españoles e ingleses). A la causa se unieron afroamericanos escapados de la feroz esclavitud de Georgia y Carolina del Sur.

Están divididos en dos grupos; el más numeroso vive en Wevoca (condado seminole de Oklahoma) y el resto –aproximadamente tres mil– habita en Florida, en la reserva de Big Cypress, a tan solo una hora en automóvil de los aeropuertos de Naples, Miami y Fort Lauderdale.

CIMARRONES

Para comprender mejor a esta etnia, es menester irse a las apolilladas páginas de la historia. Estos aborígenes guardan con celo el mejor tesoro que tienen los pueblos originarios de todo el mundo: sus raíces, tradiciones, unidad, el sentido de pertenencia y amor por la naturaleza.

Los españoles los llamaban ‘cimarrones' porque eran libres como el verdor de la jungla. Durante siglos, los españoles, ingleses y estadounidenses trataron en vano de sacarlos de sus tierras. En 1817 eran alrededor de 20,000 indígenas y 800 esclavos negros. Las confrontaciones con los colonos y el ejército de Estados Unidos los redujo a 15,000. Y siguieron siendo abatidos, pero nunca cedieron el hacha ni sus puntiagudas flechas.

Las guerras fueron brutales. Aquel interminable derramamiento de sangre los obligó a esconderse en los pantanos del sur de Florida. La pólvora enturbió esas aguas vírgenes, pero no pudo opacar su espíritu de lucha.

En 1938 se destinó una reserva de 32,000 hectáreas para la tribu. Al vivir aislados, conservaron su cultura y el legado de sus antepasados.

OTRA HISTORIA

J. M. Pagan, un turista puertorriqueño, conversa con La Estrella de Panamá sobre su primera visita a la reserva. Admite que para él (y para muchos) fue difícil escapar del hipnótico efecto consumista de los malls para irse a una selva llena de cocodrilos, felinos y mosquitos en los Everglades.

Él pensaba —ríe, hasta hacer temblar su incipiente barriga— que se dirigía a una aldea de indios emborrachados con whisky barato, danzando alrededor de una choza cónica de cuero, ambientando la quema de un desdichado ‘cara pálida' en una hoguera.

Y como escenario de la rústica ejecución, Pagan se imaginaba la sombra de un lobo aullador, proyectada sobre una loma a la luz de la luna llena. Este clásico episodio del Viejo Oeste quedó muy lejos de la realidad.

Antes de salir de la carretera interestatal, para entrar en la reserva, puedes ver el ganado rumiando los pastizales. Después de recorrer la solitaria ruta por alrededor de media hora, aparecen las primeras casas: grandes, modernas, rodeadas de hermosos jardines y una amplia separación entre una y otra.

Llama la atención la limpieza, el orden en el trazado de calles. No se ve ni un alma; muchos propietarios viven en la ciudad o fuera del estado. En la vía principal están el cuartel de la policía —ellos tienen autonomía en gobierno y leyes—, un majestuoso hospital, la imponente escuela. Todos los edificios tienen extensos estacionamientos en los que abundan las furgonetas, camionetas 4X4 y otros vehículos lujosos.

Pronto llegas a un pequeño, pero bien acondicionado centro turístico: Billie Swamp Safari. Siempre está lleno de visitantes, en su mayoría niños. Un nativo fornido, de edad media, sombrero de ala corta, suelta el pincel con el que pintaba un tótem de poca altura y sale a recibir a un grupo de bulliciosos traviesos.

Aquellos niños no ocultaban sus intenciones de compartir el resto de su perro caliente con los soñolientos cocodrilos. El tranquilo anfitrión les regala una paternal sonrisa —algo alcahueta— y susurra firmemente: ‘stop'.

EL SITIO DE BILLIE

Billie Swamp Safari cuenta con un zoológico con osos, aves, lobos blancos, nutrias, zainos, un restaurante y el emblema de la reserva Cypress: los cocodrilos. Capta la atención un pequeño coliseo acuático, en el que los visitantes ponen a prueba sus nervios al presenciar a un gladiador seminole luchando cuerpo a cuerpo con un cocodrilo africano de tres metros.

Hay opciones de alojamiento, coches caravana, zonas para acampar, cabañas, piscina, campo de minigolf. Los visitantes se pueden documentar sobre la cultura Seminole en el museo ‘Ah-tah-thi-ki' (un lugar para aprender). Lo primero que se presenta es una película en la que se muestra la historia y la evolución de la tribu. Un camino largo conduce a un pueblo viviente donde los artesanos demuestran técnicas de trabajo con tejidos, madera y cestería.

Billie Swamp Safari cuenta con una superficie de 900 hectáreas, con algas, caimanes tendidos al sol, aves, puercos de monte, peces, venados, bisontes, búfalos de agua, cebras, avestruces, serpientes venenosas, como la mocasín; panteras, pumas, aves acuáticas, entre otros.

Uno de los grandes atractivos del lugar es el paseo por el extenso bosque en un enorme camión anfibio.

Jim, conductor del ‘dinosaurio de fierro', nieto de un curandero, médico del pueblo, explica la variedad de plantas y enormes árboles —utilizados en la construcción de botes y viviendas—, cubiertos de helechos, muérdagos y orquídeas silvestres.

Durante el trayecto, el guía muestra plantas medicinales para curar la próstata, colesterol, diabetes, disentería, males del corazón, y hasta hojas que hacen las veces de repelente para mosquitos. Se detuvo frente al ‘árbol de la resurrección', cuya madera puede renacer después de mucho tiempo de haber sido cortado.

En los escampados había huecos naturales que eran utilizados como refrigeradores para conservar los alimentos.

DEL CLAN AL EMPORIO

En la antigüedad el pueblo indígena estaba dividido en 9 clanes: ciervo, viento, castor, oso, el bisonte, y otros. Habitaban en casas conocidas como ‘chikis', construidas de palmeras, paja, y fuertes horcones. Vivían del cultivo de verduras y tabaco, de la caza de venados, tortugas, cocodrilos, mofetas. Uno de los platos típicos es el ‘sofki' (sopa de maíz con cenizas de madera).

Han mejorado su sistema de gobierno. La tribu Seminole de Florida es conducida por un Consejo Tribal, compuesto por representantes de cada una de las reservas. Eligen como líderes a un presidente y vicepresidente. Las oficinas centrales están en Hollywood, Florida.

Sus ingresos provienen del turismo, ganadería, hotelería, administración de casinos, que reportan anualmente ganancias por miles de millones de dólares. En diciembre de 2006 compraron, por 965 millones de dólares, la poderosa empresa Hard Rock Café, con franquicias en todo el mundo.

Ellos se han ganado el respeto en Estados Unidos y toda América. Se necesitarían miles de folios para narrar su historia de lucha milenaria. Los Seminoles son como el ‘árbol de la resurrección', que mantiene vivas sus raíces mucho tiempo después de haber sido cortado.

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