La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 18/11/2023 00:00
- 18/11/2023 00:00
En el Panamá colombiano el destierro de los políticos era la práctica común. Igualmente ocurría durante la colonia, incluso existía el extrañamiento como sanción. En el sistema penal del Incario algunos delitos eran castigados con la severidad del relegamiento. En el Panamá republicano la expatriación por razones políticas ha sido escasa. Tengo en mi memoria solo tres casos de panameños aventados a otras tierras por su posición política. Arnulfo Arias Madrid sufrió cuatro años de proscripción (1941-1945) vividos en la Argentina; A Demetrio A. Porras, en 1939, se le puso precio a su cabeza y se refugió en Santiago de Chile, y Félix Oller fue a dar con sus ilusiones al Perú. Esto ocurría antes de 1968. Después de esa fecha la dictadura militar restableció las duras sanciones del Panamá colombiano. Esto quiere decir que después de aquel 11 de octubre, “conocido de autos” sin precedentes en la era republicana fueron decenas los panameños obligados a vivir fuera de su patria.
Muchas cosas –más allá de la amargura– les ocurrieron a los exiliados de la dictadura. Algunos sufrieron la desintegración familiar. Sus hijos establecieron sus hogares en la tierra que les brindó protección. Otros, al retornar del destierro, al pisar el suelo patrio murieron de emoción. Ese fue el final de Norberto Zurita. Otros no volvieron más a su tierra atrapados por la muerte. Uno de ellos fue César Dubois. Muchísimos se quedaron en otras tierras con la esperanza de ofrecerle mejores horizontes a los suyos. Ese fue el caso del doctor Alonso Jurado quien acaba de fallecer en la ciudad de Miami.
Al doctor Jurado lo recuerdo con admiración por su temple, por su dignidad y fundamentalmente por su espíritu tan solidario. Durante tres meses fui su compañero de prisión en celdas aparte en la cárcel Modelo. Al recobrar la libertad, el 13 de marzo de 1969, el continuó detenido. De allí salió al exilio y nunca más lo volví a ver aun cuando sabía de su vida y de sus males finales que lo llevaron a la tumba.
El doctor Jurado en la cárcel era la disciplina en acción. A todos los prisioneros les inculcaba las normas para mantenerse saludables física y mentalmente, y en la celda era el bálsamo para el doliente. En muchas horas de la noche era llamado para que atendiera algún detenido víctima de alguna agresión y siempre respondía voluntarioso a cumplir con el juramento hipocrático. ¿Su delito?, ser arnulfista y, por tanto, contrario al régimen militar.
Bien hizo la presidente Moscoso asistir en Miami a las honras fúnebres del doctor Jurado.
Antes de 1968 el destierro era una política de las dictaduras latinoamericanas y Panamá era “asilo contra la opresión”, igualmente antes de 1968 los gobernantes respetaban la vida de sus adversarios políticos. Dar muerte dolosa, intencional, a un contrario o disidente, por sus ideas no era oficio de los gobernantes panameños. Hubo caídos en asonadas o manifestaciones producto de disparos al boleo, indiscriminados, pero el homicidio político, premeditado y frío fue una modalidad siniestra. De allí que me atemoriza solo el pensar que algún candidato presidencial acaricie la idea de desandar la historia y volver a las páginas que enseñan cuáles son los primeros pasados del militarismo. El riesgo no está en la tropa siempre sujeta a los rigores de la obediencia debida. El peligro está en las cabezas de los militares siempre tentados por el poder y predispuestos a los abusos en perjuicio de la institucionalidad. Es obvio que existen excepciones y que generalizar es de ordinario e injusto, pero los pueblos tienen que vivir y asimilar la historia para no volverla a vivir en lo que tiene de siniestra y malévola.
Si antes de 1968 no hubo ni exilios ni homicidios políticos, como no los ha habido después de 1989, tampoco existieron estos monumentos a la vesanía que se denominan fosas comunes y cuyo encuentro y apertura tuvieran a este país viviendo momentos de indignidad si existiera mayor piedad por los familiares de las víctimas.