• 20/09/2024 00:00

PolitiqueArte. ‘Los borrachos’

‘Los borrachos’, así como la obra anterior mencionada ‘El borracho’, son dos visiones diferentes de una misma acción, dos caras de la misma moneda

Aunque lo parezca, quiero dejar claro que la elección de las dos últimas obras ha sido más casualidad que causalidad. No es ningún tipo de mensaje implícito en mi escritura, ni una señal escondida entre las líneas de este periódico. Los borrachos, así como la obra anterior mencionada El borracho, son dos visiones diferentes de una misma acción, dos caras de la misma moneda. En la obra de Alenza vemos una figura desdibujada, pero real. Verídica. Un borracho luchando por mantenerse en pie, una víctima más del abuso del vino y de la juerga. En la pintura, vemos representado todo aquello que nosotros mismos hemos sufrido. Vemos las formas y manierismos de un personaje sin nombre, pero muy conocido. En cambio, El triunfo de Baco, conocido también como Los borrachos, nos transporta hacia reflexiones más profundas, más oníricas. La pintura de Velázquez nos muestra una situación, una pregunta cuya respuesta puede tener millones de aristas.

¿Qué pasaría si del cielo bajaran los dioses para codearse con los mortales? ¿Qué sensación les invadiría al ver a sus seguidores? No lo sabemos, pero podemos reflexionar al respecto. Buscar en nosotros mismos ciertos sentimientos, ciertos sesgos. Porque allá, detrás de las paredes de cristal y porcelana, sobre sus tronos de cal en el Olimpo, nos ven de reojo, juzgando y riendo, observando las desgracias y los triunfos caer sobre la humanidad, negándose a mostrar un ápice de compasión, de ternura, de empatía. Porque se creen superiores, atacados por el síndrome de Hubris, nos lanzan las migajas de su atención.

Y cuando se muestran ante su público, cuando descienden sobre aquellos que aún manifiestan su amor hacia estas deidades, descubren con sobresalto un secreto a voces. Cuando llegan a sus reuniones y ven las caras arrugadas, las ropas ajadas y sucias, las barbas descuidadas y el vaho del alcohol que los rodea, llegan las malas caras y los disgustos. Eso es lo que pintó Velázquez, el desprecio de la arrogancia, la apatía y la displicencia de un dios.

El triunfo de Baco nos muestra la curación de un poeta por parte del mismísimo dios del vino. La composición lleva los ojos, primero hacia Baco, con algo de barriga y bastante pálido, le coloca una corona de hiedras a uno de los personajes. El dios esquiva las miradas de su público con una mueca altanera, mientras un sátiro alza su copa en celebración. Para equilibrar la obra, una cuadrilla de borrachos, los seguidores de Baco, se congrega para brindar con su ídolo, sonriéndole al espectador e invitándolo a brindar con ellos.

Siempre se nos ha dicho que nunca deberías conocer a tus ídolos, pero no es porque descubras los trapos sucios ni los muertos en el armario, sino porque, como humanos, tenemos la maravillosa habilidad de llevar a extremos irreales las historias, anécdotas y personajes de los que escuchamos hablar. Somos seres esperanzados y esperanzadores, somos maestros del cuento y vivimos porque esos mismos cuentos nos inspiran en situaciones extraordinarias, pero cuando conocemos a los protagonistas, cuando compartimos con aquellos de los que hemos escuchado hablar, humanizamos los mitos y desgastamos el dorado resplandor que emiten sus memorias, aunque sean falsas.

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