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- 07/03/2021 11:26
Errores y aprendizajes de la pandemia
El SARS-CoV-2 fue identificado a finales de diciembre 2019 en la ciudad de Wuhan y su genoma compartido públicamente en enero 2020. La enfermedad, inicialmente considerada como neumonía, fue posteriormente mejor caracterizada y denominada COVID-19 por su distintivo compromiso pulmonar y sistémico. Durante los primeros dos meses del año pasado, la comunidad científica mundial pensó que el virus se iba a controlar, tal y como había ocurrido años atrás con los coronavirus causantes de SARS-CoV-1 y MERS, pronosticando que no sería un problema de salud colectiva mundial. La comprobación de la transmisión autóctona en Europa, Estados Unidos y Canadá, no vinculada directamente con viajeros de países asiáticos, aunada a la aparición de infectados en América Latina a fines de febrero (Brasil y Ecuador), provocó que la OMS declarara oficialmente la pandemia el 11 de marzo del 2020.
Debido a que se trataba de una infección respiratoria, se especuló que la mascarilla facial solo serviría para las personas que tenían síntomas, similar a lo que se recomendaba para influenza y otros virus que afectan los pulmones. Tan pronto el concepto de transmisión pre-sintomática se hizo evidente, se educó a la población en que las medidas de protección personal aplicaban para todos los individuos, independientemente de la presencia o no de manifestaciones clínicas. Las medidas de mitigación, además, incluyeron distanciamiento físico, lavado de manos, limpieza de superficies de contacto y confinamientos. Al principio se mencionaba entre 1.5 y 2 metros de separación de manera general, pero investigaciones posteriores revelaron que en lugares cerrados y poco ventilados las partículas virales podrían viajar en forma de aerosoles más allá de los 3 metros. Las cuarentenas iniciales, basadas en modelajes epidemiológicos, fueron prolongadas, simétricas y rigurosas. Varios estudios subsecuentes demostraron mayor beneficio en contener la propagación del virus utilizando confinamientos cortos (3-5 semanas) y herméticos, focalizados en áreas de elevada cantidad de contagios y con una óptima trazabilidad de los contactos. El desarrollo secuencial y la adecuada interpretación de las pruebas diagnósticas (moleculares, antigénicas, serológicas) contribuyeron enormemente a la detección y aislamiento de los casos.
Debido al lógico temor de la gente por las muertes diarias y a las observaciones retrospectivas sobre la hipotética utilidad, en un número limitado de pacientes, de algunos medicamentos viejos con potencial inmunomodulador, antiviral o antiinflamatorio, se decidió instaurar un manejo empírico en muchas partes del mundo durante el segundo cuatrimestre del 2020. En la medida en que se fueron realizando investigaciones científicas de calidad y solidez metodológica (diseño prospectivo, aleatorio, doble ciego, con ajuste de variables de confusión y grupos comparables), la mayoría de estas terapias iniciales se fue abandonando por falta de beneficio y no despreciable toxicidad. Solo oxígeno, esteroides, anticoagulantes, remdesivir (efecto modesto) y varios anticuerpos monoclonales han superado con éxito el minucioso escrutinio científico (medicina basada en evidencia). Estos son los únicos fármacos indicados a la fecha por los organismos académicos de prestigio internacional para tratar la COVID. Conviene resaltar, en este sentido, la gran importancia de haber contado con datos abiertos que facilitaron la evaluación y colaboración de los académicos en tiempo real para tomar decisiones confiables y formular recomendaciones globales.
Antes de concluir el 2020, dos vacunas (Pfizer y Moderna) fueron autorizadas por la FDA para uso de emergencia. Este extraordinario logro, a menos de 1 año de la identificación del microbio etiológico, ha marcado un hito sin precedentes en la historia de la ciencia médica. La rapidez no obedece a ningún atajo en materia de seguridad. Primeramente, el desarrollo de estas vacunas no partió de cero, ya había un importante terreno ganado cuando las epidemias de SARS-1 y MERS emergieron; las mismas tecnologías han sido utilizadas para el SARS-2, solo hubo que reemplazar un genoma viral por otro en la plataforma. En segundo lugar, muchas empresas manufactureras han recibido sustanciales subsidios económicos por parte de países industrializados, alianzas científicas y fundaciones filantrópicas para financiar sus fases de investigación sin riesgo de perder dinero invertido. Finalmente, las fases 3 completaron sus análisis preliminares con mayor prontitud debido a la enorme afluencia de voluntarios que, de manera altruista, participó en los ensayos y a la gran cantidad de infecciones que ocurrió en los lugares de estos estudios, lo que permitió tener suficientes datos comparativos entre vacunados y controles (placebos) para alcanzar la necesaria fortaleza estadística que pudiera inferir el grado de protección. A la fecha, 10 vacunas ya han publicitado sus aceptables resultados de eficacia y perfiles de seguridad.
Hubo muchos errores cometidos durante la pandemia, pero afortunadamente se fueron corrigiendo conforme se iba generando evidencia científica para combatir las incertidumbres planteadas por un virus completamente novedoso para el mundo. La ciencia, más temprano que tarde, va humildemente enderezando rumbos y encauzando posturas en pro del bienestar de la humanidad. Tristemente, siempre existe un pequeño grupo de individuos destructivos, negacionistas, libertarios anticiencia, activistas antivacunas y profesionales con sesgos de anclaje que falsean, tergiversan o masajean los datos a conveniencia personal para que la desinformación les genere notoriedad y quizás hasta réditos económicos. Esta infodemia engañosa encuentra amplificación a través de las redes sociales y de algunos irresponsables comunicadores, propiciando una avalancha de bulos que se disemina con mayor rapidez que la propia pandemia. Por fortuna, la ciencia se encarga de ir poniendo a estos frustrados ejemplares en su lugar. Ya han caído varios en Panamá…
El autor es médico e investigador