No se puede negar la molestia que causó en la sociedad panameña el ingreso desordenado de extranjeros en los dos últimos períodos gubernamentales. Muchos extranjeros entraron con el objeto de invertir y otros huyendo, en especial venezolanos adinerados que vieron una oportunidad para seguir con su estado de vida y, a la vez, estar cerca de su patria.

 Pero en la oleada, la política migratoria panameña fue sumamente errada, porque dejaron entrar a buenos y malos. En pocas palabras, aquí entró gente que vino a invertir, gente que vino por un trabajo y muchos a delinquir. El denominado “Crisol de Razas” fue un absurdo, porque no se trató de una migración inteligente. Ahora, pretender prohibir o limitar la migración es una propuesta de lo más ilógica. 

Panamá, para lograr el grado de desarrollo a corto plazo, necesita de la migración. De hecho, aquí hubo una migración coordinada e inteligente cuando se trajo a educadores de la talla de Richard Newman, etc., en las primeras décadas de la República, que vinieron a participar activamente en el sistema educativo. También fue el caso de médicos extranjeros que vinieron a ayudarnos cuando más lo necesitábamos. 

El caso de Singapur y otros países que han logrado niveles de desarrollo admirables, se debe a que han establecido una migración inteligente. Singapur, por ejemplo, tiene 40 por ciento de su población que es extranjera. 

Panamá no debe cerrarse a la migración, es más, debe abrir muchas profesiones hoy solo reservada para nacionales, para que la ejerzan extranjeros, porque eso obligará a que se adquieran nuevos conocimientos y se mejoren las competencias. Usar el tema migratorio de forma política, es un populismo barato que a la larga nos atrasará como país.

 ¡Así de simple!

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